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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A UN GRUPO DE SACERDOTES Y SEMINARISTAS
DE LA IGLESIA ORTODOXA DE GRECIA


Lunes 27 de febrero de 2006

 

Excelencia;
reverendísimos archimandritas,
sacerdotes,
seminaristas y demás participantes en la "visita de estudio" a Roma: 

Al acogeros con alegría y gratitud, con ocasión de la iniciativa de esta visita a Roma, deseo citar la exhortación que san Ignacio, el gran obispo de Antioquía, dirigió a los Efesios:  "Poned empeño en reuniros con más frecuencia para dar gracias a Dios y tributarle gloria. Porque, si os congregáis con frecuencia, se derriban las fortalezas de Satanás y por la concordia de vuestra fe se destruye la ruina que él os procura" (Efes. XIII, 1).

Para nosotros, cristianos de Oriente y Occidente, al inicio del segundo milenio las fuerzas del mal han actuado también en las divisiones que aún perduran entre nosotros. Sin embargo, durante los últimos cuarenta años, muchos signos consoladores y llenos de esperanza nos han permitido vislumbrar una nueva aurora, la del día en que comprenderemos plenamente que estar arraigados y fundados en la caridad de Cristo significa encontrar concretamente un camino para  superar nuestras divisiones a través de  una  conversión personal y comunitaria, el ejercicio de la escucha del otro y la oración en común por nuestra unidad.

Entre los signos consoladores de este itinerario exigente e irrenunciable, me complace recordar el desarrollo reciente y positivo de las relaciones entre la Iglesia de Roma y la Iglesia ortodoxa de Grecia. Después del memorable encuentro en el Areópago de Atenas entre mi amado predecesor el Papa Juan Pablo II y Su Beatitud Cristódulos, arzobispo de Atenas y de toda Grecia, se han llevado a cabo varios actos de colaboración y se han realizado iniciativas útiles para conocernos más a fondo y favorecer la formación de las generaciones más jóvenes.

El intercambio de visitas y de becas, y la cooperación en el campo editorial han resultado modos eficaces para promover el diálogo y profundizar la caridad, que es la perfección de la vida —como afirma también san Ignacio— y que, unida al principio, la fe, prevalecerá sobre las discordias de este mundo.

Agradezco de corazón a la Apostoliki Diakonía esta visita a Roma y los proyectos de formación que está desarrollando con el Comité católico para la colaboración cultural con las Iglesias ortodoxas en el ámbito del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos. Estoy seguro de que la caridad recíproca alimentará nuestra creatividad y nos hará recorrer caminos nuevos.

Debemos afrontar los desafíos que se plantean a la fe, cultivar el humus espiritual que ha nutrido durante siglos a Europa, reafirmar los valores cristianos, promover la paz y el encuentro, incluso en las condiciones más difíciles, profundizar los elementos de fe y de vida eclesial que pueden conducirnos a la meta de la comunión  plena  en la verdad y en la caridad, sobre todo ahora que el diálogo teológico oficial entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto reanuda su camino con renovado vigor.

En la vida cristiana la fe, la esperanza y la caridad van juntas. ¡Cuánto más auténtico y eficaz sería nuestro testimonio en el mundo de hoy, si comprendiéramos que el camino hacia la unidad nos exige a todos una fe más viva, una esperanza más firme y una caridad que sea verdaderamente la inspiración más profunda que alimenta nuestras relaciones recíprocas! Sin embargo, la esperanza se practica en la paciencia, en la humildad y en la confianza en Aquel que nos guía. La meta de la unidad entre los discípulos de Cristo, aunque parezca que no es inmediata, no nos impide vivir entre nosotros ya ahora en la caridad, en todos los niveles. No hay lugar ni tiempo en que el amor, según el modelo del de nuestro Maestro, Cristo, sea superfluo; no podrá por menos de acortar el camino hacia la comunión plena.

Os encomiendo la tarea de llevar la expresión de mis sentimientos de sincera caridad fraterna a Su Beatitud Cristódulos. Él estuvo con nosotros, aquí en Roma, en el funeral del Papa Juan Pablo II.

El Señor nos indicará los modos y los tiempos para renovar nuestro encuentro, en el clima gozoso de una reunión de hermanos.

Ojalá que vuestra visita tenga el éxito esperado. Os acompaña mi bendición.



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