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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN UNA PEREGRINACIÓN
DE LA DIÓCESIS DE TERNI-NARNI-AMELIA, ITALIA


Sábado 26 de marzo de 2011

 

Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra mucho acogeros esta mañana y dirigir mi cordial saludo a las autoridades presentes, a las trabajadoras y a los trabajadores y a todos vosotros que habéis venido a la sede de Pedro. Un saludo particular a vuestro obispo, monseñor Vincenzo Paglia, al que agradezco las palabras que me ha dirigido también en vuestro nombre. Habéis acudido en gran número a este encuentro —lamento que algunos no hayan podido entrar—, con ocasión del trigésimo aniversario de la visita de Juan Pablo II a Terni. Hoy queremos recordarlo de manera especial por el amor que mostró al mundo del trabajo; casi podemos oírlo mientras repite las primeras palabras que pronunció en cuanto llegó a Terni: «Finalidad principal de esta visita, que se desarrolla en el día de san José (...) es la de traer una palabra de estímulo a todos los trabajadores (...) y expresarles mi solidaridad, mi amistad y mi aprecio» (Discurso a las autoridades, Terni, 19 de marzo de 1981: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de marzo de 1981, p. 5). Hago míos estos sentimientos, y de corazón os abrazo a todos vosotros y a vuestras familias. En el día de mi elección, también yo me presenté con convicción como «un humilde trabajador en la viña del Señor», y hoy, junto a vosotros, quiero recordar a todos los trabajadores y encomendarlos a la protección de san José obrero.

Terni se caracteriza por la presencia de una de las mayores fábricas de acero, que ha contribuido al crecimiento de una significativa realidad obrera. Un camino marcado por luces, pero también por momentos difíciles, como el que estamos viviendo hoy. La crisis del ámbito industrial está poniendo a dura prueba la vida de la ciudad, que debe pensar de modo nuevo su futuro. En todo esto se ve implícita también vuestra vida de trabajadores y la de vuestras familias. En las palabras de vuestro obispo he percibido el eco de las preocupaciones que lleváis en el corazón. Sé que la Iglesia diocesana las hace suyas y siente la responsabilidad de estar a vuestro lado para transmitiros la esperanza del Evangelio y la fuerza para edificar una sociedad más justa y más digna del hombre. Y lo hace a partir de la fuente, de la Eucaristía. En su primera carta pastoral, La Eucaristía salva al mundo, vuestro obispo os indicó cuál es la fuente a la que es preciso acudir para vivir la alegría de la fe y el deseo de mejorar el mundo. La Eucaristía del domingo se ha convertido así en el fulcro de la acción pastoral de la diócesis. Es una elección que ha producido sus frutos; ha crecido la participación en la Eucaristía dominical, de la que parte el compromiso de la diócesis para el camino de vuestra tierra. En efecto, de la Eucaristía, en la que Cristo se hace presente en su acto supremo de amor por todos nosotros, aprendemos a vivir como cristianos en la sociedad, para hacerla más acogedora, más solidaria, más atenta a las necesidades de todos, especialmente de los más débiles, más rica en amor. San Ignacio de Antioquía, obispo y mártir, definía a los cristianos como aquellos que «viven según el domingo», (iuxta dominicum viventes), es decir «según la Eucaristía». Vivir de una manera «eucarística» significa vivir como un único Cuerpo, una única familia, una sociedad unida por el amor. La exhortación a ser «eucarísticos» no es una simple invitación moral dirigida a individuos; es mucho más: es la exhortación a participar en el dinamismo mismo de Jesús que entrega su vida por los demás, para que todos sean uno.

En este horizonte se sitúa también el tema del trabajo, que hoy os preocupa, con sus problemas, sobre todo el del desempleo. Es importante tener siempre presente que el trabajo es uno de los elementos fundamentales tanto de la persona como de la sociedad. Las difíciles o precarias condiciones del trabajo hacen difíciles y precarias las condiciones de la sociedad misma, las condiciones de un vivir ordenado según las exigencias del bien común. En la encíclica Caritas in veritate —como recordó monseñor Paglia— exhorté a que «se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos, o lo mantengan» (n. 32). Quiero recordar también el grave problema de la seguridad en el trabajo. Sé que muchas veces habéis tenido que afrontar esta trágica realidad. Es necesario realizar todo tipo de esfuerzos para que se rompa la cadena de muertes y de accidentes. Y ¿qué decir de la precariedad del trabajo, sobre todo cuando implica al mundo juvenil? Es un aspecto que no deja de crear angustia en tantas familias. El Obispo advertía también de la difícil situación de la industria química en vuestra ciudad, como también a los problemas del sector siderúrgico. Estoy cerca de vosotros, dejando en manos de Dios todas vuestras ansias y preocupaciones, y espero que, en la lógica de la gratuidad y de la solidaridad, se puedan superar estos momentos, para que se garantice un trabajo seguro, digno y estable.

El trabajo, queridos amigos, ayuda a estar más cerca de Dios y de los demás. Jesús mismo fue trabajador; más aún, pasó una buena parte de su vida terrena en Nazaret, en el taller de José. El evangelista san Mateo recuerda que la gente hablaba de Jesús como del «hijo del carpintero» (Mt 13, 55) y Juan Pablo II en Terni, habló del «Evangelio del trabajo», afirmando que había sido «escrito sobre todo por el hecho de que el Hijo de Dios (...), al hacerse hombre, trabajó con sus propias manos. Más aún, su trabajo, que fue un auténtico trabajo físico, ocupó la mayor parte de su vida en esta tierra, y así entró en la obra de la redención del hombre y del mundo» (Discurso a los obreros, Terni, 19 de marzo de 1981, n. 4: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de marzo de 1981, p. 6). Ya esto nos habla de la dignidad del trabajo, es más, de la dignidad específica del trabajo humano que se inserta en el misterio mismo de la redención. Es importante comprenderlo desde esta perspectiva cristiana. Sin embargo, a menudo se considera sólo como instrumento de ganancia, e incluso, en varias partes del mundo, como medio de explotación y, por tanto, de ofensa a la misma dignidad de la persona. Quiero mencionar además el problema del trabajo en el domingo. Por desgracia en nuestras sociedades, el ritmo del consumo puede robarnos también el sentido de la fiesta y del domingo como día del Señor y de la comunidad.

Queridos trabajadores y trabajadoras, queridos amigos todos, quiero terminar estas breves palabras diciéndoos que la Iglesia sostiene, conforta y anima cualquier esfuerzo encaminado a garantizar a todos un trabajo seguro, digno y estable. El Papa está cerca de vosotros, está al lado de vuestras familias, de vuestros niños, de vuestros jóvenes, de vuestros ancianos, y os lleva a todos en el corazón delante de Dios. El Señor os bendiga a vosotros, vuestro trabajo y vuestro futuro. Gracias.



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