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VIAJE APOSTÓLICO A CHIPRE
(4-6 DE JUNIO DE 2010)

CELEBRACIÓN ECUMÉNICA

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Área arqueológica de la iglesia de Agia Kiriaki Chrysopolitissa - Paphos
Viernes 4 de junio de 2010

 

Queridos hermanos y hermanas en Cristo

“A vosotros gracia y paz abundantes” (1 P 1, 2). Saludo con gran alegría a todos vosotros que representáis las comunidades cristianas de Chipre.

Agradezco a Su Beatitud Crisóstomo II sus amables palabras de bienvenida; doy las gracias también a nuestro anfitrión, Su Eminencia Georgios, Metropolita de Pafos, y a cuantos han hecho posible este encuentro. Me es grato, además, saludar cordialmente a los cristianos de otras confesiones aquí presentes, así como a los pertenecientes a las comunidades armenia, luterana y anglicana.

Verdaderamente es una gracia extraordinaria que podamos estar reunidos en oración en esta iglesia de la Agia Kiriakì Chrysopolitissa (Iglesia de la Santísima Señora recubierta de Oro). Acabamos de oír la lectura de los Hechos de los Apóstoles, que nos ha recordado que Chipre fue la primera etapa en los viajes misioneros del Apóstol Pablo (cf. Hch 13, 1-4). Pablo, “separado” por el Espíritu Santo, junto a Bernabé, oriundo de Chipre, y Marcos, el futuro evangelista, desembarcaron en Salamina, donde comenzaron a anunciar la palabra de Dios en las sinagogas. Atravesaron la isla y llegaron a Pafos, y allí, muy cerca de donde estamos ahora, predicaron en presencia del Procónsul romano Sergio Paulo. Así, desde aquí, el mensaje del Evangelio empezó a difundirse por todo el imperio, y la Iglesia, fundamentada en la predicación apostólica, fue capaz de echar raíces en todo el mundo conocido.

Con razón, la Iglesia en Chipre puede sentirse orgullosa de sus vínculos directos con la predicación de Pablo, Bernabé y Marcos, y de su comunión con la fe apostólica, una comunión que la une a todas las Iglesias que tienen la misma norma de fe. Ésta es la comunión, real aunque imperfecta, que ya hoy nos une, y que nos impulsa a superar nuestras divisiones y a luchar por recuperar aquella plena unidad visible, que el Señor quiere para todos sus seguidores. Porque, en palabras de Pablo, hay “un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo” (Ef 4, 4-5).

La comunión eclesial en la fe apostólica es un don y a la vez una llamada a la misión. El pasaje de los Hechos que hemos escuchado nos ha presentado una imagen de la unidad de la Iglesia en oración y de su apertura a la misión bajo la inspiración del Espíritu. Como Pablo y Bernabé, todo cristiano, mediante el bautismo, es “separado” para que dé testimonio profético del Señor resucitado y de su Evangelio de reconciliación, misericordia y paz. En este contexto, la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para el Medio Oriente, que se reunirá en Roma el próximo octubre, reflexionará sobre el papel crucial de los cristianos en esta región, les animará en su testimonio evangélico y ayudará a potenciar el diálogo y la colaboración entre los cristianos de la zona. De modo significativo, los trabajos del Sínodo se verán enriquecidos por la presencia de delegados fraternos de otras Iglesias y Comunidades cristianas de la región, como signo del compromiso común al servicio de la palabra de Dios y de nuestra docilidad a la acción de su gracia reconciliadora.

La unidad de todos los discípulos de Cristo es un don que hemos de pedir al Padre, con la esperanza de que reforzará el testimonio del Evangelio en el mundo actual. El Señor rezó por la santidad y la unidad de sus discípulos precisamente para que el mundo crea (cf. Jn 17, 21). La lúcida conciencia de que las divisiones entre los cristianos eran un obstáculo para la propagación del Evangelio dio origen, en la Conferencia Misionera de Edimburgo, hace ahora cien años, al movimiento ecuménico moderno. Hoy podemos estar agradecidos al Señor que, mediante su Espíritu, nos ha hecho redescubrir –especialmente en los últimos decenios– el rico patrimonio apostólico que comparten Oriente y Occidente, e intentar, mediante un diálogo paciente y sincero, encontrar las vías para acercarnos los unos a los otros, superando las controversias del pasado y tendiendo a un futuro mejor.

La Iglesia en Chipre, que hace de puente entre Oriente y Occidente, ha contribuido mucho a este proceso de reconciliación. El camino hacia la plena comunión no estará libre de dificultades, pero la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa de Chipre están decididas a avanzar en el diálogo y la colaboración fraterna. Que el Espíritu Santo ilumine nuestras mentes y fortalezca nuestra determinación, de manera que juntos podamos llevar el mensaje de la salvación a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, que tienen sed de la verdad que realmente hace libres y salva (cf. Jn 8, 32), la verdad que se llama Jesucristo.

Queridos hermanas y hermanos, no puedo terminar sin recordar a los santos que adornan a la Iglesia de Chipre, en particular a san Epifanio, obispo de Salamina. La santidad es el signo de la plenitud de la vida cristiana, de una profunda docilidad interior al Espíritu Santo que nos llama a la conversión y a la renovación constante, así como a que nos esforcemos por configurarnos cada vez más con Cristo nuestro Salvador. Conversión y santidad son también los medios privilegiados para abrir la mente y el corazón a la voluntad del Señor que quiere la unidad de su Iglesia. A la vez que damos gracias por el encuentro de hoy y por el amor fraterno que nos une, pedimos a los santos Bernabé y Epifanio, Pedro y Pablo, y a todos los santos de Dios, que bendigan nuestras comunidades, que nos conserven en la fe de los Apóstoles, y que guíen nuestros pasos por el camino de la unidad, la caridad y la paz.



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