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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CAMERÚN
EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 18 de marzo de 2006

 

Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

Me alegra daros una cordial bienvenida, mientras realizáis vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, saludando especialmente a los que este año realizan su primera visita ad limina. Habéis venido a reuniros con el Sucesor de Pedro para confirmar los vínculos de comunión que os unen a él. Durante nuestros encuentros he estado atento a vuestras alegrías y preocupaciones de pastores de la Iglesia en Camerún. Os aseguro mi oración por vuestro ministerio episcopal y por vuestras comunidades diocesanas. Ojalá que vuestra estancia fortalezca vuestro dinamismo misionero y acreciente entre vosotros la unidad en la caridad, para guiar con justicia y seguridad a los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral.

Agradezco al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Simon-Victor Tonyé Bakot, arzobispo de Yaundé, sus cordiales palabras y su presentación de los desafíos que afronta hoy la Iglesia en Camerún. Al volver a vuestra patria, llevad a todos los fieles de vuestras diócesis el saludo afectuoso del Papa, que los invita a dejarse renovar interiormente por Cristo para dar un testimonio de fraternidad y comunión que interpele cada vez más a la sociedad actual.

La vida de la Iglesia en Camerún quedó marcada el año pasado por la celebración del décimo aniversario de la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Africa, firmada en Yaundé en septiembre de 1995 por el Papa Juan Pablo II. Ese momento de gracia, vivido en la fe y en la esperanza, reveló una real solidaridad pastoral orgánica en todo el continente africano, que se manifestó sobre todo en los trabajos fecundos y estimulantes de la Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos. Ojalá que las intuiciones eclesiológicas y espirituales contenidas en ese texto, verdaderos antídotos contra el desaliento y la resignación, susciten en vuestras comunidades, así como en el seno de la Conferencia episcopal, un impulso nuevo para cumplir la misión salvífica que la Iglesia recibió de Cristo. Se trata de hacer que el Evangelio penetre en lo más profundo de las culturas y las tradiciones de vuestro pueblo, caracterizadas por la riqueza de sus valores humanos, espirituales y morales, sin dejar de purificar estas culturas, mediante una conversión necesaria, de lo que en ellas se opone a la plenitud de verdad y de vida que se manifiesta en Cristo Jesús. Esto también requiere anunciar y vivir la buena nueva, entablando sin temor un diálogo crítico con las culturas nuevas vinculadas a la aparición de la globalización, para que la Iglesia les lleve un mensaje cada vez más pertinente y creíble, permaneciendo fiel al mandato que recibió de su Señor (cf. Mt 28, 19).

Vuestras relaciones quinquenales señalan el contexto económico y social desfavorable, que incrementa el número de personas en situación de gran precariedad, debilitando el vínculo social y causando la pérdida de cierto número de valores tradicionales, como la familia, la comunión, la atención a los niños y a los jóvenes, el sentido de gratuidad, el respeto a los ancianos. La ofensiva de las sectas, que se aprovechan de la credulidad de los fieles para alejarlos de Cristo y de la Iglesia, las diferentes prácticas de religiosidad popular que florecen en las comunidades y que conviene purificar sin cesar, así como la devastación del sida, son otros tantos desafíos actuales a los que estáis llamados a dar respuestas teológicas y pastorales precisas, para evangelizar a fondo el corazón de los hombres y despertar su conciencia. Desde esta perspectiva, conviene ayudar a todos los miembros de la Iglesia sin excepción a cultivar una intimidad cada vez mayor con Cristo, alimentada con la palabra de Dios, con una intensa vida de oración y una vida sacramental regular. Guiadlos por los caminos de una fe más madura y más sólida, capaz de transformar a fondo los corazones y las conciencias, para que se entablen relaciones cada vez más fraternas y solidarias entre todos.

Con la palabra y el testimonio de vida debéis exhortar a los hombres a descubrir a Cristo mediante la fuerza del Espíritu y confirmarlos en la fe viva. Deseo que la riqueza de vuestras predicaciones, vuestra preocupación por promover una catequesis estructurada y garantizar una formación inicial y permanente exigente para los catequistas, y vuestro apoyo a la investigación teológica, así como la solicitud por vuestro ministerio de santificación, susciten un nuevo impulso de santidad en las comunidades. Así, los cristianos podrán ocupar su lugar y actuar con competencia en los campos de la vida social, la política y la economía, proponiendo a sus compatriotas una visión del hombre y de la sociedad conforme a los valores humanos fundamentales y a las enseñanzas de la doctrina social de la Iglesia.

