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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA VII ASAMBLEA GENERAL
DE LA FEDERACIÓN BÍBLICA CATÓLICA

 

Al reverendísimo
VINCENZO PAGLIA
Presidente de la Federación
bíblica católica

"¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la verdad y revestidos de la justicia como coraza, calzados los pies con el celo por el evangelio de la paz" (Ef 6, 14-15). Con estas palabras del apóstol san Pablo me complace saludar a los delegados y a todos los participantes en la VII asamblea general de la Federación bíblica católica, que se celebra en Dar es Salaam del 24 de junio al 3 de julio de 2008, dedicada al tema: "La palabra de Dios, fuente de reconciliación, de justicia y de paz". La asamblea general es siempre una oportunidad privilegiada para que los miembros de la Federación bíblica católica escuchen juntos la palabra de Dios y renueven su servicio a la Iglesia, llamada a anunciar el evangelio de la paz.

El hecho de que vuestro encuentro se esté celebrando en Dar es Salaam es un gesto importante de solidaridad con la Iglesia en África, sobre todo con vistas al Sínodo especial para África del año próximo. "La Iglesia tiene el deber permanente de escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio" (Gaudium et spes, 4). El mensaje que lleváis a Dar es Salaam es claramente un mensaje de amor a la Biblia y de amor a África. El tema de vuestra asamblea general atrae la atención hacia el modo como la palabra de Dios puede restituir a la humanidad la reconciliación, la justicia y la paz. Esta es la palabra de vida que la Iglesia tiene que ofrecer a un mundo quebrantado. "Somos embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios!" (2 Co 5, 20). Ojalá que el continente africano establezca el contexto para la lectio divina que os sostendrá durante estos días, y que vuestros esfuerzos ayuden a la Iglesia en África a "proseguir su misión evangelizadora, para atraer a los pueblos del continente al Señor, enseñándoles a observar cuanto él ha mandado (cf. Mt 28, 20)" (Ecclesia in Africa, 6).

El cristianismo es la religión de la palabra de Dios, "no una palabra escrita y muda, sino encarnada y viva" (san Bernardo, S. Missus est 4, 11: PL 183, 86). Sólo Cristo, la Palabra eterna de Dios vivo, por el Espíritu Santo, puede abrir nuestra mente para comprender las Escrituras (cf. Lc 24, 15; Catecismo de la Iglesia católica, n. 108). Por tanto, os animo cordialmente no sólo a seguir dando a conocer la gran importancia de las Escrituras para la experiencia contemporánea de los católicos y particularmente para las generaciones más jóvenes, sino también a ayudarles a interpretarlas desde la perspectiva central de Cristo y de su misterio pascual.

La comunidad de creyentes puede ser fermento de reconciliación, pero sólo lo será si "permanece dócil al Espíritu y da testimonio del Evangelio, sólo si lleva la cruz como Jesús y con Jesús" (Homilía durante la santa misa en la solemnidad de Pentecostés, 11 de mayo de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de mayo de 2008, p. 3). A este respecto, deseo hacer mía una reflexión del siervo de Dios Papa Juan Pablo II, que dijo: "¿Cómo anunciar el evangelio de la reconciliación sin comprometerse al mismo tiempo en la obra de la reconciliación de los cristianos?" (Ut unum sint, 98). Que esta observación también encuentre su camino en vuestras actividades de estos días. Que el Espíritu Santo guíe siempre vuestro corazón con la fuerza unificadora de la palabra de Dios.

Todos los cristianos están llamados a imitar la apertura de María, que, "acogió en su corazón y en su cuerpo la Palabra de Dios y dio la Vida al mundo" (Lumen gentium, 53). Que los pueblos de África reciban esta Palabra como fuente vivificante de reconciliación y justicia, y especialmente de la paz verdadera que sólo viene del Señor resucitado.

Encomendándoos a la misma Virgen María, Sede de la Sabiduría, a todas las personas reunidas para esta asamblea general, os imparto cordialmente mi bendición apostólica.

Vaticano, 12 de junio de 2008.

 

BENEDICTO PP. XVI



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