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MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI
A UN CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE EL TEÓLOGO
HANS URS VON BALTHASAR

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres señoras y señores:

Con gran placer me uno espiritualmente a vosotros en la celebración del centenario del nacimiento de Hans Urs von Balthasar, insigne teólogo suizo, al que tuve la alegría de conocer y tratar. Creo que su reflexión teológica conserva intacta hasta hoy una gran actualidad e impulsa aún a muchos a adentrarse cada vez más en la profundidad del misterio de la fe, llevados de la mano por un guía tan autorizado. En una ocasión como esta es fácil caer en la tentación de volver a los recuerdos personales, a causa de la sincera amistad que nos unía y por los numerosos trabajos que emprendimos juntos, afrontando los numerosos desafíos de aquellos años. La fundación de la revista Communio, inmediatamente después del concilio Vaticano II, es el signo más evidente de nuestro compromiso común en la investigación teológica. Sin embargo, ahora no quiero hablar de recuerdos, sino más bien de la riqueza de la teología de von Balthasar.

Había hecho del misterio de la Encarnación el objeto privilegiado de su estudio, pues veía en el triduum paschale —como tituló significativamente uno de sus escritos— la forma más expresiva de esta inmersión de Dios en la historia del hombre. En efecto, en la muerte y resurrección de Jesús se revela plenamente el misterio del amor trinitario de Dios. La realidad de la fe encuentra aquí su belleza insuperable. En el drama del misterio pascual Dios vive plenamente el hacerse hombre, pero, al mismo tiempo, llena de significado el actuar del hombre y da contenido al compromiso del cristiano en el mundo. En esto Von Balthasar veía la lógica de la revelación: Dios se hace hombre para que el hombre pueda vivir la comunión de vida con Dios. En Cristo se ofrece la verdad última y definitiva a la pregunta por el sentido que cada uno se plantea. La estética teológica, la dramática y la lógica constituyen la trilogía donde estos conceptos encuentran amplio espacio y aplicación convencida. Puedo atestiguar que su vida fue una búsqueda genuina de la verdad, que entendía como una búsqueda de la Vida verdadera. Buscó por doquier las huellas de la presencia de Dios y de su verdad: en la filosofía, en la literatura, en las religiones, llegando siempre a romper los circuitos que a menudo mantienen a la razón prisionera de sí misma, y la abrió a los espacios de lo infinito.

Hans Urs von Balthasar fue un teólogo que puso su investigación al servicio de la Iglesia, porque estaba convencido de que la teología debía tener como connotación la eclesialidad. La teología, tal como la concebía, debía conjugarse con la espiritualidad, pues sólo así podía ser profunda y eficaz. Precisamente reflexionando sobre este aspecto, escribió: "La teología científica, ¿comienza sólo con Pedro Lombardo? Y, sin embargo, ¿quién ha hablado del cristianismo más adecuadamente que san Cirilo de Jerusalén, Orígenes en sus homilías, san Gregorio Nacianceno y el maestro de la reverencia teológica: el Areopagita? ¿Quién osaría poner objeciones a alguno de los Padres? Entonces se sabía lo que era el estilo teológico, la unidad natural, obvia, tanto entre la actitud de fe y la científica como entre la objetividad y la reverencia. La teología, mientras era obra de santos, fue teología orante. Por eso, su conversión en oración, su fecundidad por la oración y su poder de generarla han sido inmensamente grandes" (Verbum Caro. Saggi teologici I, Brescia 1970, p. 228). Son palabras que nos llevan a reconsiderar el lugar que corresponde a la investigación en la teología. Su exigencia de carácter científico no se sacrifica cuando se pone a la escucha religiosa de la palabra de Dios, que vive con la vida de la Iglesia y tiene la fuerza de su Magisterio. La espiritualidad no atenúa el valor científico, sino que imprime al estudio teológico el método correcto para poder llegar a una interpretación coherente.

Una teología así concebida llevó a Von Balthasar a una profunda lectura existencial. Por eso, uno de los temas centrales que le gustaba estudiar era el de mostrar la necesidad de la conversión. El cambio del corazón era para él un punto central; en efecto, sólo de este modo la mente se libera de los límites que le impiden acceder al misterio y los ojos se vuelven capaces de fijar la mirada en el rostro de Cristo.

En una palabra, comprendió profundamente que la teología sólo puede desarrollarse con la oración que capta la presencia de Dios y se abandona a él con obediencia. Este es un camino que vale la pena recorrer hasta el final. Esto exige evitar senderos unilaterales, que sólo alejan de la meta, y compromete a no seguir modas que fragmentan el interés por lo esencial.

El ejemplo que Von Balthasar nos ha dejado es más bien el de un verdadero teólogo, que en la contemplación había descubierto la acción coherente con vistas al testimonio cristiano en el mundo. En esta significativa circunstancia lo recordamos como un hombre de fe, un sacerdote que en la obediencia y en el ocultamiento no buscó nunca el éxito personal sino que, con pleno espíritu ignaciano, deseó siempre la mayor gloria de Dios.

Con estos sentimientos, os deseo a todos que continuéis con interés y entusiasmo el estudio de la obra de Von Balthasar y encontréis los caminos para su aplicación eficaz. Sobre vosotros y sobre los trabajos del congreso imploro del Señor abundantes dones de luz, en prenda de los cuales imparto a todos una especial bendición.

Vaticano, 6 de octubre de 2005

BENEDICTUS PP. XVI



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