La Iglesia está llamada a transformarse cada vez más en casa y escuela de comunión. Desde esta perspectiva, el trabajo realizado juntos con espíritu de caridad en vuestra Conferencia episcopal, compuesta por obispos de lengua francesa e inglesa, ya es en sí mismo un signo elocuente de la unidad que vivís, y sirve para llevar a cabo la evangelización de vuestro pueblo, marcado por diferencias étnicas. Os animo a continuar en esta dirección, mostrando con vuestras palabras y escritos cómo la Iglesia católica se preocupa por la promoción del bienestar y la dignidad de todos los cameruneses, sin excepción, y por la realización de sus profundas aspiraciones a la unidad, la paz, la justicia y la fraternidad.

Me alegra constatar el número creciente de sacerdotes y seminaristas que hay en vuestro país, y doy gracias también por el trabajo paciente de los misioneros que los han precedido, entregándose con generosidad y espíritu apostólico para edificar comunidades capaces de suscitar en su seno vocaciones sacerdotales. La búsqueda de la unidad al servicio de la misión os invita a estar atentos a los vínculos de comunión fraterna con vuestros sacerdotes. Aliento también a vuestros sacerdotes a dejarse renovar por la caridad pastoral que debe guiarlos a ellos que, por la ordenación, están configurados con Cristo, Cabeza y Pastor. Que cada uno medite sobre la entrega total que ha hecho de sí mismo a Dios y a la Iglesia, a imagen de la entrega de Cristo, y sobre las exigencias de la caridad pastoral, especialmente sobre la necesidad de una vida casta vivida en el celibato, en conformidad con la ley de la Iglesia, sobre un ejercicio justo de la autoridad y sobre una relación sana con los bienes materiales. A vosotros os corresponde sostenerlos en su vida sacerdotal, con vuestra cercanía y vuestro ejemplo, recordando que "si el oficio episcopal no se apoya en el testimonio de santidad manifestado en la caridad pastoral, en la humildad y en la sencillez de vida, acaba por reducirse a un papel casi exclusivamente funcional y pierde fatalmente credibilidad ante el clero y los fieles" (Pastores gregis, 11). No son principalmente nuestras acciones pastorales, sino la entrega de nosotros mismos y nuestro testimonio de vida lo que revela el amor de Cristo a su grey.

En vuestras relaciones quinquenales destacáis los mayores desafíos que afronta la familia. Sufre directamente los efectos devastadores de una sociedad que propone modos de actuar que frecuentemente la debilitan. Por eso, es preciso promover una pastoral familiar que ofrezca a los jóvenes una educación afectiva y moral exigente, preparándolos para comprometerse a vivir el amor conyugal de manera responsable, condición tan importante para la estabilidad de las familias y de toda la sociedad. Ojalá que mediante una formación inicial y permanente ayudéis a las familias cristianas a percibir la grandeza y la importancia de su vocación, exhortándolas sin cesar a renovar su comunión a través de la fidelidad diaria a la promesa de la entrega mutua total, única y exclusiva, que implica el matrimonio.

La Iglesia en Camerún se esfuerza constantemente por manifestar de manera específica y eficaz la caridad de Cristo hacia todos en los campos del desarrollo, la promoción humana, la justicia, la paz y la sanidad, mostrando la íntima relación que existe entre evangelización y acción social. Aprecio las iniciativas promovidas en este sentido y felicito a los cristianos comprometidos en ellas, en especial en el ámbito de la pastoral de la salud, puesta recientemente de relieve con ocasión de la Jornada mundial del enfermo, que se celebró el año pasado en Yaundé. Ese acontecimiento habrá contribuido seguramente a hacer cada vez más patente en la opinión pública el compromiso pastoral y la misión de la Iglesia entre los enfermos y en la educación para la salud básica, a fin de suscitar una colaboración fecunda con los interlocutores que trabajan en el sector de la sanidad.

Queridos hermanos en el episcopado, al final de nuestro encuentro deseo animaros a proseguir la obra de evangelización en vuestro país. También os invito a continuar consolidando, con espíritu de diálogo sincero y paciente, vivido en la verdad y en la caridad, relaciones fraternas con las demás confesiones cristianas y con los creyentes de otras religiones, para manifestar el amor de Cristo Salvador, que suscita en los hombres el deseo de vivir en paz y formar un pueblo de hermanos. La Iglesia en Camerún, en esa región de África central tan ensangrentada por las guerras, ha de ser un signo cada vez más tangible de esta paz por edificar, una paz que supera el repliegue en la propia identidad o etnia, que rechaza la tentación de la venganza o del resentimiento, y que establece relaciones nuevas entre los hombres, fundadas en la justicia y en la caridad.

Os encomiendo a todos a la intercesión de la Virgen María, Estrella de la evangelización, y os imparto de buen grado a vosotros, así como a los sacerdotes, los diáconos, los religiosos, las religiosas y todos los fieles laicos de vuestras diócesis, una particular bendición apostólica.



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