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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA CONFEDERACIÓN ITALIANA DE ARTESANOS
EN EL 60 ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN


Sábado 31 de marzo de 2007

 

Queridos amigos: 

Vuestra visita me es especialmente grata y os saludo cordialmente a cada uno. En particular, saludo a vuestro presidente, el señor Giorgio Natalino Guerrini, y le agradezco las amables y profundas palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Extiendo mi deferente saludo a los demás dirigentes y socios de vuestra Confederación, que tiene más de sesenta años de vida, llenos de intensa actividad.

En efecto, la Confederación de artesanos, fundada en 1946 según el principio de la adhesión libre y abierta a todo componente geográfico, sectorial y cultural del empresariado artesano y de las pequeñas empresas, ha dado una indudable contribución a la construcción de la moderna nación italiana. En algunos importantes aspectos, ha caracterizado su evolución social y económica, artística y cultural, y ha dado al progreso de Italia su estilo propio. En efecto, aunque hasta hace algunos decenios la palabra artesano evocaba algo "viejo y pintoresco", algo que se asociaba a la imagen del taller del herrero o del zapatero, hoy significa más bien autonomía, creatividad, personalización en la producción de bienes y servicios.

Queridos amigos, vuestra presencia me ofrece la oportunidad de reflexionar sobre un aspecto importante de la experiencia humana. Me refiero a la realidad del trabajo que, en el actual momento histórico, se encuentra en el centro de grandes cambios económicos y sociales, cambios que son cada vez más rápidos y complejos. En numerosas páginas de la Biblia se pone de relieve el auténtico sentido del trabajo humano, comenzando por el Génesis, donde leemos cómo el Creador modeló al hombre a su imagen y semejanza y lo invitó a trabajar la tierra (cf. Gn 2, 5-6).

Por tanto, el trabajo pertenece a la condición originaria del hombre. Por desgracia, a causa del pecado de los primeros padres se convirtió en fatiga y dolor (cf. Gn 3, 6-8), pero, no obstante eso, en el proyecto divino mantiene inalterado su valor. Y la Iglesia, fiel a la palabra de Dios, no cesa de recordar el principio según el cual "el trabajo está en función del hombre, y no el hombre en función del trabajo" (Laborem exercens, 6). Así, proclama sin cesar el primado del hombre sobre la obra de sus manos, y recuerda que todo —el capital, la ciencia, la técnica, los recursos públicos e incluso la propiedad privada— tiene por finalidad el verdadero progreso de la persona humana y el bien común.

Esto se ha hecho realidad felizmente en las empresas artesanas que vosotros representáis, inspiradas en las enseñanzas del Evangelio y en los principios de la doctrina social de la Iglesia. Me complace recordar aquí lo que afirma, a este propósito, el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, es decir, que "el trabajo en las pequeñas y medianas empresas, el trabajo artesanal y el trabajo independiente, pueden constituir una ocasión para hacer más humana la vivencia laboral, ya sea por la posibilidad de establecer relaciones interpersonales positivas en comunidades de pequeñas dimensiones, ya sea por las mejores oportunidades que se ofrecen a la iniciativa y al espíritu emprendedor" (n. 315).

Queridos artesanos, con ocasión del gran jubileo del año 2000 mi predecesor Juan Pablo II os dirigió unas significativas palabras, que conservan inalterada su actualidad y urgencia. Hoy quisiera dirigirlas simbólicamente a toda la Confederación de artesanos:  "Podéis fortalecer y concretar —os dijo el amado Pontífice— los valores que desde siempre caracterizan vuestra actividad:  el perfil cualitativo, el espíritu de iniciativa, la promoción de las capacidades artísticas, la libertad y la cooperación, la relación correcta entre tecnología y ambiente, el arraigo familiar y las buenas relaciones de vecindad". "La civilización artesana —añadió— ha sabido crear, en el pasado, grandes ocasiones de encuentro entre los pueblos, y ha transmitido a las épocas sucesivas síntesis admirables de cultura y fe" (Homilía, 19 de marzo de 2000, n. 5:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 24 de marzo de 2000, p. 12).

Queridos amigos, seguid conservando y valorando con tenacidad y perseverancia la cultura productiva artesana, que puede originar grandes ocasiones de equilibrado progreso económico y de encuentro entre hombres y pueblos. Como cristianos, además, vuestro compromiso ha de ser vivir y testimoniar el "evangelio del trabajo", conscientes de que el Señor llama a todos los bautizados a la santidad en sus ocupaciones diarias. A este propósito, observa san Josemaría Escrivá, un santo de nuestro tiempo, que "al haber sido asumido por Cristo, el trabajo se nos presenta como realidad redimida y redentora:  no sólo es el ámbito en el que el hombre vive, sino medio y camino de santidad, realidad santificable y santificadora" (Es Cristo que pasa, Homilías, n. 47).

Que os ayuden en esta tarea, que se convierte en valioso servicio a la evangelización, la Virgen María, que vivió en el ocultamiento laborioso, y san José, patrono de la Iglesia y vuestro protector especial. En la escuela de la Familia de Nazaret podéis aprender más fácilmente cómo conjugar una vida de fe coherente con la fatiga y las dificultades del trabajo, la ganancia personal y el compromiso de solidaridad con los necesitados.

A la vez que os renuevo la expresión de mi gratitud por vuestra visita, os aseguro un recuerdo particular en la oración por cada uno de vosotros y por vuestras diversas actividades, y de corazón os bendigo a vosotros y a vuestros seres queridos.



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