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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE SENEGAL, MAURITANIA, CABO VERDE
Y GUINEA BISSAU EN VISITA "AD LIMINA"


Lunes 20 de febrero de 2006

 

Queridos hermanos en el episcopado:

Me alegra acogeros mientras realizáis vuestra peregrinación a las tumbas de los Apóstoles, para reafirmar vuestra comunión con el Sucesor de Pedro y consolidar los vínculos de fe y de unidad entre vuestras Iglesias particulares y la Iglesia de Roma, así como con todo el cuerpo eclesial.

Agradezco al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Jean Noël Diouf, obispo de Tambacounda, la presentación que ha hecho de la realidad de la Iglesia en vuestra región. A través de vosotros, pastores de la Iglesia que está en Senegal, Mauritania, Guinea Bissau y Cabo Verde, me uno con el corazón y la oración a los pueblos cuyo cuidado pastoral se os ha encomendado.

Que Dios bendiga a los artífices de paz y de fraternidad que, en vuestros países, construyen relaciones de confianza y de apoyo mutuo entre las comunidades humanas y religiosas.

Vuestras Iglesias particulares presentan una gran diversidad de situaciones humanas y eclesiales que dificultan a veces una buena coordinación del trabajo de los pastores. Para cumplir la misión que habéis recibido del Señor y darle una fecundidad apostólica cada vez mayor, siguen siendo esenciales los vínculos efectivos de comunión. Así, al participar en los encuentros de vuestra Conferencia episcopal, no sólo encontráis un apoyo para el ejercicio del ministerio episcopal, sino que también manifestáis concretamente que el obispo no es un hombre solo, puesto que está siempre y continuamente con aquel a quien el Señor ha elegido como Sucesor de Pedro y con sus hermanos en el episcopado.

Caminando con su pueblo, el obispo debe suscitar, guiar y coordinar la acción evangelizadora, para que la fe aumente y se difunda entre los hombres. Desde esta perspectiva, el Evangelio debe estar plenamente arraigado en la cultura de vuestros pueblos. El regreso a ciertas prácticas de la religión tradicional, que constatáis a veces entre los cristianos, debe impulsar a buscar medios adecuados para renovar y fortalecer la fe a la luz del Evangelio, y para consolidar los fundamentos teológicos de vuestras Iglesias particulares, tomando lo mejor de la identidad africana.

En efecto, por su bautismo, el cristiano no debe considerarse excluido de la vida de su pueblo o de su familia, pero su existencia debe estar en total armonía con los compromisos que ha asumido; eso implica necesariamente una ruptura con las costumbres y los hábitos de su vida pasada, ya que el Evangelio es un don que se le hace, y que viene de lo alto. Para vivir con fidelidad a los compromisos bautismales, cada uno debe tener una sólida formación en la fe, con el fin de afrontar los nuevos fenómenos de la vida contemporánea, como el desarrollo de la urbanización, el desempleo de numerosos jóvenes, las seducciones materialistas de todo tipo o la influencia de ideas que provienen de todos los horizontes. El Compendio del Catecismo de la Iglesia católica ya ofrece a los fieles una exposición renovada y segura de las verdades de fe de la Iglesia católica, permitiendo que cada uno realice con toda claridad gestos acordes con el compromiso cristiano.

Queridos hermanos en el episcopado, en esta difícil obra de evangelización, vuestros sacerdotes son colaboradores generosos, a los que aliento cordialmente en sus compromisos apostólicos. Deseo vivamente que su formación inicial y permanente haga de ellos hombres equilibrados humana y espiritualmente, capaces de responder a los desafíos que deben afrontar tanto en su vida personal como en la pastoral.

Por tanto, dando a la formación humana e intelectual el lugar que le corresponde, se les debe proporcionar una sólida formación espiritual, para fortalecer su vida de intimidad con Dios en la oración y en la contemplación, y para permitirles discernir la presencia y la acción del Señor en las personas que están encomendadas a su cuidado pastoral. En la medida en que hagan una auténtica experiencia personal de Cristo, serán capaces de aceptar con generosidad la exigencia de la entrega de sí a Dios y a los demás, y de realizarla en el servicio humilde y desinteresado de la caridad.

