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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL PRIMER GRUPO DE OBISPOS DE LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO
EN VISITA "AD LIMINA


Viernes 27 de enero de 2006

 

Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado: 

Me alegra dirigiros mi saludo fraterno, mientras realizáis vuestra visita ad limina Apostolorum. Al venir a fortalecer vuestros vínculos de comunión con el Obispo de Roma y, de este modo, con todo el Colegio episcopal, deseáis manifestar vuestra adhesión, así como la de todos vuestros fieles, al Sucesor de Pedro. Deseo que vuestra oración común ante las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, y vuestros encuentros con la Curia romana os procuren alegría y consuelo en vuestro ministerio, y os den nuevo impulso.

Saludo con afecto a los pastores y a los fieles de las provincias eclesiásticas de Kinshasa, Mbandaka-Bikoro y Kananga, en las que tenéis la misión de edificar el Cuerpo de Cristo y guiar al pueblo de Dios. En el momento en que los católicos de la República Democrática del Congo, juntamente con todas las personas de buena voluntad, se disponen a vivir acontecimientos importantes para el futuro de su nación, quisiera manifestar mi cercanía espiritual, elevando al Señor una ferviente oración para que perseveren, con firme esperanza, en la edificación de la paz y la fraternidad.

En estos últimos años vuestro país ha vivido al ritmo de conflictos sangrientos, que han dejado profundas cicatrices en la memoria de los pueblos. Durante esta tragedia, que ha afectado en particular al este de vuestro país, habéis denunciado, con vigorosos mensajes, los abusos actuales, exhortando a los protagonistas locales a dar prueba de responsabilidad y de valentía, para que las poblaciones puedan vivir en paz y con seguridad. Animo a la Conferencia episcopal a permanecer vigilante para acompañar, mediante un trabajo concertado y audaz, los progresos actuales.

Los tiempos fuertes de la vida eclesial han marcado estos años. Usted, señor cardenal, ha recordado el gran jubileo de la Encarnación. También ha señalado el año 2005, durante el cual se celebró el décimo aniversario de la publicación de la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Africa. Al convocar esa Asamblea, el Papa Juan Pablo II deseaba promover una solidaridad pastoral orgánica en el continente africano para que la Iglesia lleve un mensaje de fe, de esperanza y de caridad creíble a todos los hombres de buena voluntad, con vistas a un nuevo impulso misionero de las Iglesias particulares.

Ahora que algunas diócesis celebran el centenario de su evangelización, deseo que cada uno de vosotros procure analizar la cuestión central de la propuesta del Evangelio y saque sus consecuencias pastorales para la vida de las comunidades locales, a fin de que el celo apostólico de los pastores y de los fieles se renueve y la reconstrucción moral, espiritual y material una a las comunidades en una sola familia, signo de fraternidad para vuestros contemporáneos.

Con una atención cada vez mayor a las inspiraciones del Espíritu y una intimidad cada vez más profunda con Cristo, la Iglesia cumple su misión profética de anunciar el Evangelio con valentía y entusiasmo. Esta misión, a la que el Señor resucitado llama a sus discípulos, que no pueden sustraerse a ella, os corresponde a vosotros de un modo especial, queridos hermanos en el episcopado, puesto que "la actividad evangelizadora del obispo, orientada a conducir a los hombres a la fe o robustecerlos en ella, es una manifestación preeminente de su paternidad" (Pastores gregis, 26).

Por tanto, os exhorto a proclamar sin cesar, con el ejemplo y la santidad de vuestra vida estrechamente unida a Cristo, el Evangelio de Cristo y a dejaros renovar por él, recordando que la Iglesia vive del Evangelio, sacando continuamente de él orientaciones para su camino. El Evangelio puede iluminar a fondo las conciencias y transformar desde el interior las culturas, a condición de que cada fiel se deje alcanzar en su vida personal y comunitaria por la palabra de Cristo, que invita, mediante una conversión auténtica y duradera, a una respuesta de fe personal y adulta, con vistas a una fecundidad social y a una fraternidad entre todos. Que vuestra caridad, vuestra humildad y vuestra sencillez de vida sean también para vuestros sacerdotes y vuestros fieles un testimonio estimulante, para que todos progresen de verdad por el camino de la santidad.

Señaláis la necesidad de llevar a cabo una profunda evangelización de los fieles. Las comunidades eclesiales vivas, presentes en todos los lugares de vuestras diócesis, reflejan bien esta evangelización de cercanía que hace a los fieles cada vez más adultos en su fe, con espíritu de fraternidad evangélica, según el cual todos se esfuerzan por analizar juntos los diversos aspectos de la vida eclesial, sobre todo la oración, la evangelización, la atención a los más pobres y la autofinanciación de las parroquias. Estas comunidades constituyen también una valiosa defensa contra la ofensiva de  las sectas, que explotan la credulidad de los fieles y los confunden, proponiéndoles una falsa visión de la salvación y del Evangelio, y una moral complaciente.

Desde esta perspectiva, os animo a vigilar con la máxima atención la calidad de la formación permanente de los responsables de estas comunidades, principalmente de los catequistas, cuya entrega y espíritu eclesial aprecio, y a procurar que dispongan de las condiciones espirituales, intelectuales y materiales que les permitan cumplir lo mejor posible su misión, bajo la responsabilidad de los pastores. Velad también para que estas comunidades eclesiales vivas sean verdaderamente misioneras, deseosas no sólo de acoger el Evangelio de Cristo, sino también de testimoniarlo ante los hombres.

