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RADIOMENSAJE DE SU SANTIDAD PÍO XII
AL CONGRESO MARIANO ARCHIDIOCESANO DE
MONTEVIDEO*

Martes 12 de octubre de 1954

 

Venerables Hermanos y amados hijos que, reunidos en la bella y bien emplazada Montevideo, clausuráis vuestro primer Congreso Mariano archidiocesano, organizado para celebrar más dignamente y con mayor fruto este Año Mariano universal, que ya va acercándose a su término, entre imponentes manifestaciones de piedad y de amor a la Madre de Dios.

Es esta la primera vez que, a través de las ondas etéreas, Nos hacemos presentes de nuevo con Nuestra voz, en medio de vosotros, después de aquella inolvidable mañana otoñal —de la que pronto van a cumplirse los cuatro lustros— cuando, a la vuelta de las grandiosas jornadas eucarísticas de Buenos Aires, tuvimos el inmenso placer de vivir unas horas con vosotros, tan breves como preciosas. Entornamos los ojos y aún Nos parece admirar vuestra magnífica ciudad, suavemente recostada en la península graciosa, que parece servirle de escalinata hacia aquel imponente estuario que allí mismo se abre al mar, bajo su intenso cielo azul, con sus espaciosas y elegantes avenidas rebosantes de un gentío entusiasta que aplaude y aclama; ¡la «Muy fiel y reconquistadora Ciudad de Montevideo» que difícilmente podríamos apartar de Nuestra memoria!

Pero, ¿a quién aplaude, a quién aclama, a quién dirige ella sus himnos y sus lágrimas en estos momentos? Y vemos avanzar sobre todas las cabezas, amable y sonriente, distribuyendo consuelos y gracias, la «Virgen de la Fundación», la que probablemente ha presidido el nacimiento, las horas primeras y los momentos más transcendentales de su azarosa y accidentada vida, la que ahora acaba de recorrer todas vuestras Parroquias, todas vuestras Iglesias, todos vuestros hogares; la que ha oído vuestras promesas de honrarla siempre con el Rosario en familia; y ¡con cuánto consuelo hemos venido a saber, que no se daba abasto a proveer de imágenes suyas para las fachadas de vuestras casas, porque iban mucho más allá vuestros piadosos deseos! Obrando así, os proclamáis hijos legítimos de aquel grande Artigas, tan devoto siempre de la Virgen del Carmen y que tanto se consolaba rezando el Santo Rosario en sus últimos años de vejez y de forzoso retiro; hermanos auténticos de aquellos próceres, que el 14 de Junio de 1825 inclinaban sus banderas ante la Virgen del Pintado, o Virgen de los Treinta y Tres, como si quisieran reconocerla capitana de sus futuras empresas. Obrando así, os parecerá que cumplís su glorioso testamento : «Honorem habebis matri tuae omnibus diebus» honra siempre, a tu madre todos los días de tu vida (Tob. 4, 3).

¡Volved, sí, volved, hijos amadísimos, los ojos y los corazones a esta Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; volvedlos principalmente en este misterio de su Inmaculada Concepción, de cuya proclamación dogmática estamos conmemorando el centenario, y sentiréis que en vuestro pecho se reafirman las verdades fundamentales de nuestra santa fe; de una fe que luego redundará en la intensificación de vuestra vida cristiana, desde lo más recóndito de vuestra actividad familiar hasta las más públicas manifestaciones de vuestro ser en las esferas profesional y social; de una fe, cuyos deseadísimos frutos han de ser la santidad de la vida matrimonial, el aumento de las vocaciones sacerdotales, la pureza de las costumbres y la implantación de una auténtica justicia cristiana y social, a cuya sombra acogedora todos os sintáis realmente hermanos.

Se precia vuestra nación de sus instituciones; pues bien, en toda sabia organización pública, ha de haber siempre un puesto preferente para el sincero espíritu religioso, porque él, como ninguno, es el que ha de enseñar al ciudadano cuáles son sus deberes fundamentales; el que ha de inspirarle aquella única y sincera fraternidad, que surge tan sólo de la común filiación divina.

Es vuestro país una tierra rica y próspera, de campos ondulados y ubérrimos, regados por incontables venas líquidas que llevan por doquier no sólo la fertilidad, sino también el encanto y la poesía; todo ese progreso material quedaría incluso minado por su misma base y representaría hasta un peligro, si no fuese acompañado de un paralelo y armónico progreso espiritual, que aleje los peligros de la codicia, de la molicie y de toda la destrucción, que suele traer consigo el reino absoluto del materialismo.

Sois, finalmente, un pueblo orgulloso de su historia; pues bien en esa historia, donde las letras han florecido a la sombra de las armas, no se pueden olvidar los nombres del párroco Silverio Antonio Martínez, que lanzó el primer grito de independencia; de Dámaso Antonio Larrañaga, de personalidad enciclopédica; y, ya en nuestros días, del gran católico Juan Zorrilla San Martín, cuyos cantos han conseguido la más dulce expresión de vuestra literatura. Y Nos es grato recordar que las primeras raíces de vuestra literatura hay acaso que ir a encontrarlas en los restos perdidos que, procedentes de las lejanas reducciones jesuíticas del interior, bajaban también en las balsas y en los lanchones a lo largo del Uruguay.

La Virgen Santísima ama especialmente a vuestra patria, hijos queridísimos, come también singularmente la amó aquel insigne Predecesor Nuestro, que tuvo la gloria de proclamar su Concepción Inmaculada ; y si habéis comenzado la gran Misión preparatoria del Congreso en la Parroquia de la Medalla Milagrosa, ha sido para recordar que el mismo día 18 de Julio de 1830, en que se juraba vuestra Constitución, se aparecía Ella benignamente a su predilecta hija, Santa Catalina Labouré.

Y hoy vosotros, como corona de tantas solemnidades, os queréis consagrar para siempre a su Corazón Inmaculado —canal dulcísimo de todos los bienes— para corresponder a tanto maternal amor y para proclamar en voz alta vuestra fe. Pasa por el mundo una hora obscura y las nieblas no acaban nunca de aclararse; por el contrario, acá y allá, resuenan de cuando en cuando los clarinazos con que los enemigos de Dios celebran una victoria nueva, mientras que los buenos parecen no poco desorientados, faltos acaso de la necesaria unión. Precisamente por eso Nuestra esperanza es cada vez más firme y cada vez más fervorosa Nuestra oración a la Reina de los cielos, como si solamente de su mano esperásemos toda la salvación, Ella que nunca ha dejado de ser la «Auxilium Christianorum». Precisamente por eso Nuestro corazón de padre se alegra y se regocija al contemplar espectáculos como el que vosotros en esto momentos ofrecéis.

Que la bendición de lo alto, de la que quiere ser prenda esta Bendición Nuestra, descienda sobre vosotros: sobre el dignísimo Hermano Nuestro, celosísimo Pastor de vuestras almas, con todos Nuestros demás Hermanos en el Episcopado que le acompañan; sobre los sacerdotes, religiosos y religiosas lo mismo que sobre las Autoridades y sobre todo el amado pueblo uruguayo, especialmente sobre esta archidiócesis de Montevideo; sobre cuantos por medio de la radio oigan Nuestra voz, que quiere ser, como siempre, mensajera de gracia, de amor y de paz.


* AAS 46 (1954) 683-686.

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