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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
AL NUEVO EMBAJADOR DE BRASIL
ANTE LA SANTA SEDE
 *

Lunes 4 de julio de 1977

 

Señor Embajador,

Nos complacemos en recibir a Vuestra Excelencia como nuevo Embajador de la República Federal de Brasil. Representáis ante la Santa Sede a una gran nación, abierta a un desarrollo prodigioso; pertenecéis a un pueblo de cualidades humanas cautivadoras y de fe católica; ahora mismo acabáis de mencionar ideales humanos que suscitan nuestra simpatía.

Os agradecemos las nobles palabras con las que inauguráis vuestra misión y los sentimientos de que os habéis hecho intérprete en nombre de Su Excelencia el Presidente Ernesto Geisel. Os encomendamos el encargo de expresarle nuestros fervientes deseos en favor de la nación brasileña, cuyo destino conduce.

¿Cómo no suscribir de todo corazón el anhelo por construir en vuestro país, tal como decís, una sociedad justa, libre y próspera, en un clima de paz y de respeto? Es esa una tarea entusiasmante, que requiere la participación y la confianza de todas las categorías del pueblo, a cuyo bien se ordena, no sólo en el futuro, sino ya en el presente. Es una tarea inmensa, pues debe tener en cuenta prioritariamente a todos aquellos cuyas condiciones de vida son en extremo precarias y para los cuales el pan de cada día, el empleo, la dignidad, la responsabilidad constituyen los elementos indispensables del desarrollo, en favor del cual expresábamos nuestros votos hace ahora justamente diez años, en nuestra Encíclica Populorum progressio. Es una tarea, en cierto sentido, temible, porque tiene que evitar que la búsqueda de la eficacia o la preocupación de asegurar el orden público necesario no den lugar en ocasiones a la actuación arbitraria o a la violación de derechos imprescriptibles de la persona humana. Para una tal empresa, pedimos al Señor que asista y guíe la conciencia de todos aquellos que asumen pesadas cargas al servicio de sus compatriotas.

La Iglesia, por su parte, estimula a todos sus hijos a contribuir solidariamente a este progreso material, social, moral y espiritual, persuadida de que los valores evangélicos que ella activamente proclama constituyen las condiciones más profundas para un desarrollo armonioso e integral. A ejemplo de Cristo, la Iglesia no puede menos de tener una predilección por el pobre y el débil; ella conoce también el valor del perdón, de la reconciliación, de la paz. Cree posible una civilización del amor, y ve la trascendencia que tiene, para América Latina y para el mundo, la realización de esta civilización original, que las tradiciones cristianas de vuestro país hacen posible y que redundará en honor del Brasil. En esta obra de promoción humana y de evangelización, la Iglesia no puede dejar de atribuir una particular importancia a la salvaguarda de la institución familiar, en conformidad con los principios cristianos. La Santa Sede está al lado de los obispos brasileños en su deseo y en su deber de servir, de manera generosa y eficaz, a la Iglesia y a su país.

Con estos calurosos sentimientos, imploramos las bendiciones de Dios sobre vuestros queridos compatriotas, deseando para Usted, Señor Embajador, una feliz y fecunda misión ante la Santa Sede.


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.29, p.4.



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