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PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL FINAL DEL CONCIERTO
DEL CORO DOMSPATZEN DE RATISBONA


Capilla Sixtina, sábado 22 de octubre de 2005

 

Queridos amigos: 

Al final de esta hermosa ejecución musical, estoy seguro de interpretar el pensamiento de todos los presentes expresando viva gratitud a los componentes del coro Domspatzen de Ratisbona guiados magistralmente por su director Roland Büchner y acompañados por el organista Franz Josef Stoiber. Hemos podido gustar algunas estupendas piezas musicales, mientras nuestra mirada recorría las obras maestras de Miguel Ángel y de otros pintores famosos, cuyas creaciones artísticas se conservan aquí.

Al escuchar, venía de forma espontánea a la mente el salmo 84:  "¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! (...) Hasta el gorrión ha encontrado una casa —en alemán la palabra para decir gorriones es "spatzen"—, y la golondrina, un nido donde colocar sus polluelos:  tus altares, Señor de los ejércitos, rey mío y Dios mío. Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre" (vv. 2. 4-5). ¡Dichosos los muchachos de este famoso coro, que han podido cantar las alabanzas de Dios en el estupendo escenario de la capilla Sixtina! Y ¡dichosos también nosotros que, escuchando su canto, hemos sintonizado con su alabanza!

En nombre de todos quisiera expresar una  vez más al director del coro y al organista, así como a todos los Domspatzen mi felicitación por este hermosísimo concierto, que nos han brindado hoy en el sugestivo escenario de la capilla Sixtina. Interpretando en esta velada sobre todo a maestros del siglo XVIII, no sólo grandes nombres, sino también compositores poco conocidos fuera del ámbito eclesial, nos habéis dado una gran alegría precisamente con la variedad del programa. Todas las piezas que habéis interpretado pertenecen a una clase de música que, inspirada por la fe, lleva de nuevo a la fe y a la oración; es una música que despierta en nosotros la alegría en Dios. Al escucharla, recordaba mis años de Ratisbona, hermosos tiempos cuando, juntamente con mi hermano, también yo pude integrarme un poco en la familia de los Domspatzen.

Después de dirigir vuestro coro durante treinta años, mi hermano dijo:  "Dios no hubiera podido encomendarme una tarea más hermosa". Esto no fue sólo una acción de gracias personal por una llamada maravillosa, sino también la expresión de un deseo:  que los Domspatzen sigan siendo mensajeros de la belleza, mensajeros de la fe, mensajeros de Dios en este mundo, y que encuentren siempre, de acuerdo con su vocación principal, el centro de su actividad en el servicio litúrgico para gloria de Dios.

El orante del salmo 84 se ve a sí mismo como un gorrión que ha encontrado en los altares de Dios el lugar donde establecerse, el lugar donde poder vivir y ser "feliz". La imagen del gorrión es alegre; con ella el salmista quiere decir que toda su vida se ha transformado en un canto. Puede cantar y volar. El cantar mismo es casi volar, elevarse hacia Dios, anticipar de algún modo la eternidad, cuando podremos "cantar eternamente las alabanzas de Dios".

En esta perspectiva expreso a todos los presentes mi deseo más cordial, invocando sobre cada uno la bendición de Dios.



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