Los fieles, alimentados con la palabra de Cristo y los sacramentos de la Iglesia, encontrarán la alegría y la fuerza necesarias para el testimonio valiente de la esperanza cristiana. Sobre todo en estos tiempos, particularmente decisivos para la vida de vuestro país, recordad a los fieles laicos que es urgente que promuevan la renovación del orden temporal,  exhortándolos a "ejercer en el tejido social un influjo dirigido a transformar no solamente las mentalidades, sino las mismas estructuras de la sociedad, de modo que se reflejen mejor los designios de Dios sobre la familia humana" (Ecclesia in Africa, 54).

Mi pensamiento se dirige afectuosamente  a  todos  vuestros sacerdotes, diocesanos y miembros de institutos, colaboradores del orden episcopal, establecidos por Cristo como ministros al servicio del pueblo de Dios y de todos los hombres. Conozco las difíciles condiciones en las que muchos de ellos cumplen su misión, y les agradezco su servicio, a menudo heroico, con vistas al crecimiento espiritual de sus comunidades. Con vuestra presencia estable en vuestras diócesis, manifestadles vuestra cercanía, desarrollando una capacidad de diálogo confiado con ellos y estando atentos a su crecimiento humano, intelectual y espiritual para que, mediante la búsqueda de la santidad en el ejercicio mismo de su ministerio, sean auténticos educadores de la fe y modelos de caridad para los fieles.

Os corresponde asimismo exhortar a vuestros sacerdotes a la excelencia en la vida espiritual y moral, recordándoles en particular  el vínculo único que une al sacerdote con Cristo, y cuyo celibato sacerdotal, vivido en la castidad perfecta, manifiesta la profundidad y el carácter vital. Velad también por su formación permanente, para que puedan penetrar cada vez más a fondo en el misterio de Cristo. Que iluminen la conciencia de los fieles y edifiquen comunidades cristianas sólidas y misioneras con sus raíces y su centro en la Eucaristía, que ellos presiden en nombre de Cristo.

"Todos los presbíteros, junto con los obispos, participan del único y mismo sacerdocio y ministerio de Cristo, de manera que la unidad misma de consagración y misión exige su comunión jerárquica con el orden episcopal" (Presbyterorum ordinis, 7). Desde esta perspectiva, también os animo a desarrollar cada vez más los vínculos de comunión en el seno de vuestro presbiterio diocesano. Como señaláis en vuestras relaciones quinquenales, la persistencia de los conflictos a veces afecta negativamente a la unidad del presbiterio, favoreciendo el desarrollo del tribalismo y de luchas de poder nefastas para la edificación del Cuerpo de Cristo, y fuente de confusión para los fieles.

Os exhorto a cada uno a recuperar esta profunda fraternidad sacerdotal, que es propia de los ministros ordenados, para que realicen la unidad que atrae a los hombres hacia Cristo. Impulsad a vuestros sacerdotes a animarse mutuamente en la práctica de la caridad fraterna, proponiéndoles en particular algunas  formas de vida comunitaria, para  ayudarles a crecer juntos en la santidad, con fidelidad a su vocación y a su misión, en plena comunión con vosotros.

A vosotros os corresponde prestar una atención constante a la calidad de la formación de los futuros sacerdotes. Con vosotros, doy gracias por la generosidad de numerosos jóvenes que, habiendo escuchado la llamada de Cristo a ponerse a su servicio como sacerdotes en la Iglesia, son admitidos a proseguir su discernimiento en los seminarios. Pero es importante —se trata de una exigencia pastoral para el obispo, primer representante de Cristo en la formación sacerdotal— que la Iglesia cumpla cada vez más su grave responsabilidad en el acompañamiento y en el discernimiento de las vocaciones sacerdotales.

Esto vale en especial para la elección de los formadores, cuyo exigente trabajo alabo aquí, en torno a los cuales, bajo la autoridad del rector, se edifica la comunidad del seminario. Que su madurez humana y espiritual, su amor a la Iglesia y su prudencia pastoral les ayuden a cumplir con justicia y seguridad la  hermosa  misión de comprobar las capacidades  espirituales,  humanas  e intelectuales de los candidatos al sacerdocio.

Para concluir, hago mías las observaciones que los padres sinodales expresaron muy acertadamente sobre las aptitudes fundamentales que se deben adquirir con vistas a un ministerio sacerdotal fecundo:  "Hay que preocuparse de formar a los futuros sacerdotes en los verdaderos valores culturales de sus respectivos países, en el sentido de la honradez,  la responsabilidad y la fidelidad a la  palabra  dada, (...)  de modo que sean  sacerdotes espiritualmente firmes y  disponibles,  entregados  a la causa del Evangelio, capaces de administrar con transparencia los bienes de la Iglesia y de llevar una vida sencilla, de acuerdo con su ambiente" (Ecclesia in Africa, 95).

Queridos hermanos en el episcopado, al final de nuestro encuentro, os invito a la esperanza. La buena nueva se anuncia desde hace más de un siglo en vuestra tierra. Doy gracias al Señor por el trabajo generoso de todos los agentes de la evangelización, entre los cuales figuran numerosos misioneros, que han permitido la implantación y el crecimiento de vuestra Iglesia. Hoy os animo a proseguir con valentía la evangelización que vuestros predecesores iniciaron. Iglesia de Dios en la República democrática del Congo, ¡no pierdas jamás la alegría de creer y de dar a conocer el Evangelio de Cristo Salvador! Que vuestras comunidades, sostenidas por los testigos de la fe en vuestro país, sobre todo por la beata María Clementina Anuarite Nengapeta y el beato Isidoro Bakanja, sean signos proféticos de una humanidad renovada por Cristo, humanidad sin rencor ni miedo.

Encomendándoos a la maternal intercesión de la Virgen María, os imparto de  buen  grado  una afectuosa bendición apostólica a vosotros, así como a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los catequistas y a todos los fieles laicos de vuestras diócesis.



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