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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE INDONESIA

Sábado 25 de noviembre de 1972

 

Señor Presidente:

Nos honra la visita que Nos hace Vd. hoy: en primer lugar porque en Vd. recibimos al alto representante del queridísimo pueblo de Indonesia, y porque su presencia Nos trae intacto el recuerdo de nuestros encuentros con Vd. y sus compatriotas en Yakarta, en aquella luminosa jornada de Nuestro viaje a Extremo Oriente los días 3 y 4 de diciembre de 1970. Se Nos ofrece ahora la grata ocasión de recibirle en Nuestra casa, como Vd. Nos recibió en la suya, y corresponder de este modo al gentil y cordial recibimiento que Indonesia Nos ofreció entonces.

Vd. vuelve ya a su patria, después de haber realizado un largo viaje por Europa. Augurándole éxito a sus numerosas entrevistas Nos complace asegurarle que seguimos con vivo interés los esfuerzos de su país por incrementar el progreso civil y social y por favorecer sus intereses en el interior y en el extranjero. Nos deseamos resaltar que Indonesia, como muchas otras naciones del hemisferio meridional, está comprometida en un vasto programa de amplia participación en la economía internacional. Nos no podemos menos de alentar tales esfuerzos. Frecuentemente Nos hemos hablado de la necesidad de instaurar una mayor y más profunda justicia a nivel de relaciones internacionales; y especialmente en la Carta Apostólica Octogesima adveniens, Nos hemos subrayado que "en los cambios mundiales es necesario superar las relaciones de fuerza, para llegar a entendimientos concertados con la mirada puesta en el bien de todos" (n. 43). Por tanto, Nos auguramos que los esfuerzos dirigidos a promover un mayor desarrollo de su país sean coronados por el éxito que merecen.

Nos sabemos también que el ansia de paz es la característica que tanto honra a los pueblos que componen su noble patria, no sólo dentro de los límites del archipiélago, sino incluso más allá, en el horizonte de la atormentada región del Sudeste Asiático. Nos congratulamos sinceramente por cuanto se ha hecho, y se está haciendo, para difundir y consolidar el beneficio inestimable de la paz en el mundo.

Con ocasión de nuestro viaje al Extremo Oriente y a Oceanía, expresamos nuestra convicción sobre la importancia de Asia y Nos manifestamos vivo interés por el destino, la prosperidad y el progreso de sus inmensos y laboriosos pueblos. Una de Nuestras mayores preocupaciones fue la de alentar la Iglesia –extendida también en aquellos misteriosos e inmensos continentes– a colaborar en tal desarrollo de forma concreta y al máximo de sus ya limitadas posibilidades.

La Iglesia católica, que tiene una misión esencialmente espiritual, dirigida al anuncio y realización del mensaje de salvación, aporta también en el orden social una contribución eficaz, ya en el campo de la educación, ya en el campo de la asistencia sanitaria y de hospitales, contribución que deriva directamente de su compromiso por la elevación del hombre. Como han declarado Nuestros hermanos, los obispos de Indonesia, si bien es cierto que Cristo no ha dado a su Iglesia una específica tarea en el campo social, porque su misión es expresamente religiosa; sin embargo, de esta misión nace luz y fuerza, que exigen comprometerse por el bien del propio país, en la búsqueda de la promoción de toda la comunidad nacional.

Sobre este tema Nos complace repetir lo que Nos dijimos a los católicos de Yakarta: que la Iglesia, siempre y en todas partes está presente para servir; pero no como extraña, pues es asiática con los asiáticos, indonesia con los de Indonesia; por ello, no puede haber razón alguna que obligue a un católico a cambiar sus honestas tradiciones o a amar a su país menos que a sus compatriotas. Es más, el católico deberá estar en primera línea para entregarse y comprometerse personalmente, precisamente por razón de su fe, que lo hace directamente responsable de sus hermanos, por amor de Dios y de Jesucristo.

Que Nos sea permitido expresarle lo mucho que Nos apreciamos la libertad que la República de Indonesia siempre ha concedido a los fieles de cualquier credo religioso. Esta actitud de apertura, fruto de los cinco grandes principios – los cinco pilares – en los que se cimienta la Constitución, deriva de la tradición religiosa de la nación; y Nos esperamos que esta tradición continuará ofreciendo terreno fecundo para el desarrollo del árbol de la paz y de la prosperidad: Nos recordamos, por otra parte, que el destino que Dios señala a los hombres va mucho más allá de los límites del mundo terreno.

Con este deseo, Nos pedimos a Dios que le bendiga, señor Presidente, a su esposa y a todo el pueblo de la espléndida tierra de Indonesia, a quien Nos dirigimos Nuestro saludo y Nuestro más afectuoso augurio.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.49 p.9 .

 



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