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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL NUEVO EMBAJADOR DE RUANDA ANTE LA SANTA SEDE
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Jueves 16 de junio de 2005

 

Señor embajador:

Me alegra acoger a su excelencia con ocasión de la presentación de las cartas que lo acreditan como embajador extraordinario y plenipotenciario de la República de Ruanda ante la Santa Sede. Le doy las gracias a su excelencia por haberme transmitido el saludo de su excelencia el señor Paul Kagamé, presidente de la República. Le ruego que, al volver, le transmita mis mejores deseos para su misión y para todo el pueblo ruandés.

Señor embajador, ha destacado usted que su gobierno está dispuesto a desarrollar cada vez más las relaciones que existen entre la República de Ruanda y la Santa Sede, de cuyo establecimiento se conmemoró el cuadragésimo aniversario en el año 2004. Esta colaboración se funda en la voluntad común, dentro del respeto de las prerrogativas de cada uno, de ofrecer a todos los habitantes sin excepción las condiciones de una convivencia que les permita participar cada vez más en el progreso humano y espiritual de su país, marcado por su historia reciente.

En efecto, el año pasado se celebraron las ceremonias de conmemoración del genocidio, recordando a los ruandeses y al mundo entero el terrible drama acaecido en 1994, que ha dejado profundas heridas en el entramado social, económico, cultural y familiar del país. ¡Cómo no sentirse hoy llamados a trabajar sin descanso en favor de la paz y la reconciliación, a fin de preparar un futuro sereno para las generaciones presentes y futuras! Esto supone ante todo interrogarse en conciencia sobre las causas profundas de esa tragedia, para que arraigue en las mentes y en los corazones el imperioso deber de aprender a vivir como hermanos y rechazar la barbarie en todas sus formas.

Esto requiere también que se garanticen las condiciones de seguridad que permiten un armonioso funcionamiento de las instituciones democráticas. De igual modo, es importante garantizar los derechos fundamentales de todos los ciudadanos, haciendo que accedan a una justicia equitativa, ejercida en plazos convenientes, que sirva a la verdad y evite el miedo, la venganza, la impunidad y las desigualdades. Es de esperar que los esfuerzos actuales para poner en práctica una justicia verdaderamente reconciliadora contribuyan a la consolidación de la unidad nacional y determinen las opciones políticas, económicas y sociales, que favorezcan un desarrollo duradero del país, una dignidad recobrada para todos sus habitantes y una mayor estabilidad en la región de los Grandes Lagos.

He apreciado las palabras con las que su excelencia puso de relieve el papel positivo que ha desempeñado la Iglesia católica en el proceso de reconstrucción nacional. En efecto, la Iglesia está fuertemente implicada en el camino de reconciliación y perdón, mediante las intervenciones de sus obispos, con los que me encontré aquí recientemente, mediante sus numerosas instituciones en el campo caritativo, educativo y sanitario, así como mediante una pastoral orientada a sanar los corazones y ayudarles a descubrir la alegría de vivir como hermanos. En este año dedicado a la Eucaristía, los fieles y los pastores están particularmente interesados en celebrar, el domingo, el sacramento de la unidad, en el que encuentran un vigor nuevo para convertirse en artífices de comunión y de esperanza. Como recordé al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, la Iglesia "no pide ningún privilegio para sí, sino únicamente las condiciones legítimas de libertad y de acción para su misión" (Discurso del 12 de mayo de 2005: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de mayo de 2005, p. 10). Es de desear que un diálogo continuo con las autoridades de su país contribuya a hacer que se perciba cada vez mejor el deseo de la Iglesia católica de participar activamente en el desarrollo humano y espiritual de todos los ruandeses. Estos vínculos de colaboración confiada son necesarios para que cumpla cada vez con mayor eficacia su misión y para trabajar en favor de la fraternidad y la paz, respetando las características específicas de las comunidades humanas y religiosas que componen la nación. La actual elaboración de los acuerdos sobre la educación y sobre la sanidad testimonian la voluntad común de trabajar, dentro del respeto de la misión de cada uno, por la construcción de una nación más unida y solidaria.

En el momento en que inicia su misión ante la Santa Sede, le expreso mis mejores deseos para su feliz cumplimiento. Tenga la seguridad de que entre mis colaboradores encontrará siempre la acogida atenta y comprensiva que pueda necesitar.

Sobre su excelencia, sobre su familia, sobre sus colaboradores, así como sobre todo el pueblo ruandés y sus dirigentes, invoco de todo corazón la abundancia de las bendiciones divinas.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.25, p.9.

 



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