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ALOCUCIÓN DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LA SECRETARÍA DE ESTADO


Sábado 21 de mayo de 2005

 

Eminencia;
excelencias;
queridos colaboradores y colaboradoras: 

He venido sin palabras escritas, pero con sentimientos de profunda gratitud en el corazón y también con la intención de aprender. Voy aprendiendo poco a poco algo sobre la estructura de la Secretaría de Estado y, sobre todo, cada día llega una gran cantidad de documentación, de trabajo hecho en esta Secretaría de Estado. Así, gracias a la multiplicidad, la densidad y también la competencia que reflejan esos trabajos, puedo apreciar lo que se hace aquí, en estas oficinas.

Aunque normalmente no podemos vivir la vida de los ángeles, para hacer referencia a las agudas palabras del cardenal secretario de Estado, sino más bien la vida de los "peces", de los hombres, precisamente así cumplimos nuestro deber. Si se piensa en las grandes administraciones internacionales, por ejemplo, en la administración europea, de cuyo número de empleados me ha informado monseñor Lajolo, nosotros somos realmente muy pocos. Es un gran honor para la Santa Sede el hecho de que un número tan escaso de personas haga un trabajo tan grande en favor de la Iglesia universal.

Este gran trabajo hecho por un número escaso de personas demuestra la asiduidad y la entrega con que se trabaja realmente. A la competencia y a la profesionalidad del trabajo que se realiza aquí, se suma también un aspecto particular, una profesionalidad particular:  el amor a Cristo, a la Iglesia y a las almas, forma parte de nuestra profesionalidad.

Nosotros no trabajamos, como dicen muchos del trabajo, para defender un poder. No tenemos un poder mundano, secular. No trabajamos por el prestigio, no trabajamos para hacer crecer una empresa o algo semejante. Nosotros trabajamos, en realidad, para que los caminos del mundo se abran a Cristo. En definitiva, todo nuestro trabajo, con todas sus ramificaciones, sirve precisamente para que su Evangelio, y así la alegría de la redención, pueda llegar al mundo.

En este sentido, también en los pequeños trabajos de cada día, aparentemente poco gloriosos, nos convertimos, como ha dicho el cardenal Sodano, en la medida de nuestras posibilidades, en colaboradores de la Verdad, es decir, de Cristo, en su actuar en el mundo, para que el mundo se convierta realmente en el reino de Dios.

Por tanto, sólo quiero expresar mi agradecimiento. Juntos prestamos el servicio que es propio del Sucesor de Pedro, el "servicio petrino":  confirmar a los hermanos en la fe.

 



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