Index   Back Top Print

[ ES ]

RADIOMENSAJE DE PÍO XII
CON OCASIÓN DEL CONGRESO EUCARÍSTICO NACIONAL DE CHILE*


Domingo 9 de noviembre de 1941

 

Venerables Hermanos y amados hijos:

Es siempre una fecha grande y gloriosa en la historia de un pueblo aquella en la cual, sobre el suelo en que vive, viene por primera vez ofrecido el Santo Sacrificio de la Misa; aquella en que por vez primera es consagrado y santificado con la presencia real de Cristo Sacramentado; pero esta data resultaría doblemente grande y gloriosa, si al mismo tiempo coincidiese con su propio nacimiento.

Cuando el doce de febrero de mil quinientos cuarenta y uno, acampando junto a las claras aguas del Mapocho, las huestes de Valdivia plantaron sus tiendas bajo la colina de Huelén, y a las pocas horas, sobre un altar humilde, el Rey de Cielos y Tierra. descendía a las manos de Rodrigo González de Marmolejo, al levantarse entre el cielo y la tierra la Hostia Santa —«con tanto resplandor, que al mediodía / la claridad del sol delante della / es la que cerca dél tiene una estrella» [1]—, como hermosamente dijo, aunque a otro propósito, el férreo cantor de vuestras primeras glorias; al ser alzado el Cuerpo de Cristo entre las nevadas cumbres andinas, y el mar azul, vuestro Chile había nacido, un nuevo pueblo se incorporaba al seno maternal de la Iglesia y su suelo feraz quedaba santificado para siempre con la presencia real de Jesucristo.

Con excelente acuerdo, pues. Venerables Hermanos y amados hijos, habéis querido reuniros toda la Nación —clero y pueblo— en torno a ese altar, donde el Soberano Eucarístico triunfa; con razón los Prelados, el sacerdocio y la representación de todas las provincias os agrupáis hoy en torno al Dador de todo Bien. para rendirle vuestro homenaje de gratitud. Y Nos damos gracias al Cielo porque, a través de los inmensos espacios —teatro, ay!, en estos momentos de tan terribles encuentros— podemos unir Nuestra voz a la vuestra, para entonar también un canto de gratitud al Cordero, que se inmola sobre el altar.

Él, para encontrarse presente a vuestro nacimiento, había infundido tal fervor eucarístico en la España de los autos sacramentales y de las custodias de Arfe, de San Pascual Bailón y de la Loca del Sacramento. Y el mismo devoto espíritu que ardía bajo las relucientes corazas quiso transfundirlo en los pechos vuestros, para hacer de esta fe, que en la Eucaristía tiene su fuerza y su centro, un puntal firme de vuestra historia, un elemento básico de vuestra cultura, un dato fundamental de vuestra personalidad y un impulso para cosas cada vez mayores.

Así vio vuestro Chile consolidada su nacionalidad, antes que todos los demás pueblos que en el Nuevo Mundo surgían; así procedió, ante los ojos atónitos de la humanidad, en su ascensión graduada y armoniosa, como la curva arquitectónica de un arco; así, entre el amor a Dios y a la Patria, con el fundamento inamovible de esta fe, fuera de la cual sería ocioso intentar explicar vuestra historia; una fe, que en este Sacramento del Altar tiene su compendio, su cifra, su centro, su fuerza y su resumen — mysterium fidei —, fue fraguando vuestra nacionalidad y vuestro carácter propio, que tiene un poco de la noble altivez y de la firmeza. de las cumbres inaccesibles que hicieron sombra a vuestra cuna, sin dejar de templarse con la suavidad y la gracia del mar inmenso, cuyas brisas orearon los primeros días de vuestra frente.

Y hoy, donde se asentó un humilde altar, lanza al cielo el encanto de sus torres gemelas la mole cuadrada de vuestra soberbia Catedral; y en torno suyo vive y bulle una capital inmensa, protegida por la sonrisa de la Virgen Inmaculada del Cerro de San Cristóbal. Más allá, escondidos entre los valles, recostados en las playas soleadas o encaramados en las agrestes cimas, otros y otros mil pueblos y ciudades; y en todas partes la torre monumental. el campanario esbelto, la espadaña humilde pregonando por doquier la presencia del Huésped Divino, del Señor de los Tabernáculos.

Corred hoy a su trono de amor para darle gracias por vuestro ser mismo, para decirle que queréis corresponder a las bendiciones que constantemente ha derramado sobre vuestro gran pueblo. Él os ha dado vuestro hermoso cielo, vuestra fértil tierra y vuestro amplio mar; Él os quiso regalar el. don precioso de la fe en la hora primera de vuestra vida ; a Él le debéis vuestro progreso material, vuestro adelanto ciudadano y social, vuestro elevado nivel intelectual, patente en tantas Academias y Centros de Enseñanza, pero de modo muy especial en vuestra hermosa Universidad Católica. Él os ha procurado un Episcopado celoso, ilustrado y paternal; Él ha llamado para vuestro servicio a un clero virtuoso e instruido, aunque por desgracia todavía. poco numeroso; Él en fin ha querido colocaros —espectáculo magnífico en una gran Nación católica— al nivel de no pocas naciones que se enorgullecen justamente de su vieja Historia y de su antigua cultura.

Y agrupados ante su altar —como ahora lo estáis en multitud que los ojos no abarcan— pedidle que os conserve y os aumente estos dones tan preciosos.

