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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LA COMUNIDAD DEL SEMINARIO ROMANO MAYOR

 Sábado 25 de febrero de 2006

 

Queridos hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
queridos seminaristas;
hermanos y hermanas: 

Con gran placer me encuentro esta tarde entre vosotros, en el Seminario romano mayor, en una ocasión tan singular como es la fiesta de vuestra patrona, la Virgen de la Confianza. Os saludo con afecto a todos y os doy las gracias por haberme acogido con tanto cariño. De modo especial, saludo al cardenal vicario y a los obispos presentes; saludo al rector, monseñor Giovanni Tani, y le agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de los demás sacerdotes y de todos los seminaristas, a los que extiendo de buen grado mi saludo. Saludo asimismo a los jóvenes y a todos los que, desde las diversas parroquias de Roma, han venido a compartir con nosotros este momento de alegría.

Desde hacía tiempo esperaba la ocasión de venir personalmente a visitaros a vosotros, que formáis la comunidad del seminario, uno de los lugares más importantes de la diócesis. En Roma hay más seminarios, pero este es propiamente el seminario diocesano, como recuerda también su ubicación aquí, en Letrán, junto a la catedral de San Juan, la catedral de Roma. Por eso, siguiendo la tradición establecida por el amado Papa Juan Pablo II, he aprovechado esta fiesta para encontrarme con vosotros aquí, donde oráis, estudiáis y vivís fraternalmente, preparándoos para el futuro ministerio pastoral.

En verdad, es muy hermoso y significativo que veneréis a la Virgen María, Madre de los sacerdotes, con el singular título de Virgen de la Confianza. Esto hace pensar en un doble significado:  en la confianza de los seminaristas, que con su ayuda realizan su camino de respuesta a Cristo, que los ha llamado; y en la confianza de la Iglesia de Roma, y especialmente de su Obispo, que invoca la protección de María, Madre de toda vocación, sobre este vivero sacerdotal. Con su ayuda vosotros, queridos seminaristas, podéis prepararos hoy para vuestra misión de presbíteros al servicio de la Iglesia.

Hace poco, cuando me arrodillé para orar ante la venerada imagen de la Virgen de la Confianza en vuestra capilla, que constituye el corazón del seminario, pedí por cada uno de vosotros. Mientras tanto, pensaba en los numerosos seminaristas que han pasado por el Seminario romano y que después han servido con amor a la Iglesia de Cristo; pienso, entre otros, en don Andrea Santoro, asesinado recientemente en Turquía mientras rezaba. Así, invoqué a la Madre del Redentor, para que os obtenga también a vosotros el don de la santidad. Que el Espíritu Santo, que forjó el Corazón sacerdotal de Jesús en el seno de la Virgen y después en la casa de Nazaret, actúe en vosotros con su gracia, preparándoos para las tareas futuras que se os encomendarán.

Asimismo, es hermoso y adecuado que, junto a la Virgen Madre de la Confianza, veneremos hoy de modo especial a su esposo san José, en quien monseñor Marco Frisina se ha inspirado este año para su Oratorio. Le agradezco su delicadeza, porque eligió honrar a mi santo patrono, y me congratulo por esta composición, a la vez que doy las gracias de corazón a los solistas, a los coristas, al organista y a todos los miembros de la orquesta.

Este Oratorio, significativamente titulado "Sombra del Padre", me brinda la ocasión de poner de relieve que el ejemplo de san José, "hombre justo" —como dice el evangelista—, plenamente responsable ante Dios y ante María, constituye para todos un estímulo en el camino hacia el sacerdocio. Se nos muestra siempre atento a la voz del Señor, que guía los acontecimientos de la historia, y dispuesto a seguir sus indicaciones; siempre fiel, generoso y abnegado en el servicio; maestro eficaz de oración y de trabajo en el ocultamiento de Nazaret. Queridos seminaristas, os puedo asegurar que cuanto más avancéis, con la gracia de Dios, por el camino del sacerdocio, tanto más experimentaréis cuán rico es en frutos espirituales referirse a san José e invocar su ayuda en el cumplimiento diario del deber.

Queridos seminaristas, os expreso mis mejores deseos para el presente y el futuro. Los pongo en las manos de María santísima, Virgen de la Confianza. Los que se forman en el Seminario romano mayor aprenden a repetir la hermosa invocación "Mater mea, fiducia mea", que mi venerado predecesor Benedicto XV definió como su fórmula distintiva. Pido a Dios que estas palabras se graben en el corazón de cada uno de vosotros, y os acompañen siempre durante vuestra vida y vuestro ministerio sacerdotal. Así, podréis difundir en vuestro entorno, dondequiera que estéis, el aroma de la confianza de María, que es confianza en el amor providente y fiel de Dios.

Os aseguro que todos los días estaréis presentes en mi oración, ya que constituís la esperanza de la Iglesia de Roma. Y ahora con gozo os imparto de corazón la bendición apostólica a vosotros y a todos los presentes, así como a vuestros familiares y a quienes os acompañan en el camino hacia el sacerdocio.



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