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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS ARZOBISPOS METROPOLITANOS QUE RECIBIERON EL PALIO

Sala Pablo VI
Lunes 30 de junio de 2008

 

Venerados hermanos,
distinguidas autoridades;
queridos hermanos y hermanas: 

Después de la solemne celebración de ayer, en la que tuve la alegría de imponer el palio a los arzobispos metropolitanos nombrados durante el último año, este encuentro me brinda la grata oportunidad de renovaros a todos mi cordial saludo y prolongar el clima de comunión —jerárquica y, al mismo tiempo, familiar— que se experimenta en esta circunstancia particular. La imagen del cuerpo orgánico aplicada a la Iglesia es uno de los elementos fuertes y característicos de la doctrina de san Pablo; por eso, en este Año jubilar dedicado a él deseo encomendaros a cada uno de vosotros, queridos arzobispos, a su protección celestial. El Apóstol de los gentiles os ayude a hacer que crezcan las comunidades encomendadas a vosotros, unidas y misioneras, concordes y coordinadas en la acción pastoral, y animadas por un constante impulso apostólico.

Deseo dirigir ahora un cordial saludo a cada uno de vosotros, queridos arzobispos metropolitanos, así como a vuestros familiares y a las personalidades que han querido participar en esta cita, extendiendo el pensamiento y la oración a vuestras Iglesias particulares. Me alegra comenzar por Tierra Santa, saludando al patriarca de Jerusalén de los latinos, mons. Fouad Twal, y a quienes lo acompañan. Saludo con afecto a mons. Giancarlo Maria Bregantini, a mons. Paolo Benotto y a mons. Francesco Montenegro, arzobispos metropolitanos respectivamente de Campobasso-Boiano, Pisa y Agrigento. Que el Señor os bendiga siempre y os guíe en vuestro ministerio pastoral diario.

Saludo con alegría a los peregrinos que han venido de Níger, de la República democrática del Congo, de Haití y de Francia. Acompañáis a los nuevos arzobispos metropolitanos a los que tuve la alegría de imponer el palio, signo de una gran comunión con la Sede apostólica. Saludo en particular a mons. Michel Christian Cartatéguy, arzobispo de Niamey (Níger); a mons. Laurent Monsengwo Pasinya, arzobispo de Kinshasa (República democrática del Congo); a mons. Louis Kébreau, arzobispo de Cabo Haitiano (Haití); a mons. Serge Miot, arzobispo de Puerto Príncipe (Haití); y a mons. Laurent Ulrich, arzobispo de Lille (Francia). Transmitid mi saludo a los sacerdotes y a todos los fieles de vuestras diócesis. Aseguradles mi oración ferviente. El palio simboliza la profunda unión de su pastor con el Sucesor de Pedro, así como la solicitud pastoral del arzobispo con respecto a su pueblo. Que los fieles se adhieran ante todo a Cristo en esta comunión de caridad para testimoniarla con valentía y verdad.

Excelencias, queridos amigos en Cristo:  saludo  cordialmente  a los arzobispos metropolitanos de lengua inglesa, a los que impuse ayer el palio:  al cardenal John Njue, arzobispo de Nairobi (Kenia); a mons. Edwin O'Brien, arzobispo de Baltimore (Estados Unidos); a mons. Anthony Mancini, arzobispo de Halifax (Canadá); a mons. Martin Currie, arzobispo de Saint John's, Newfoundland (Canadá); a mons. John Hung Shan-chuan, arzobispo de Taipei (Taiwan); a mons. Matthew Man-oso Ndagoso, arzobispo de Kaduna (Nigeria); a mons. Richard Anthony Burke, arzobispo de Benin City (Nigeria); a mons. Robert Rivas, arzobispo de Castries (Santa Lucía); a mons. John Ribat, arzobispo de Port Moresby (Papúa Nueva Guinea); a mons. Thomas Kwaku Mensah, arzobispo de Kumasi (Ghana); a mons. Thomas Rodi, arzobispo de Mobile (Estados Unidos); a mons. Donald Reece, arzobispo de Kingston en Jamaica; a mons. Peter Kairo, arzobispo de Nyeri (Kenia); a mons. John Nienstedt, arzobispo de San Pablo y Minneapolis (Estados Unidos); y a mons. John Lee Hiong Fun-Yit Yaw, arzobispo de Kota Kinabalu (Malasia).