Que Él —o sacramentunt pietatis— conserve a vuestro pueblo el don precioso de la fe, por encima de las solapadas propagandas de las falsas doctrinas, contra los embates de la inmoralidad desbordante, de la incredulidad disolvente y del paganismo renaciente; que Él —o signum unitatis— continúe y perfeccione esa maravillosa unidad de vuestro pueblo, uno y el mismo desde la abrasada zona ecuatorial hasta los fríos mares antárticos; que este Sacramento —o vinculum charitatis— os recuerde constantemente que sois hermanos —el rico y el humilde—, que no es cristiano quien cierra su corazón y sus ojos a las lágrimas del indigente, ni siente la Eucaristía como perfección de la unidad espiritual del Cuerpo Místico de Cristo[2] el que ve indiferente languidecer en el abandono y en la miseria a sus hermanos.

O sacramentum pietatis! o signum unitatis! o vinculum charitatis! Qui vult vivere habet ubi vivat, habet unde vivat...[3]. El que quiera vivir ya tiene dónde, ya tiene de qué.

Que, bebiendo su vida en la fuente inagotable de este Sacramento, vuestras familias se sientan honradas, al ver que Dios llama al Santuario a un número cada día mayor de sus hijos, como corresponde a una Nación de donde partió la idea inicial para la fundación en esta Urbe del Pontificio Colegio Pío Latino Americano; que, atraídos por la luz que derrama el viril santo, aquellos sectores sociales que, arrastrados por doctrinas engañosas o por promesas falaces, desertaron del aprisco de la Iglesia vuelvan ya a su regazo materno; que todos y de modo especial vosotros, amados hijos a los que la Acción Católica ordenadamente agrupa en torno a los ungidos del Señor para ser sus más animosos cooperadores, no os deis reposo hasta ver que el pensamiento y la práctica cristiana penetran en los más recónditos rincones de vuestra vida pública y privada, individual social; en el hogar, en la oficina, en el taller y, sobre todo, en la escuela, crisol donde se han de fundir las almas de vuestros hijos, llamados a sostener y aun a elevar todavía más el peso de gloria heredado de vuestros abuelos y que nunca podrá llegar a su debido punto si el fuego de este pensamiento y de esta práctica le faltaran; que todos juntos, llamados a enseñar al pueblo el camino de la única verdad, iluminados siempre por las normas de Nuestros grandes Predecesores León XIII y Pío XI, y por las que Nos mismo os enunciamos en Nuestro Mensaje de Pentecostés, hagáis siempre resplandecer, viva y radiante, la antorcha de los principios y de las obras sociales católicas; que toda la amadísima Nación chilena, para su mayor grandeza y constante prosperidad, nunca se aparte de esta fuente de aguas vivas donde la fe se consolida y la vida cristiana se perfecciona de modo soberano, en la vida divina del Hijo de Dios, presente sobre el altar... Qui vult vivere habet ubi vivat, habet unde vivat. Accedat, eredat; incorporetur ut vivificetur [4].

Ni quisiéramos callar, para honra y prez igualmente de vuestra Nación, un especial y glorioso capítulo de su historia. Nos referimos a sus relaciones con esta Sede Apostólica, en las que se adelantó a todas las nacientes Repúblicas americanas porque apenas habían pasado cuatro años de la elección del Director Supremo O'Higgins, cuando ya su enviado José Ignacio Cienfuegos atravesaba el mar para establecer los primeros contactos. Pío VII, por su parte, no tardó en enviar a Santiago al Vicario Apostólico, Juan Muzi, Arzobispo Filipense, acompañado por el joven canónigo Juan María Mastaj; el mismo que, después de haber soñado un momento con quedarse entre vosotros para consagrarse todo a las Misiones Araucanas, vuelto a Roma y elevado más tarde a la Cátedra de Pedro, las confiaba finalmente a los apostólicos hijos del Patriarca de Asís.

El amor que ardía en el corazón de aquel gran Pontífice para con vuestra Patria, ha llegado intacto hasta el del último de sus Sucesores y ha encendido hoy Su palabra para unir al vuestro Su himno de gratitud y Sus peticiones ante el Trono del Rey Sacramentado.

Quiera la Virgen del Rosario, desde sus alturas de Andacollo seguir siempre protegiendo a vuestra Nación; quiera Nuestra Señora del Carmen —patrona de vuestros ejércitos y para quien hay un altar en todo pecho chileno—, quiera Nuestra Señora del Socorro —patrona de vuestra ciudad y en cuya ermita por primera vez se reservó sobre vuestro suelo el Cuerpo de Cristo Sacramentado— conservar siempre viva la llama de vuestra fe, la antorcha de vuestra, caridad, la hoguera de vuestra devoción al Augustísimo Sacramento.

Y quiera el Cristo Redentor, el Cristo que en vuestros Andes se eleva, dominando las más altas cimas, concederos siempre el precioso don de la paz, como ya generosamente os lo otorgó un día, del que su presencia en aquellas montañas, valladar entre dos grandes naciones, hoy hermanas, es solemne recuerdo. Que de la Cruz, que contra su pecho estrecha, brote un torrente, una cascada pacífica, que inunde primero vuestro suelo, luego todo vuestro continente, después todos los mares, todas las tierras, ¡el mundo entero! Y que sobre este océano, verdaderamente pacífico, su mano derecha termine de trazar la cruz, que ya tiene iniciada, sobre la frente de los hombres, por fin hermanos.

Con estos sentimientos y deseos y con toda la efusión de Nuestro paternal afecto, a vosotros, Venerables Hermanos, a todo vuestro clero y pueblo; a cuantos os halláis reunidos en este VIII Congreso Eucarístico Nacional y a toda la amada Nación chilena, impartimos de todo corazón la Bendición Apostólica.


* AAS 33 (1941) 439-443.

[1] Ercilla, La Araucana, canto IX, 3.

[2] S. Th., 3 p., q.73, a.4.

[3] S. Agustín, In Ioannis Evang., tract. XXVI, n. 13.

[4] Loc. cit.

   



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana