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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE IRÁN EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"


Viernes 16 de enero de 2009

 

Queridos y venerados hermanos en el episcopado:

Con alegría y afecto os recibo esta mañana. Saludo en particular a su excelencia monseñor Ramzi Garmou, arzobispo de Teherán de los caldeos y presidente de la Conferencia episcopal iraní, que acaba de dirigirme en vuestro nombre hermosas palabras. Sois los Ordinarios de las Iglesias armenia, caldea y latina. Por tanto, queridos amigos, representáis la riqueza de la unidad en la diversidad que existe en el seno de la Iglesia católica y que testimoniáis diariamente en la República islámica de Irán. Aprovecho esta ocasión para dirigir a todo el pueblo iraní mi saludo cordial, que vosotros transmitiréis a vuestras comunidades. Hoy como en el pasado, la Iglesia católica no cesa de animar a todos los que se preocupan por el bien común y la paz entre las naciones. Por su parte, Irán, puente entre Oriente Próximo y Asia subcontinental, no dejará de realizar esta vocación.

Sobre todo, me alegra mucho poder expresaros personalmente mi aprecio cordial por el servicio que prestáis en una tierra donde la presencia cristiana es antigua y donde se ha desarrollado y mantenido a lo largo de las diversas vicisitudes de la historia iraní. Mi agradecimiento va asimismo a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas que trabajan en ese vasto y hermoso país. Sé cuán necesaria es su presencia y cuán valiosa es la asistencia espiritual y humana que garantiza a los fieles a través de un contacto directo y diario, y da a todos un hermoso testimonio.

Pienso de manera particular en los cuidados brindados a las personas ancianas y en la asistencia dada a determinadas categorías sociales particularmente necesitadas. A través de vosotros saludo también a todas las personas comprometidas en las obras de la Iglesia. Quisiera evocar asimismo la hermosa contribución de la Iglesia católica, especialmente a través de Cáritas, a la obra de reconstrucción después del terrible terremoto que asoló la región de Bam. No puedo olvidar a los fieles católicos, cuya presencia en la tierra de sus antepasados recuerda la imagen bíblica de la levadura en la masa (cf. Mt 13, 33), que hace fermentar el pan y le da sabor y consistencia. A través de vosotros, queridos hermanos, agradezco a todos su constancia y perseverancia, y los animo a permanecer fieles a la fe de sus padres y a seguir arraigados en su tierra, para colaborar en el desarrollo de la nación.

Aunque vuestras diversas comunidades viven en contextos diferentes, ciertos problemas son comunes. Es necesario desarrollar relaciones armoniosas con las instituciones públicas que, con la gracia de Dios, ciertamente se profundizarán poco a poco y les permitirán cumplir del mejor modo posible su misión de Iglesia en el respeto mutuo y por el bien de todos. Os aliento a promover todas las iniciativas que favorezcan un conocimiento recíproco mejor. Se pueden recorrer dos caminos: el del diálogo cultural, riqueza plurimilenaria de Irán, y el de la caridad. Este último iluminará al primero y será su motor. "La caridad es paciente, es servicial. (...) La caridad no acaba nunca..." (1Co 13, 4.8). Para lograr este objetivo, y sobre todo para el progreso espiritual de vuestros respectivos fieles, es necesario tener obreros que siembren y cosechen: sacerdotes, religiosos y religiosas. Vuestras reducidas comunidades no permiten el florecimiento de numerosas vocaciones locales, que, por tanto, es necesario promover. Por otra parte, la difícil misión de los sacerdotes y de los religiosos los obliga a desplazarse para llegar a las diferentes comunidades cristianas esparcidas por todo el país. Para superar esta dificultad concreta y otras, se está estudiando la constitución de una comisión bilateral con vuestras autoridades para permitir desarrollar así las relaciones y el conocimiento mutuos entre la República islámica de Irán y la Iglesia católica.

Quiero mencionar otro aspecto de vuestra vida diaria. A veces los cristianos de vuestras comunidades buscan en otra parte posibilidades más favorables para su vida profesional y para la educación de sus hijos. Este deseo legítimo se encuentra en los habitantes de numerosos países y está arraigado en la condición humana, que busca siempre un futuro mejor. Esta situación os mueve, como pastores de vuestra grey, a ayudar en particular a los fieles que permanecen en Irán y a estimularlos a permanecer en contacto con los miembros de sus familias que han elegido otro destino. Así, estos estarán en condiciones de mantener su identidad y su fe ancestral. El camino que se abre ante vosotros es largo. Exige mucha constancia y paciencia. El ejemplo de Dios, que es misericordioso y paciente con su pueblo, será vuestro modelo y os ayudará a recorrer el espacio necesario para el diálogo.

Vuestras Iglesias son herederas de una noble tradición y de una larga presencia cristiana en Irán. Han contribuido, cada una a su manera, a la vida y a la edificación del país. Desean proseguir su obra de servicio en Irán, manteniendo su identidad propia y viviendo libremente su fe. En mi oración no olvido a vuestro país y a las comunidades católicas presentes en su territorio y pido a Dios que las bendiga y asista.

Queridos hermanos en el episcopado, os aseguro mi afecto y mi apoyo. Os ruego que, cuando volváis a Irán, digáis a vuestros sacerdotes, religiosos y religiosas, así como a todos vuestros fieles, que el Papa está cerca de ellos y ora por ellos. Que la ternura maternal de la Virgen María os acompañe en vuestra misión apostólica y que la Madre de Dios presente a su Hijo divino todas las intenciones, todas las preocupaciones y todas las alegrías de los fieles de vuestras diversas comunidades. Invoco para vosotros, en este año dedicado a san Pablo, el Apóstol de los gentiles, una bendición particular.



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