También saludo a los familiares y amigos de los nuevos arzobispos metropolitanos y a los fieles de todas las archidiócesis que los han acompañado a Roma. El palio del que se revisten los arzobispos es símbolo de su comunión jerárquica con el Sucesor de Pedro en el gobierno del pueblo de Dios. Está hecho de lana de oveja para simbolizar a Jesucristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y el buen Pastor que vela por su rebaño. El palio recuerda a los obispos que, como vicarios de Cristo en sus Iglesias particulares, están llamados a ser pastores según el ejemplo de Jesús. Como símbolo de la carga del oficio episcopal, recuerda también a los fieles el deber de sostener con su oración a los pastores de la Iglesia y cooperar con ellos en la difusión del Evangelio y en el crecimiento de la Iglesia de Cristo en santidad, unidad y amor.

Queridos amigos, ojalá que vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo os confirme en la fe católica que proviene de los Apóstoles. A todos os imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en el Señor.

Os dirijo un cordial saludo a todos los que habéis venido de mi diócesis de Munich y Freising para acompañar a Roma al nuevo arzobispo, mons. Reinhard Marx, con ocasión de la imposición del palio. Saludo también de todo corazón a los huéspedes de mons. Willem Jacobus Eijk, arzobispo de Utrecht. Impuse a vuestros pastores el palio, que simboliza al buen Pastor, que lleva sobre sus hombros la oveja perdida y da la vida por su grey. El Señor llamó a los Apóstoles a seguirlo con amor. Tres veces Cristo resucitado preguntó a Pedro:  "¿Me amas?". Y tres veces le repitió el encargo de que apacentara a sus ovejas. Por tanto, también hoy los pastores deben sentirse impulsados por el deseo de garantizar la unidad con el Señor y con su rebaño. Os invito a sostener el servicio de vuestros arzobispos con la armonía y con vuestras oraciones. Que el verdadero Dios os acompañe con su gracia.

Me dirijo con afecto a los arzobispos metropolitanos de lengua española, Francisco Pérez González, de Pamplona y Tudela; Lorenzo Voltolini Esti, de Portoviejo; Andrés Stanovnik, de Corrientes; Óscar Urbina Ortega, de Villavicencio; Antonio José López Castillo, de Barquisimeto, que han llegado a Roma para la solemne ceremonia de la imposición del palio, acompañados de familiares, amigos y una representación de sus respectivas Iglesias particulares. Queridos hermanos en el episcopado, que el palio, ornamento litúrgico de venerable tradición, tejido con lana blanca, os recuerde siempre a Jesucristo, el buen Pastor, y, al mismo tiempo, Cordero inmolado por nuestra salvación. Fieles a vuestro ministerio, buscad en todo momento fomentar la comunión entre los obispos de la provincia eclesiástica que presidís, y con el Obispo de Roma.

Aliento a todos los que han querido venir con vosotros en esta hermosa circunstancia a que no dejen de encomendaros en su plegaria, para que continuéis guiando a la grey que ha sido confiada a vuestros desvelos pastorales con ardiente caridad, de modo que Cristo, por el que derramaron su sangre los santos apóstoles Pedro y Pablo, sea cada vez más conocido, amado e imitado. Pido a la Virgen María, a la que con tanto fervor se la invoca en vuestros países —España, Ecuador, Argentina, Colombia y Venezuela—, que os proteja, y sostenga con su amor de Madre a vuestros obispos sufragáneos, sacerdotes, comunidades religiosas y fieles diocesanos. Con estos sentimientos, os imparto de corazón la bendición apostólica, prenda de copiosos dones celestiales.

