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VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI A BRASIL
CON OCASIÓN DE LA V CONFERENCIA GENERAL
DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE
(9-14 de mayo de 2007)

CEREMONIA DE BIENVENIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Aeropuerto de São Paulo
Miércoles 9 de mayo de 2007

 

Excelentísimo señor presidente de la República;
señores cardenales y venerados hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas en Cristo: 

1. Es para mí motivo de particular satisfacción iniciar mi visita pastoral a Brasil y presentar a vuestra excelencia, en calidad de jefe y representante supremo de la gran nación brasileña, mi agradecimiento por la amable acogida con que me han recibido. Extiendo este agradecimiento, de buen grado, a los miembros del Gobierno que acompañan a vuestra excelencia, a las personalidades civiles y militares aquí reunidas y a las autoridades del Estado de São Paulo. Señor Presidente, en sus palabras de bienvenida siento resonar los sentimientos de cariño y amor de todo el pueblo brasileño hacia el Sucesor del Apóstol Pedro.

Saludo fraternalmente en el Señor a mis queridos hermanos del episcopado, que han venido a recibirme en nombre de la Iglesia que está en Brasil. Saludo también a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los seminaristas y a los laicos comprometidos en la obra de evangelización de la Iglesia y en el testimonio de una vida auténticamente cristiana. Por último, dirijo mi afectuoso saludo a todos los brasileños sin distinción, hombres y mujeres, familias, ancianos, enfermos, jóvenes y niños. A todos digo de corazón:  ¡Muchas gracias por vuestra generosa hospitalidad!

2. Brasil ocupa un lugar muy especial en el corazón del Papa no solamente porque nació cristiano y posee hoy el mayor número de católicos, sino sobre todo porque es una nación rica en potencialidades, con una presencia eclesial que es motivo de alegría y esperanza para toda la Iglesia.

Mi visita, señor presidente, tiene un objetivo que rebasa las fronteras nacionales:  vengo a presidir, en Aparecida, la sesión de apertura de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe. Por una providencial manifestación de la bondad del Creador, este país deberá servir de cuna para las propuestas eclesiales que, si Dios quiere, podrán dar nuevo vigor e impulso misionero a este continente.

3. En esta área geográfica los católicos son mayoría; esto significa que deben contribuir de modo especial al servicio del bien común de esta nación. La solidaridad será, sin duda, una palabra llena de contenido para las fuerzas vivas de la sociedad, cuando cada uno, en su propio ámbito, se comprometa seriamente por construir un futuro de paz y de esperanza para todos.

La Iglesia católica, como puse de relieve en la encíclica Deus caritas est, "transformada por la fuerza del Espíritu, está llamada a ser en el mundo testigo del amor del Padre, que quiere hacer de la humanidad, en su Hijo, una sola familia" (cf. n. 19). De allí su profundo compromiso con la misión evangelizadora, al servicio de la causa de la paz y de la justicia. Por tanto, la decisión de realizar una Conferencia esencialmente misionera refleja bien la preocupación del Episcopado, al igual que la mía, de buscar caminos adecuados para que, en Jesucristo, "nuestros pueblos tengan vida", como reza el tema de la Conferencia.

Con estos sentimientos, quiero superar las fronteras de este país para saludar  a todos los pueblos de América Latina y del Caribe, deseando, con las palabras  del  Apóstol,  "que la paz esté con todos vosotros que estáis en Cristo" (1 P 5, 14).

4. Señor presidente, agradezco a la divina Providencia el concederme la gracia de visitar Brasil, un país de gran tradición católica. Ya he recordado el motivo principal de mi viaje, que tiene un alcance latinoamericano y un carácter esencialmente religioso.

Me siento muy feliz por poder estar algunos días con los brasileños. Sé que el alma de este pueblo, como toda América Latina, conserva valores radicalmente cristianos que jamás serán cancelados. Y estoy seguro de que en Aparecida, durante la Conferencia general del Episcopado, se reforzará esta identidad, promoviendo el respeto a la vida, desde su concepción hasta su decadencia natural, como exigencia propia de la naturaleza humana; también pondrá la promoción de la persona humana como eje de la solidaridad, especialmente con los pobres y desamparados.

La Iglesia quiere únicamente indicar los valores morales de cada situación y formar a los ciudadanos para que puedan decidir consciente y libremente; en este sentido, no dejará de insistir en el empeño que se debe poner para asegurar la consolidación de la familia como célula  base de la sociedad, y de la juventud, cuya formación constituye un factor decisivo para el porvenir de una nación; y, también, pero no por último, defendiendo y promoviendo los valores subyacentes en todos los estratos sociales, especialmente  en los pueblos indígenas.

5. Con estos deseos y, renovando mi agradecimiento por la cordial acogida que me han dispensado como Sucesor de Pedro, invoco la protección materna de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, recordada también como Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de las Américas, para que proteja e inspire a los gobernantes en la ardua tarea de ser promotores del bien común, fortaleciendo los vínculos de fraternidad cristiana para el bien de todos sus habitantes. ¡Dios bendiga a América Latina! ¡Dios bendiga a Brasil! Muchas gracias.



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