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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS BRASILEÑOS DE LA REGIÓN NORDESTE 2 EN VISITA "AD LIMINA"


Jueves 17 de septiembre de 2009

 

Venerados hermanos en el episcopado:

Como el apóstol Pablo en los inicios de la Iglesia, habéis venido, amados pastores de las provincias eclesiásticas de Olinda y Recife, Paraíba, Maceió y Natal, a visitar a Pedro (cf. Ga 1, 18). Os acojo y saludo con afecto a cada uno, comenzando por monseñor Antônio, arzobispo de Maceió, a quien agradezco los sentimientos que ha manifestado en nombre de todos haciéndose intérprete también de las alegrías, las dificultades y las esperanzas del pueblo de Dios peregrino en la región Nordeste 2. En la persona de cada uno de vosotros abrazo a los presbíteros y a los fieles de vuestras comunidades diocesanas.

En sus fieles y en sus ministros la Iglesia es sobre la tierra la comunidad sacerdotal estructurada orgánicamente como Cuerpo de Cristo, para desempeñar eficazmente, unida a su Cabeza, su misión histórica de salvación. Así nos lo enseña san Pablo: "Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros, cada uno en la parte que le corresponde" (1 Co 12, 27). En efecto, los miembros no tienen todos la misma función: esto es lo que constituye la belleza y la vida del cuerpo (cf. 1 Co 12, 14-17). Es en la diversidad esencial entre sacerdocio ministerial y sacerdocio común donde se entiende la identidad específica de los fieles ordenados y laicos. Por esa razón es necesario evitar la secularización de los sacerdotes y la clericalización de los laicos. Desde esa perspectiva, por tanto, los fieles laicos deben esforzarse por expresar en la realidad, incluso a través del compromiso político, la visión antropológica cristiana y la doctrina social de la Iglesia. En cambio, los sacerdotes deben evitar involucrarse personalmente en la política, para favorecer la unidad y la comunión de todos los fieles, y para poder ser así una referencia para todos. Es importante hacer que crezca esta conciencia en los sacerdotes, los religiosos y los fieles laicos, animando y vigilando para que cada uno se sienta motivado a actuar según su propio estado.

La profundización armónica, correcta y clara de la relación entre sacerdocio común y ministerial constituye actualmente uno de los puntos más delicados del ser y de la vida de la Iglesia. Por un lado, el escaso número de presbíteros podría llevar a las comunidades a resignarse a esta carencia, consolándose tal vez con el hecho de que esta situación pone mejor de relieve el papel de los fieles laicos. Pero no es la falta de presbíteros lo que justifica una participación más activa y numerosa de los laicos. En realidad, cuanto más toman conciencia los fieles de sus responsabilidades en la Iglesia, tanto más sobresalen la identidad específica y el papel insustituible del sacerdote como pastor del conjunto de la comunidad, como testigo de la autenticidad de la fe y dispensador, en nombre de Cristo-Cabeza, de los misterios de la salvación.

Sabemos que la "misión de salvación, confiada por el Padre a su Hijo encarnado, es confiada a los Apóstoles y por ellos a sus sucesores: reciben el Espíritu de Jesús para actuar en su nombre y en su persona. Así, el ministro ordenado es el vínculo sacramental que une la acción litúrgica a lo que dijeron y realizaron los Apóstoles, y por ellos a lo que dijo y realizó Cristo, fuente y fundamento de los sacramentos" (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1120). Por eso, la función del presbítero es esencial e insustituible para el anuncio de la Palabra y la celebración de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía, memorial del sacrificio supremo de Cristo, que entrega su Cuerpo y su Sangre. Por eso urge pedir al Señor que envíe obreros a su mies; además de eso, es preciso que los sacerdotes manifiesten la alegría de la fidelidad a su propia identidad con el entusiasmo de la misión.

Amados hermanos, tengo la certeza de que, en vuestra solicitud pastoral y en vuestra prudencia, procuráis con particular atención asegurar a las comunidades de vuestras diócesis la presencia de un ministro ordenado. En la situación actual en que muchos de vosotros os veis obligados a organizar la vida eclesial con pocos presbíteros, es importante evitar que esa situación sea considerada normal o típica del futuro. Como recordé al primer grupo de obispos brasileños la semana pasada, debéis concentrar vuestros esfuerzos en despertar nuevas vocaciones sacerdotales y encontrar los pastores indispensables a vuestras diócesis, ayudándoos mutuamente para que todos dispongan de presbíteros mejor formados y más numerosos para sustentar la vida de fe y la misión apostólica de los fieles.

Por otro lado, también aquellos que recibirán las órdenes sagradas están llamados a vivir con coherencia y plenitud la gracia y los compromisos del bautismo, esto es, a ofrecerse a sí mismos y toda su vida en unión con la oblación de Cristo. La celebración cotidiana del Sacrificio del altar y la oración diaria de la Liturgia de las Horas deben ir siempre acompañadas del testimonio de toda la existencia, que se hace don a Dios y a los demás y se convierte así en orientación para los fieles.

Durante estos meses la Iglesia tiene ante los ojos el ejemplo del santo cura de Ars, que invitaba a los fieles a unir su vida al sacrificio de Cristo y se ofrecía a sí mismo exclamando: "¡Cómo aprovecha a un sacerdote ofrecerse a Dios en sacrificio todas las mañanas!" (Le Curé d'Ars. Sa pensée son coeur, coord. Bernard Nodet, 1966, p. 104). Sigue siendo un modelo actual para vuestros presbíteros, especialmente en la vivencia del celibato como exigencia del don total de sí mismos, expresión de la caridad pastoral que el concilio Vaticano II presenta como centro unificador del ser y de la actividad del sacerdote. Casi contemporáneamente vivía en vuestro amado Brasil, en São Paulo, fray Antonio de Santa Ana Galvão, a quien tuve la alegría de canonizar el 11 de mayo de 2007: también él dejó un "testimonio de ferviente adorador de la Eucaristía (...), [viviendo] en "laus perennis", en actitud constante de adoración" (Homilía en su canonización, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de mayo de 2007, p. 9). De este modo ambos procuraron imitar a Jesucristo, haciéndose cada uno de ellos no sólo sacerdote, sino también víctima y oblación como Jesús.

Amados hermanos en el episcopado, ya se manifiestan numerosas señales de esperanza para el futuro de vuestras Iglesias particulares, un futuro que Dios está preparando a través del celo y de la fidelidad con que ejercéis vuestro ministerio episcopal. Quiero aseguraros mi apoyo fraterno al mismo tiempo que os pido vuestras oraciones para que se me conceda confirmar a todos en la fe apostólica (cf. Lc 22, 32). Que la santísima Virgen María interceda por todo el pueblo de Dios en Brasil, para que los pastores y los fieles puedan "anunciar abiertamente, con valor y alegría, el misterio del Evangelio" (cf. Ef 6, 19). Con esta oración, os concedo mi bendición apostólica a vosotros, a los presbíteros y a todos los fieles de vuestras diócesis: "Paz a todos los que estáis en Cristo" (1 P 5, 14).



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