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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
AL EPISCOPADO DE CHILE

Domingo 24 de noviembre de 1974

 

Venerables hermanos en el Episcopado y amadísimos hijos de Chile:

Con ánimo henchido de gozo nos dirigimos a vosotros en una ocasión tan especial y solemne como es la consagración del Templo Votivo Nacional, dedicado a la Virgen del Carmen, en Maipú.

Nos complace sobremanera saber que, respondiendo prontamente a la iniciativa de vuestro Episcopado, la comunidad católica chilena ha vibrado de manera espontánea y unánime ante el reclamo de rendir homenaje entrañable y amoroso, como la mejor culminación del Año Santo, a la Patrona celestial de Chile, tan íntimamente asociada a la historia y vida de vuestro pueblo.

En efecto, la devoción mariana, que floreció tan pronto en la cultura aimará y quichua, ha ido enraizándose cada vez más entre vosotros, llegando a constituir una faceta importante y dinámica de vuestra religiosidad y ayudándola a encarnarse en las realidades de cada momento. Es como si la historia antigua y reciente, un pasado lleno de realizaciones y un presente ávido de proyectar, con redoblada voluntad de progreso espiritual y humano, las legítimas aspiraciones de todos en un ambiente cada vez más cristianamente solidario y fraternamente participado, hubiese hallado expresión de genuina autenticidad en torno al misterio de María.

Queremos hoy exhortaros a proseguir, perfeccionándolo siempre, ese camino. María es, en efecto, el modelo por excelencia de la Iglesia; un modelo, siempre válido, de fe, como respuesta a la palabra de Dios, premisa y cauce de su prodigiosa maternidad divina; modelo de amor operante, de presencia activa y alentadora en la comunidad orante de los Apóstoles (Cfr. Exhortación Apostólica sobre el Culto a la Santísima Virgen, nn. 16-21) y que «precede con su luz al peregrinante pueblo de Dios, como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor» (Lumen Gentium, 68).

Podemos pues declararnos dichosos de tener por Madre en la Iglesia a la Madre de Jesús. Ella, asociada misteriosamente y para siempre a la obra de Cristo, «continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna» (Ibid. 62). Esta constante solicitud suya por los elegidos (Cfr. Ibid), no puede menos de ser un verdadero resorte interior, en el corazón palpitante al unísono de todos sus hijos, para descubrir en cada semejante a un hermano «sellado con el mismo Espíritu, el cual es prenda de nuestra herencia, mientras llega la plena redención del pueblo de su patrimonio . . .» (Eph. 1, 14). Y es en la adhesión plena, vivida, a este patrimonio del Espíritu, donde deberán encontrar convergencia y estímulo las aspiraciones de renovación y reconciliación, individual y social, que constituyen los objetivos del Año Santo.

Una devoción auténtica a María traerá por tanto como fruto connatural para vosotros, chilenos, y para todos cuantos en esta fecha memorable participan de vuestro fervor mariano, un creciente empeño de servicio al Evangelio, con verdadero afán por llevar a todos los hombres el mensaje de salvación y edificar solidariamente, entre los liberados en Cristo, el reino de Dios. De este modo, «al ser honrada la Madre el Hijo . . . será mejor conocido, amado, glorificado» (Cfr. Lumen Gentium, 66).

Confiamos vivamente en que vosotros, amadísimos hijos de Chile, alimentando en vuestros espíritus una siempre rejuvenecida comunión en los ideales del progreso cristiano, sabréis abrir camino a una nueva floración eclesial, instaurada sobre el amor, en la vida de ese querido país. Depositamos estos votos nuestros ante la Virgen del Carmen de Maipú, a la que hemos querido también rendir nuestro homenaje con la donación de un manto y una corona, símbolos de confianza filial en su poderosa protección. Invocando su valiosa intercesión ante el Señor para que asista siempre a todos los amadísimos hijos de esta nación y premie el esfuerzo de cuantos han hecho posible la hermosa realidad de ese Santuario Nacional, os bendecimos a todos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

 



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