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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS OFICIALES
DEL VICARIATO DE ROMA CON OCASIÓN DE LA DESPEDIDA
DEL CARDENAL VICARIO, CAMILLO RUINI


Sala Clementina
Viernes 27 de junio de 2008

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra mucho acogeros y daros a cada uno mi cordial bienvenida. Lo saludo en primer lugar, y de modo especial, a usted, querido cardenal Camillo Ruini, a quien hoy quiero dar públicamente las gracias al final de su largo servicio como vicario general para la diócesis de Roma. En días pasados ya le manifesté mis sentimientos con una carta, en la que recordé los múltiples aspectos de su largo y apreciado ministerio, que comenzó en enero de 1991, cuando el siervo de Dios Juan Pablo II lo llamó a suceder al cardenal Ugo Poletti. Ahora tengo la oportunidad de renovarle la manifestación de mi agradecimiento ante los obispos auxiliares, los párrocos prefectos, los demás representantes de la realidad diocesana y la comunidad de trabajo del Vicariato de Roma.

Los últimos años del siglo pasado y los primeros del nuevo han sido un tiempo realmente extraordinario, de modo especial para quienes, como nosotros, hemos tenido la oportunidad de vivirlos al lado de un auténtico gigante de la fe y de la misión de la Iglesia, mi venerado predecesor. Él guió al pueblo de Dios hacia la histórica meta del año 2000 y, a través del gran jubileo, lo introdujo en el tercer milenio de la era cristiana.

Colaborando estrechamente con él, fuimos "arrastrados" por su excepcional fuerza espiritual, arraigada en la oración, en la unión profunda con el Señor Jesucristo y en la intimidad filial con su Madre santísima. El carisma misionero del Papa Juan Pablo II ejerció, como era lógico, un influjo determinante sobre el período de su pontificado, en particular sobre el tiempo de preparación para el jubileo del año 2000; y esto se pudo comprobar directamente en la diócesis de Roma, la diócesis del Papa, gracias al compromiso constante del cardenal vicario y de sus colaboradores.

Como ejemplo de esto, me limito a recordar la Misión ciudadana de Roma y los "Diálogos en la catedral", expresión de una Iglesia que, en el momento mismo en que iba tomando mayor conciencia de su identidad diocesana y asumía poco a poco su fisonomía, se abría decididamente a una mentalidad misionera y a un estilo coherente con ella, mentalidad y estilo no destinados a durar sólo un tiempo más o menos largo, sino, como se ha repetido con frecuencia, a ser permanentes. Este aspecto, venerado hermano, es particularmente importante; y deseo agradecérselo, sobre todo porque usted lo ha promovido y fomentado, no sólo aquí en Roma, sino también en toda la nación italiana, como presidente de la Conferencia episcopal.

Su solicitud por la misión siempre ha ido acompañada y sostenida por una excepcional capacidad de reflexión teológica y filosófica, que usted ha manifestado y practicado desde su juventud. El apostolado, de modo especial en nuestro tiempo, debe alimentarse constantemente de pensamiento, para motivar el significado de los gestos y las acciones; de lo contrario, acaba por convertirse en estéril activismo. Y en este sentido usted, señor cardenal, ha dado una contribución importante, poniendo al servicio del Santo Padre, de la Santa Sede y de toda la Iglesia, sus conocidas dotes de inteligencia y sabiduría.

Yo mismo fui testigo de ello en mi anterior misión y, con mayor razón, lo he sido durante estos últimos años, en los que he podido contar con su cercanía al servir a la Iglesia que está en Italia y de modo especial en Roma. Me complace recordar, al respecto, nuestra colaboración en los temas de las Asambleas eclesiales diocesanas, elegidos para responder a las principales urgencias pastorales, teniendo en cuenta el contexto social y cultural de la ciudad.

Todos sabemos que el "proyecto cultural" es una iniciativa particular de la Iglesia italiana debida al celo y a la clarividencia del cardenal Ruini, pero la expresión "proyecto cultural", más en general y radicalmente, alude al modo como la Iglesia se presenta ante la sociedad, es decir, el deseo de la comunidad cristiana —para responder a la misión de su Señor— de estar presente en medio de los hombres y de la historia con un proyecto de hombre, de familia y de relaciones sociales inspirado en la palabra de Dios y realizado en diálogo con la cultura de la época.

Querido señor cardenal, en esto usted ha dado un ejemplo que permanece más allá de las iniciativas del momento, un ejemplo en el compromiso de "pensar la fe", con absoluta fidelidad al magisterio de la Iglesia, con puntual atención a las enseñanzas del Obispo de Roma y, al mismo tiempo, en constante escucha de las exigencias que emergen de la cultura contemporánea y de los problemas de la sociedad actual.

A la vez que expreso mi gratitud al cardenal Camillo Ruini, me alegra comunicar que, en su lugar, como vicario para la diócesis de Roma, he nombrado al cardenal Agostino Vallini, hasta ahora prefecto del Tribunal supremo de la Signatura apostólica. Lo saludo con gran afecto y lo acojo en el nuevo encargo, que le encomiendo teniendo en cuenta su experiencia pastoral, madurada primero como auxiliar en la gran diócesis de Nápoles y luego como obispo de Albano; experiencias a las que une probadas dotes de sabiduría y afabilidad. Asimismo, lo he nombrado arcipreste de la basílica de San Juan de Letrán y gran canciller de la Pontificia Universidad Lateranense.

Querido señor cardenal, desde hoy mi oración por usted será aún más intensa, a fin de que el Señor le conceda todas las gracias necesarias para este nuevo encargo. Lo animo a manifestar en plenitud su celo pastoral y le deseo un sereno y fecundo ministerio, en el que —estoy seguro— podrá contar con la constante y generosa colaboración de los obispos auxiliares y de todos los sacerdotes, los religiosos y los laicos que trabajan en el Vicariato de Roma.

Aprovecho esta feliz circunstancia, queridos hermanos y hermanas, para manifestaros a todos los que trabajáis en las oficinas centrales de la diócesis, mi viva gratitud y mi aliento a realizarlo cada vez mejor, para el bien de la Iglesia que está en Roma.

Queridos señores cardenales, que Dios os colme abundantemente de sus dones. Que recompense a quien se despide y sostenga a quien comienza su misión. Que multiplique en todos la acción de gracias a su infinita bondad y conceda siempre a cada uno la alegría de servir a Cristo trabajando humildemente por su Iglesia.

Que la Virgen María, Salus populi romani, vele desde el cielo sobre nosotros y nos acompañe. Invocando su intercesión, os imparto de corazón la bendición apostólica a vosotros, aquí presentes, y a toda la ciudad de Roma.



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