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DISCURSO DE SU SANTIDAD PÍO XII
A LOS DIRIGENTES DEL COLEGIO DE DEFENSA DE LA OTAN*

 Sala del Trono
Viernes 16 de mayo de 1958

 

No es la primera vez que Nos recibimos a miembros del Comité de Defensa del Pacto del Atlántico del Norte (NATO). ¿Tal vez ocurre esto porque vuestro comité está adquiriendo un carácter permanente? Verdad es que San Pedro elevaba su voz, amonestando a ser sobrios y a vigilar, porque nuestro adversario da vueltas a nuestro alrededor como un león que ruge, buscando a quien devorar (ver 1 Pedro 5, 8). Y San Pablo aconsejaba a los Efesios que se revistieran con la armadura de Dios para poder afrontar las insidias del diablo. «Pues nuestra lucha no es contra la sangre y contra la carne sino… contra los espíritus malignos del aire» (ver Efesios 6, 11-12).

Pero ellos tenían en su mente la lucha del hombre contra los enemigos de Dios para la salvación de su alma inmortal. Esa lucha, en el orden espiritual, durará hasta el fin de los tiempos y todos los días y a todas las horas todo individuo tiene que estar alerta para defenderse a sí mismo si no quiere ser vencido. La finalidad de vuestro Comité de Defensa es muy diferente. Os enseña cómo defenderos de los ataques de vuestros semejantes en este mundo.

¿No es triste pensar que esa defensa sea necesaria? Que un hombre quiera quitar a otro los derechos que provienen naturalmente de la innata dignidad de su persona, que recibe del Redentor Divino como un valor infinito? ¿No cabe esperar que todos los miembros de la numerosa familia humana sientan la felicidad de gozar en común su derecho personal, anterior al del Estado, de cumplir con sus sagrados deberes para con su Creador, así como de ejercer el derecho nacional para el desarrollo de su propia cultura y de su propio carácter, libres de todo temor de fuerza hostil?

Pero la respuesta es que hay que tener en cuenta la realidad. Esto es cierto; pero al mismo tiempo hay que trabajar con confianza y razonable optimismo para llegar a ese día en que la protección y la defensa podrán asegurarse con un mínimo de fuerza y en que la verdad y la justicia, iguales para todos, serán la norma que aquellos sobre quienes pesa la grave misión de guiar a los pueblos hacia el supremo fin de una paz duradera, y que la seguirán con tenacidad. Verdad y justicia igual para todos – ¡cosas valiosas y que ennoblecen! –; pero estas palabras suenan vacías para los que no creen en Dios.

Por lo tanto, que el Señor pueda apresurar el alba de ese día en el que todos los hombres le ofrezcan el homenaje de su fe y de su amor. De este modo reforzarán el vinculo que unirá a los hombres entre si en armonía y en paz.

Con plena confianza en vuestro resuelto deseo y en vuestra finalidad de promover la causa de tan genuina paz, de todo corazón, señores, Nos invocamos las bendiciones de Dios sobre vosotros y sobre vuestros seres queridos.


*ORe (Buenos Aires), año VII, n°337, p.1.

 



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