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DISCURSO DE SU SANTIDAD PÍO XII
A UN GRUPO DE MÉDICOS ESPAÑOLES CON OCASIÓN
DEL 25 ANIVERSARIO DE SU PROFESIÓN
*

Domingo 8 de junio de 1958

 

Si es siempre cosa grata volver atrás, con la imaginación, en la carrera de los años, para vivir de nuevo aquellos tiempos tan serenos, que fueron los días de la juventud, ¿cuánto más no lo será —hijos amadísimos, médicos barceloneses, que celebráis las bodas de plata con vuestra profesión— cuando se trata de evocar las jornadas transcurridas en los claustros universitarios, en aquellas aulas y aquellos estudios, que os sonreían, llenos de promesas?

Enhorabuena, hijos queridísimos, en tan dichosa ocasión, y gracias mil por este gesto tan filial de haber querido venir a celebrar este aniversario en torno a vuestro Padre común, manifestando una vez más esa profunda fe, que os ha iluminado en los pasados lustros, os alegra en los momentos presentes y os promete su poderosa ayuda para el porvenir.

1. – Que haya sido la fe luz de vuestra vida en los veinticinco años que acaban de pasar, lo sabéis vosotros muy bien, médicos católicos, para quienes el ejercicio de la profesión habrá sido ocasión de comprobar la necesidad de coordinar los progresos de vuestra ciencia con los principios inalterables de la moral cristiana. Más de una vez Nos mismo, a petición de insignes colegas vuestros, hemos precisado los términos de esta coordinación. Hoy queremos sencillamente apelar a vuestro testimonio y preguntaros, si no es cierto que, sin esta moral, es imposible que vuestra misión conserve aquella dignidad, aquel honor y aquella estima, que necesita incluso para procurarse la debida confianza de vuestros clientes, la cual tanto facilitará vuestro trabajo.

Luz, pues, que os separa el campo de lo lícito y de lo ilícito. Pero luz también, que os hace ver en los enfermos un cuerpo, que es habitación de un alma; que os presenta a vuestros semejantes como hijos de un mismo Padre celestial y, por consiguiente, como hermanos vuestros; que enciende en vuestros corazones el santo fuego de la caridad, para curar no solamente por oficio, sino principalmente por amor; que os recuerda que algo podéis, pero en cuanto que sois instrumentos de Aquel, que es el único capaz de sanar los cuerpos y las almas; que, en fin, os hace ver el valor y la grandeza de los sacrificios, que vuestro trabajo os impone.

De todo corazón damos gracias al Señor, por tanta luz como hasta hoy se ha dignado derramar sobre vosotros a lo largo del sendero de vuestra vida.

2. – Pero os mirarnos a los ojos, médicos amadísimos, y Nos parece ver vuestras almas rebosantes de contento; un contento que no se explica solamente con el gozo de la hora presente, sino que más bien queremos interpretar como la legítima satisfacción de quien, al volver atrás la mirada, siente que, gracias a su fe, ha cumplido siempre con su deber.

¡Oh, sí, bendita fe, que en estos momentos os permite presentaros ante vuestro Padre con los ojos limpios; bendita fe, que os da como justo premio esa tranquilidad de conciencia, que en el mundo no tiene precio; bendita fe, que os hace ir al encuentro de vuestros enfermos, o recibirles en vuestras clínicas o en vuestras consultas, con la frente alta, bendita fe, que os permite poneros en la presencia de Dios sin temor, y dirigirle vuestras súplicas sin embarazo ni rebozo!

Hacer una pausa en la vida es cosa al alcance de muchos; sentir, al hacerla, que se amontonan en el recuerdo alegrías y dolores, horas felices y horas tristes, memorias serenas y evocaciones angustiosas, es cosa que puede sucederle a más de uno; pero obtener que, por encima de todo, —como sol que reluce sobre un campo de nubes— domine un sentimiento de suave consuelo y de amable paz en el Señor, es cosa reservada a las almas, que han sabido vivir su fe y no abandonar jamás el recto cansino.

3. – Sin embargo es menester no detenerse, porque la vida empuja y hay que proceder adelante sin vacilar. Veinticinco años a las espaldas son como la preparación para otros muchos que ante vosotros se presentan acaso llenos de incógnitas y de problemas, no solamente bajo el aspecto puramente humano, sino también en un sentido profesional, en el terreno vuestro, donde los enormes progresos y adelantos de la ciencia y de la técnica moderna no siempre van contrapesados con un desarrollo paralelo en el campo religioso y moral, con evidente riesgo de la armonía vital del conjunto. Algo así como si se habitase en un palacio imponente que, por ser ampliado en forma inarmónica y desproporcionada, podría, de un momento a otro, derrumbarse sobre vuestras cabezas.

« Nolite timere », hijos amadísimos, no tengáis miedo, los que hasta aquí habéis sabido vivir de fe. Es cierto que el horizonte se presenta cargado de densas nubes y que por todos los lados parece que acecha el huracán; es verdad que el materialismo y el egoísmo se insinúan por todas partes con tanta insistencia y tanta malicia, que no se sabe como detenerlos; pero quien vive de fe, quien hasta ahora ha sabido encontrar en ella todos los remedios necesarios, puede estar cierto de que en los años venideros igualmente le ofrecerá su apoyo y su fuerza, su estabilidad y su seguridad, su socorro y su ayuda, con tal de que vosotros no abandonéis aquellas fuentes de gracia —oración, sacramentos, mortificación cristiana—, donde ella misma crece y se consolida.

Médicos barceloneses: a mucho habéis de aspirar, como médicos, si queréis corresponder al renombre mundial que vuestra ciudad ha alcanzado, sobre todo en algunas especialidades, como la oftalmología; pero es mucho más lo que Nos esperarnos de vosotros, como cristianos, si queréis ser dignos hijos de vuestro pueblo, de vuestra región y de vuestra patria. Que Dios las bendiga de modo especialísimo, y con ellas a vosotros, a vuestros familiares presentes y ausentes, a vuestros enfermos y vuestro trabajo, y a todo cuanto en estos momentos lleváis en el pensamiento y en el corazón.


* Discorsi e Radiomessaggi, vol XX, págs. 187-189.

 



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