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DISCURSO DE SU SANTIDAD PÍO XII
AL NUEVO EMBAJADOR DE GRAN BRETAÑA*

Lunes 18 de enero de 1954

 

Nos sentimos profundamente conmovidos, Señor Ministro por el caluroso afecto con que habéis querido expresarnos los amables sentimientos de vuestra Augusta Soberana, la Reina, que ha acreditado a Vuestra Excelencia ante la Santa Sede, como Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario. Han transcurrido apenas tres años desde que tuvimos la alegría de recibir a Su Majestad en estos mismos salones; pero en ese breve tiempo, cuán pesadas cargas han entrado en su vida. El Señor de todos, en su sabia providencia, ha puesto el peso del Imperio sobre sus hombros juveniles, y ella lo ha aceptado con valiente sencillez y con un espíritu de devoción sin egoísmo, que le han ganado de inmediato la admiración y el afecto de su gente en todo el Commonwealth Británico de Naciones. Os pedimos que presentéis a Su Majestad la expresión de nuestra estima y la seguridad de nuestras oraciones para que Dios, que la ha bendecido con las dulces alegrías de una feliz vida de familia, conceda a su reino las valiosas bendiciones de prosperidad y de paz.

Paz, cuán fácilmente la palabra viene hoy sobre los labios de los hombres, mientras la sustancia de la verdadera paz huye aún a su entendimiento. La razón de ello no debe ser buscada muy lejos. El Príncipe de la Paz, preanunciado por los profetas, entró en el mundo; la memoria de su nacimiento es aclamada todos los años por el mundo cristiano; no obstante, sus enseñanzas caen aún tan a menudo en oídos sordos. No sólo la pura fuerza debe ceder en sus inútiles esfuerzos por sofocar en el espíritu humano la natural añoranza de Dios; no sólo las tentativas de esclavización deben ser apartadas de esas libertades dadas por Dios, que constituyen los postulados de la dignidad del hombre y de la sociedad humana, y que se niegan a pueblos enteros; si la paz debe ser asegurada, es preciso que la justicia y la caridad inspiren la recíproca confianza de las naciones y de las diferentes clases sociales de cada nación, estableciendo así los fundamentos para un esfuerzo unido hacia el común y noble ideal.

Es grato oír de Vuestra Excelencia, la renovada expresión de la devoción de su país a estos mismos principios, que Nos en más de una oportunidad hemos proclamado ante el mundo. Este hecho, unido a la valiosa experiencia que Vuestra Excelencia aporta a la noble tarea que le ha sido confiada, da la absoluta certeza del éxito de su misión para cuyo desarrollo puede contar, de seguro con nuestra cortés y firme colaboración.


*ORe (Buenos Aires), Año 3, n°119, p.1.

 



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