Para favorecer la armonía en la Iglesia y contribuir a su dinamismo misionero, deseo que los miembros de los institutos de vida consagrada, cuyo constante servicio a la misión en vuestras diócesis alabo y agradezco, mantengan relaciones de confianza y colaboración con los pastores, viviendo una comunión profunda, no sólo dentro de cada comunidad, sino también con la Iglesia diocesana y universal. Ojalá que mediante la fidelidad a su vocación particular cada instituto manifieste siempre que sus obras son ante todo una expresión de la fe en el amor de Dios y que es poniendo este amor en el centro de la vida como responde realmente a las necesidades de los hombres.

Una de las tareas mediante las cuales la Iglesia en vuestra región manifiesta más visiblemente el amor al prójimo es su compromiso con vistas al desarrollo social. Numerosas estructuras eclesiales permiten a vuestras comunidades ponerse con eficacia al servicio de los más pobres, signo de su convicción de que el amor al prójimo, arraigado en el amor a Dios, es constitutivo de la vida cristiana. Así, "toda la actividad de la Iglesia es expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano" (Deus caritas est, 19). Pero el cristianismo no debe reducirse a una sabiduría puramente humana, ni confundirse con un servicio social, pues se trata también de un servicio espiritual. Sin embargo, para el discípulo de Cristo el ejercicio de la caridad no puede ser un medio al servicio del proselitismo, dado que el amor es gratuito (cf. ib., 31). Prestáis frecuentemente el servicio al hombre en colaboración con hombres y mujeres que no comparten la fe cristiana, sobre todo con musulmanes. Así, los esfuerzos realizados para un encuentro en la verdad de creyentes de diferentes tradiciones religiosas contribuyen a la realización concreta del bien auténtico de las personas y de la sociedad. Es necesario profundizar cada vez más las relaciones fraternas entre las comunidades, para favorecer un desarrollo armonioso de la sociedad, reconociendo la dignidad de cada persona y permitiendo a todos practicar libremente su religión.

Esta tarea de fomentar el desarrollo armonioso de la sociedad es especialmente urgente en Guinea Bissau, cuya población, en medio de grandes tensiones y laceraciones, aguarda aún una correcta orientación de las estructuras políticas y administrativas, consolidando su operatividad y su funcionamiento al servicio de una sociedad donde todos puedan ser artífices de un proyecto común. Sé que la Iglesia local se encuentra en primera línea en la promoción del diálogo y la cooperación entre todos los componentes de la nación; a través de la palabra iluminada por la fe, del testimonio constante de fidelidad al Evangelio y del generoso servicio pastoral, seguid siendo, amados pastores, puntos seguros de referencia y orientación para todos vuestros compatriotas.

Extendiendo ahora la mirada a los diversos países, veo que una de las prioridades pastorales de vuestras diócesis es, con razón, la familia cristiana. Sin ella, faltaría la unidad básica de vida y de construcción de la "familia de Dios", como la Iglesia en vuestro continente se reconoció y se propuso ser en la asamblea sinodal de 1994. No podrá considerarse realmente insertada o encarnada mientras el ideal cristiano de vida familiar no arraigue en el pueblo africano. El camino para ello no pasa por cambios que alteren el núcleo central de la doctrina sacramental y familiar de la Iglesia, sino por una fidelidad radical de los esposos a la vida nueva abrazada en el bautismo y por la reconducción al Evangelio de Jesucristo del matrimonio africano tradicional, elemento destacado de las culturas locales. Para alcanzar su grado más alto, estas culturas precisan del encuentro con Cristo, pero también él espera este encuentro para que el acontecimiento de la Encarnación llegue a su plenitud, dando la "estatura completa" (cf. Ef 4, 13) al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Esta, asumiendo los valores de las diversas culturas, se transforma en la novia, adornada con sus joyas, de la que habla el profeta Isaías (cf. Is 61, 10); y así también me complace veros, amadas diócesis de esta Conferencia episcopal. Adornaos con vuestras mejores joyas para Cristo Señor.

Queridos hermanos en el episcopado, al concluir nuestro encuentro, encomiendo a cada una de vuestras comunidades diocesanas a la Virgen María, Reina de África. Llevad el saludo cordial del Papa y su aliento a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles laicos de vuestras diócesis. Dios conceda a todos ser testigos fieles de su amor a los hombres. De corazón os imparto a todos una afectuosa bendición apostólica.



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