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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
AL FINAL DE UN CONCIERTO OFRECIDO EN SU HONOR
POR EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ITALIANA


Sala Pablo VI
Jueves 30 de abril de 2009

 

Señor presidente de la República;
señores cardenales;
venerados hermanos;
amables señores y señoras:

Al dirigir a todos mi cordial saludo, expreso mi más profunda gratitud al presidente de la República italiana, honorable Giorgio Napolitano, que, con ocasión del cuarto aniversario del inicio de mi pontificado, ha querido ofrecerme este excelente homenaje musical. Gracias, señor presidente, también por las corteses palabras que me acaba de dirigir, y saludo cordialmente a su amable señora. Me alegra saludar a los ministros y a las demás autoridades del Estado italiano, así como a los señores embajadores y a las diversas personalidades que nos honran con su presencia.

Me ha complacido el regreso de la orquesta y del coro "Giuseppe Verdi" de Milán, que ya apreciamos mucho hace un año. Por eso, a la vez que expreso mi agradecimiento a la Fundación homónima y a todos los que han colaborado de diversas maneras en la organización, renuevo mi congratulación a todos los miembros de la orquesta y del coro, y en particular a su directora, la señorita Xian Zhang, a la maestra del coro, señora Erina Gambarini, y a las tres solistas.

La maestría y el entusiasmo de cada uno ha contribuido a una ejecución que ha dado nueva vida a las piezas ejecutadas, obra de tres autores destacados:Vivaldi, Haydn y Mozart. La elección de las composiciones me ha parecido muy adecuada al tiempo litúrgico que estamos viviendo: el tiempo de Pascua. La Sinfonía 95 de Haydn, que escuchamos al inicio, parece contener en sí un itinerario que podríamos definir "pascual". En efecto, comienza en tono de Do menor, y a través de un recorrido siempre perfectamente equilibrado, aunque impregnado de dramatismo, llega a su conclusión en Do mayor. Esto lleva a pensar en el itinerario del alma, representada de modo particular por el violoncelo, hacia la paz y la serenidad.

Inmediatamente después, la Sinfonía 35 de Mozart llegó casi a amplificar y coronar la afirmación de la vida sobre la muerte, de la alegría sobre la tristeza, pues en ella prevalece decididamente el sentido de fiesta. El desarrollo es muy dinámico y al final incluso arrebatador: aquí nuestra excelente orquesta nos ha hecho sentir cómo la fuerza puede armonizarse con la gracia. Es lo que sucede en grado máximo, si se me permite esta comparación, en el amor de Dios, en el que la potencia y la gracia coinciden.

A continuación entraron en escena, por decirlo así, las voces humanas, el coro, como para dar palabra a lo que la música ya había querido expresar. Y no por casualidad la primera palabra fue "Magníficat". Esta palabra, que brotó del corazón de María, predilecta de Dios por su humildad, se ha convertido en el canto diario de la Iglesia, precisamente en esta hora de vísperas, la hora que invita a la meditación sobre el sentido de la vida y de la historia. Claramente el Magníficat presupone la Resurrección, es decir, la victoria de Cristo. En él Dios realizó sus promesas, y su misericordia se reveló en todo su paradójico poder.

Hasta aquí la "palabra". ¿Y la música de Vivaldi? Ante todo, conviene advertir que las arias cantadas por las solistas las compuso expresamente para algunas cantantes alumnas suyas acogidas en el Hospicio veneciano de la Piedad: cinco huérfanas dotadas de extraordinarias cualidades para el canto. ¿Cómo no pensar en la humildad de la joven María, en la que Dios hizo "maravillas"? Así, estos cinco "solos" representan en cierto modo la voz de la Virgen, mientras que las partes cantadas por el coro expresan a la Iglesia-comunidad. Ambas, María y la Iglesia, están unidas en el único cántico de alabanza al "Santo", al Dios que, con el poder de su amor, realiza en la historia su designio de justicia.

Y, por último, el coro dio voz a la sublime obra maestra que es el Ave verum Corpus de Mozart. Aquí la meditación cede el lugar a la contemplación: la mirada del alma se fija en el Santísimo Sacramento, para reconocer en él el Corpus Domini, el Cuerpo inmolado verdaderamente en la cruz, del que brotó el manantial de la salvación universal. Mozart compuso este motete poco antes de su muerte, y se puede decir que en él la música se transforma verdaderamente en oración, en abandono del corazón en Dios, con un sentido profundo de paz.

Señor presidente, su cortés y generoso homenaje no sólo ha logrado ampliamente gratificar el sentido estético, sino también alimentar nuestro espíritu; por eso, le estoy doblemente agradecido. Formulo mis mejores augurios para la continuación de su elevada misión y, de buen grado, los extiendo a todas las autoridades presentes. Queridos amigos, gracias por haber venido. Recordadme en vuestras oraciones, para que pueda cumplir siempre mi ministerio como quiere el Señor. Él, que es nuestra paz y nuestra vida, os bendiga a todos vosotros y a vuestras familias. Buenas tardes a todos.



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