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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LAS DELEGACIONES QUE PARTICIPARON EN EL ENCUENTRO DE ASÍS


Sala Clementina
Viernes 28 de octubre de 2011

 

Distinguidos huéspedes,
queridos amigos:

Os acojo esta mañana en el palacio apostólico y os agradezco una vez más vuestra disponibilidad a participar en la Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo, que celebramos ayer en Asís, veinticinco años después de aquel primer encuentro histórico.

En cierto sentido, esta reunión representa a los miles de millones de hombres y mujeres que en todo el mundo están comprometidos activamente en la promoción de la justicia y de la paz. También es un signo de la amistad y la fraternidad que ha florecido como fruto de los esfuerzos de tantos pioneros en este tipo de diálogo. Que esta amistad siga creciendo entre todos los seguidores de las religiones del mundo y con los hombres y mujeres de buena voluntad en todo lugar.

Agradezco a mis hermanos y hermanas cristianos su presencia fraternal. Asimismo, expreso mi agradecimiento a los representantes del pueblo judío, que está especialmente cercano a nosotros, y a todos vosotros, distinguidos representantes de las religiones del mundo. Soy consciente de que muchos habéis venido de lejos y habéis realizado un arduo viaje. Manifiesto mi gratitud también a quienes representan a las personas de buena voluntad que no siguen ninguna tradición religiosa, pero están comprometidas en la búsqueda de la verdad. Han querido compartir esta peregrinación con nosotros como signo de su deseo de cooperar en la construcción de un mundo mejor.

Mirando hacia atrás, podemos apreciar la clarividencia del Papa Juan Pablo II al convocar el primer encuentro de Asís, y la necesidad continua de hombres y mujeres de distintas religiones de testimoniar juntos que el viaje del espíritu siempre es un viaje de paz.

Los encuentros de este tipo son necesariamente excepcionales y poco frecuentes; sin embargo, son una expresión viva del hecho de que cada día, en todo el mundo, personas de diferentes tradiciones religiosas viven y trabajan juntas en armonía. Ciertamente, es importante para la causa de la paz que tantos hombres y mujeres, impulsados por sus más profundas convicciones, estén comprometidos a trabajar por el bien de la familia humana.

De este modo, estoy seguro de que el encuentro de ayer nos ha hecho comprender cuán genuino es nuestro deseo de contribuir al bien de todos los seres humanos y lo mucho que podemos compartir con los demás.

Al separarse nuestros caminos, saquemos fuerza de esta experiencia y, dondequiera que estemos, sigamos renovados el viaje que conduce a la verdad, la peregrinación que lleva a la paz. ¡Os doy las gracias de todo corazón!



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