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DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DE TUNICIA
ANTE LA SANTA SEDE*

Lunes 13 de diciembre de 1976

 

Señor Embajador:

Nos alegra recibir hoy a Vuestra Excelencia en el solemne momento de presentarnos las Cartas que le acreditan como Embajador de la República de Tunicia ante la Santa Sede. Os damos cordialmente la bienvenida, al tiempo que agradecemos las amables palabras que nos ha dirigido.

La próxima celebración, en el umbral de un nuevo año, de la Jornada en la que los pensamientos y deseos se volverán ardientemente hacia la paz, deberá también recordar a todos, y especialmente a los hombres cargados de responsabilidades, la necesidad de trabajar por esta paz.

Aprovechamos con satisfacción la presente ocasión para confirmar el decidido propósito de la Santa Sede de contribuir sin cesar, y en la medida de sus posibilidades, al establecimiento de una paz justa y sincera en todas las regiones del mundo, y de modo particular, como usted ya ha subrayado expresamente, en el Oriente Medio. Ya se sabe con qué ardor desea la Santa Sede que una solución definitiva acoja equitativamente las legítimas instancias de todos los pueblos interesados, al tiempo que suponga del mismo modo una pacífica aclaración del problema de Jerusalén, de manera que la Ciudad Santa sea lugar de comprensión y de fraternidad para los fieles de las tres grandes religiones monoteístas.

Por nuestra parte apreciamos los esfuerzos por la paz que realiza vuestro Gobierno y os pedimos que os dignéis transmitir a Su Excelencia, el Presidente Habib Bourguiba, los especiales votos que formulamos para él. Estos votos se extienden a todo el pueblo tunecino, para que Dios Todopoderoso le sostenga en su marcha hacia el progreso y en la búsqueda de los bienes espirituales. Albergamos también en este momento un pensamiento muy afectuoso para la comunidad católica local, feliz por lo que ha realizado y por lo que todavía hará – ¿es necesario decirlo? –, colaborando lealmente en la actividad y progreso del país.

Señor Embajador, os reiteramos nuestros deseos de bienvenida, os aseguramos la ayuda de nuestros colaboradores en el ejercicio de vuestras altas funciones y os prometemos personalmente nuestro apoyo por el feliz y fecundo cumplimiento de vuestra misión.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.51, p.10.



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