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VISITA AL "HOSPICE FONDAZIONE ROMA"

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Domingo 13 de diciembre de 2009

 

Queridos hermanos y hermanas:

He aceptado con gusto la invitación a visitar el "Hospice Fondazione Roma" y estoy muy contento de encontrarme entre vosotros. Dirijo mi cordial saludo al cardenal vicario Agostino Vallini, a los excelentísimos obispos auxiliares y a los sacerdotes presentes. Agradezco vivamente al profesor Emmanuele Emanuele, presidente de la Fondazione Roma, y a don Leopoldo de los duques Torlonia, presidente del Círculo de San Pedro, las significativas palabras que amablemente me han dirigido. Saludo también a la dirección del "Hospice Fondazione Roma", a su presidente, el ingeniero Alessandro Falez, al personal sanitario, de enfermería y administrativo, a las religiosas y a cuantos llevan a cabo su obra de diversos modos en esta benemérita institución.

Expreso asimismo mi aprecio en particular a los voluntarios del Círculo de San Pedro, de quienes conozco el celo y la generosidad con que ayudan y consuelan a los enfermos y a sus familiares. El "Hospice Fondazione Roma" nació en 1998 con la denominación "Hospice Sacro Cuore", por iniciativa del entonces presidente general del Círculo de San Pedro, don Marcello de los marqueses Sacchetti, a quien saludo con viva y grata deferencia. Esta institución tiene como finalidad atender a los pacientes terminales para aliviar tanto como sea posible sus sufrimientos y acompañarlos amorosamente en la evolución de la enfermedad.

En once años, los ingresados en el Hospice han pasado de tres a más de treinta, seguidos a diario por médicos, enfermeros y voluntarios. A ellos hay que añadir los noventa asistidos a domicilio. Todo ello contribuye a hacer del "Hospice Fondazione Roma", que en el tiempo se ha enriquecido con la Unidad Alzheimer y con un proyecto de asistencia experimental dirigido a personas afectadas de esclerosis lateral amiotrófica, una realidad particularmente significativa en el ámbito de la sanidad romana.

Queridos amigos, sabemos que algunas graves patologías producen inevitablemente en los enfermos momentos de crisis, de desorientación y una seria confrontación con la propia situación personal. Los progresos en las ciencias médicas ofrecen a menudo las herramientas necesarias para afrontar este desafío, al menos en lo que se refiere a los aspectos físicos. Sin embargo, no siempre es posible encontrar un tratamiento para cada enfermedad y, en consecuencia, en los hospitales y en las estructuras sanitarias de todo el mundo nos encontramos frecuentemente con el sufrimiento de muchos hermanos y hermanas incurables, y a menudo en fase terminal.

Hoy la mentalidad eficientista predominante tiende con frecuencia a marginar a estas personas, considerándolas un peso y un problema para la sociedad. Quien tiene el sentido de la dignidad humana sabe, en cambio, que hay que respetarlas y apoyarlas cuando afrontan las dificultades y el sufrimiento vinculado a sus condiciones de salud. Con este fin hoy se recurre cada vez más al empleo de terapias paliativas que son capaces de aliviar los dolores que derivan de la enfermedad y de ayudar a las personas afectadas a vivirla con dignidad.

Con todo, además de los cuidados clínicos indispensables, es necesario ofrecer a los enfermos gestos concretos de amor, de cercanía y de solidaridad cristiana para salir al encuentro de su necesidad de comprensión, de consuelo y de aliento constante. Es lo que se realiza felizmente aquí, en el "Hospice Fondazione Roma", que sitúa en el centro de su compromiso la atención y la acogida solícita de los enfermos y de sus familiares, en consonancia con lo que enseña la Iglesia, la cual, a través de los siglos, se ha mostrado siempre como madre amorosa de quienes sufren en el cuerpo y en el espíritu. Además de expresar mi complacencia por la loable obra realizada, deseo animar a todos los que, haciéndose iconos concretos del buen samaritano, "que se compadece y cuida del prójimo" (cf. Lc 10, 34), ofrecen diariamente a los pacientes y a sus seres queridos una asistencia adecuada y atenta a las exigencias de cada uno.

Queridos enfermos, queridos familiares, acabo de encontrarme con vosotros individualmente y he visto en vuestros ojos la fe y la fortaleza que os sostienen en las dificultades. He venido para ofreceros a cada uno un testimonio concreto de cercanía y de afecto. Os aseguro mi oración y os invito a encontrar en Jesús apoyo y consuelo para no perder jamás la confianza y la esperanza. Vuestra enfermedad es una prueba muy dolorosa y singular, pero ante el misterio de Dios, que asumió nuestra carne mortal, adquiere su sentido y se convierte en don y ocasión de santificación. Cuando el sufrimiento y el desconsuelo se agudizan, pensad que Cristo os está asociando a su cruz porque quiere decir a través de vosotros una palabra de amor a cuantos han extraviado el camino de la vida y, encerrados en su egoísmo vacío, viven en el pecado y alejados de Dios. De hecho, vuestras condiciones de salud testimonian que la vida verdadera no está aquí, sino junto a Dios, en quien cada uno de nosotros encontrará su alegría si humildemente ha seguido los pasos del hombre más verdadero: Jesús de Nazaret, Maestro y Señor.

El tiempo de Adviento, en el que estamos inmersos, nos habla de la visita de Dios y nos invita a prepararle el camino. A la luz de la fe podemos leer en la enfermedad y en el sufrimiento una experiencia particular del Adviento, una visita de Dios que de manera misteriosa viene para liberar de la soledad y de la falta de sentido, y para transformar el dolor en tiempo de encuentro con él, de esperanza y de salvación. ¡El Señor viene, está aquí, a nuestro lado! Que esta certeza cristiana nos ayude a comprender también la "tribulación" como la forma con la que él puede salir a nuestro encuentro y convertirse para cada uno en el "Dios cercano" que libera y salva. La Navidad, para la que nos estamos preparando, nos ofrece la posibilidad de contemplar al Santo Niño, la luz verdadera que llega a este mundo para manifestar "la gracia salvadora de Dios a todos los hombres" (Tt 2, 11). A él, con los sentimientos de María, nos encomendamos todos, y le encomendamos nuestra vida y nuestras esperanzas.

Queridos hermanos y hermanas, con estos pensamientos invoco sobre cada uno de vosotros la protección maternal de la Madre de Jesús, a quien el pueblo cristiano invoca en la tribulación como Salus infirmorum y os imparto de corazón una bendición apostólica especial, prenda de alegría espiritual e íntima y de auténtica paz en el Señor.



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