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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA "FUNDACIÓN PAPAL"


Sala Clementina
Viernes 4 de abril de 2008

 

Queridos hermanos en el episcopado;
queridos amigos en Cristo
:

Os doy una cordial bienvenida a vosotros, representantes de la Fundación Papal, mientras seguís celebrando la gloriosa resurrección de nuestro Señor en este santo tiempo de Pascua.

«¡Es verdad, el Señor ha resucitado!». Esta fue la respuesta de los Once a los discípulos de Emaús, que habían reconocido a Jesús en la fracción del pan y se habían apresurado a reunirse con ellos en Jerusalén (cf. Lc 24, 33-40). El encuentro con el Señor resucitado transformó su tristeza en alegría, su decepción en esperanza. Su testimonio de fe nos infunde la firme convicción de que Cristo vive en medio de nosotros, otorgando los dones que nos permiten ser mensajeros de esperanza en el mundo actual.

La verdadera fuente del servicio de amor de la Iglesia, mientras se esfuerza por aliviar el sufrimiento de los pobres y de los débiles, se puede encontrar en su fe inquebrantable en que el Señor ha vencido definitivamente al pecado y a la muerte; y en el hecho de que, sirviendo a sus hermanos y hermanas, sirve al Señor mismo hasta que venga de nuevo en su gloria (cf. Mt 25, 31-46; Deus caritas est, 19).

Queridos amigos, me complace tener esta ocasión de expresar mi gratitud por el generoso apoyo que la Fundación Papal ofrece a través de proyectos de ayuda y becas, una contribución que me permite desempeñar mi ministerio apostólico en favor de la Iglesia universal. Os pido vuestras oraciones y os aseguro las mías. Quiera Dios que vuestras buenas obras sigan multiplicándose, infundiendo en nuestros hermanos y hermanas la esperanza segura de que Jesús jamás deja de dar su vida por nosotros en los sacramentos, para que podamos proveer a las necesidades materiales y espirituales de toda la familia humana (cf. Deus caritas est, 25).

Encomendándoos a vosotros y a vuestros seres queridos a la protección de la santísima Virgen María, de corazón os imparto mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Salvador resucitado.



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