Saludo con fraterna estima a los arzobispos metropolitanos de lengua portuguesa que ayer recibieron el palio:  mons. Mauro Aparecido dos Santos, arzobispo de Cascavel; mons. Luís Gonzaga Silva Pepeu, arzobispo de Vitória da Conquista; y mons. José Francisco Sanches Alves, arzobispo de Évora. Apreciados hermanos, sed siempre solícitos de la grey que Cristo os ha confiado, procurando fortalecer cada vez más los vínculos de comunión con el Sucesor de Pedro y entre vuestras diócesis sufragáneas. Y vosotros, queridos amigos que los acompañáis, seguid con docilidad sus enseñanzas, cooperando generosamente con ellos para el establecimiento del reino de Dios. Invocando la protección de la Virgen Madre de Dios, os imparto la bendición apostólica a todos los presentes y a las comunidades de vuestras archidiócesis.

Saludo a los peregrinos polacos. En particular saludo al nuevo arzobispo metropolitano de Gdansk, mons. Leszek Slawoj Glódz, que ayer, en la solemnidad de los apóstoles San Pedro y San Pablo, recibió el palio, signo del estrecho vínculo de todo arzobispo metropolitano con el Sucesor de Pedro. Saludo a todos los que lo acompañan en este solemne momento, especialmente a sus seres queridos y a los fieles de la archidiócesis de Gdansk. Os deseo que el Año paulino recién inaugurado confirme vuestra fe, vuestro vínculo con la Iglesia y con sus pastores. En mi oración encomiendo a Dios el servicio pastoral de vuestra excelencia. Bendigo de corazón a todos los peregrinos aquí presentes. ¡Alabado sea Jesucristo!

Saludo con afecto al arzobispo de la Madre de Dios en Moscú, mons. Paolo Pezzi. Expreso mi agradecimiento a las autoridades presentes y les aseguro mi oración especial.

Dirijo mi cordial saludo a mons. Tadeusz Kondrusiewicz, arzobispo de Minsk-Mohilev, y a todos los que lo acompañan, y le expreso mis mejores deseos para su ministerio.

Saludo cordialmente a los peregrinos procedentes de Eslovaquia, que acompañan a los nuevos arzobispos metropolitanos:  mons. Stanislav Zvolenský, arzobispo de Bratislava, y mons. Ján Babjak, arzobispo de Presov. Queridos hermanos y hermanas, el palio que recibieron ayer estos prelados es signo de la unión con el Obispo de Roma. Con afecto os bendigo a vosotros y a vuestras familias. ¡Alabado sea Jesucristo!

Dirijo un cordial saludo a mons. Marin Srakic, el nuevo arzobispo metropolitano de Ðakovo-Osijek, a sus familiares y a los huéspedes que han venido a Roma desde la Croacia siempre fiel. El palio es signo del vínculo particular de los pastores de la Iglesia con el Sucesor de Pedro. A la vez que deseo que el Señor te guíe y te proteja a ti, venerado hermano, y a la comunidad de los fieles de la querida Eslavonia, imparto a todos una bendición especial. ¡Alabados sean Jesús y María!

Queridos amigos, demos gracias a Dios que no cesa de proporcionar pastores a su Iglesia, para guiarla con seguridad durante su peregrinación terrena. Recordemos siempre que para todo pastor la condición de su servicio es el amor a Cristo, a quien no se debe anteponer nada. "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". La pregunta de Cristo a Pedro debe resonar siempre en nuestro corazón, queridos hermanos, suscitando cada vez nuestra respuesta conmovida:  "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo". De este amor a Cristo brota la misión:  "Apacienta mis ovejas" (Jn 21, 16.17). Esta misión se resume ante todo en dar testimonio de él, el Maestro y el Señor:  "Sígueme" (Jn 21, 19). Que esta sea nuestra alegría, mientras que es ciertamente nuestra cruz:  suave y ligera, porque es una cruz de amor.

Que vele siempre sobre vosotros y os sostenga la Virgen María, Madre de la esperanza; y os acompañe mi bendición apostólica, que de corazón os renuevo a cada uno de vosotros, a vuestros seres queridos y a todos los que han sido confiados a vuestro ministerio.



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