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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL PRIMER EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE COREA
ANTE LA SANTA SEDE
*

Lunes 8 de abril de 1974

 

Señor Embajador:

Nos produce un gran placer recibir hoy su visita y aceptar de sus manos las Cartas que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Corea ante la Santa Sede. Nos agrada igualmente devolver los cordiales saludos que usted nos ha transmitido de parte de Su Excelencia el Presidente de su país.

Hemos notado con satisfacción el serio empeño con que usted asume sus responsabilidades. Le aseguramos que su mayor preocupación, la consolidación y la promoción de las relaciones felizmente existentes entre Corea y la Santa Sede, encontrará siempre nuestra más plena respuesta y apoyo.

Nos agrada también afirmar, invitados por las palabras de su discurso, que el mantenimiento de relaciones diplomáticas está motivado, por parte de la Santa Sede, por razones y objetivos espirituales. Por medio de sus misiones diplomáticas la Santa Sede trata únicamente de promover el progreso de la humanidad, empleando esta forma de representación como un medió para contribuir a la solución de los problemas fundamentales que afectan a la vida y a la dignidad humana.

Le podemos asegurar, por tanto, que la Iglesia procurará siempre hacer un servicio al bienestar del pueblo coreano en cualquier modo que le sea posible y dentro de los límites de sus recursos. Pues la Iglesia, comprometida principalmente en el servicio a las necesidades humanas específicamente espirituales, está llamada al mismo tiempo a preocuparse por el bienestar íntegro del hombre, tanto dentro como fuera de su propia comunidad. Precisamente porque su mensaje es un mensaje espiritual de amor, la Iglesia trata de estar presente para ayudar al hombre siempre que éste lo necesite.

Apreciamos profundamente la mención que usted ha hecho de los primeros misioneros que llegaron a su país y de los florecientes frutos de su trabajo que son visibles todavía hoy. Quisiéramos expresaros todo el amor y estima que el Papa tiene por la Iglesia de Corea a causa de la fortaleza y firmeza que caracterizan su fe.

Finalmente, señor Embajador, mientras invocamos los favores divinos de armonía y prosperidad para el amado pueblo de su país, expresamos a usted personalmente nuestros mejores deseos por un feliz y fructuoso cumplimiento de su misión.


* L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.16, p.10.

 



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