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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS CAPELLANES Y AGENTES DE PASTORAL
DE LAS CAPELLANÍAS DE LA AVIACIÓN CIVIL


Lunes 11 de junio de 2012

 

Señor Cardenal,
Queridos capellanes y agentes de pastoral de la aviación civil,
Queridos hermanos y hermanas

Me es grato recibiros en la apertura del XV Seminario mundial de capellanes católicos y miembros de las capellanías de la aviación civil, promovido por el Consejo Pontificio de la Pastoral de los emigrantes e itinerantes, sobre el tema «La nueva evangelización en el mundo de la aviación civil». Saludo cordialmente al Presidente del Dicasterio, el Cardenal Antonio María Vegliò, y le agradezco las palabras que me ha dirigido. Y os saludo con afecto a todos vosotros, que participáis en estas jornadas de oración, estudio e intercambio para reafirmar y profundizar en los motivos espirituales que os impulsan a llevar adelante con entusiasmo y renovado celo vuestro peculiar servicio eclesial.

Me ha alegrado saber que, en ese Seminario, con la ayuda de relatores destacados, queréis reflexionar sobre nuevos modos y expresiones de la obra de evangelización en el ámbito en el que desarrolláis vuestro ministerio. Queridos amigos, sed siempre conscientes de estar llamados a hacer presente en los aeropuertos del mundo la misma misión de la Iglesia, que es llevar a Dios al hombre y guiar al hombre al encuentro con Dios. Y los aeropuertos son lugares que reflejan cada vez más la realidad globalizada de nuestro tiempo. En ellos se encuentran personas diferentes por nacionalidad, cultura, religión, nivel social y edad, pero se encuentran también situaciones humanas muy distintas y nada fáciles, que requieren siempre una mayor atención; pienso, por ejemplo, en quienes viven una espera llena de angustia en el intento de transitar sin los documentos necesarios, como los emigrantes o los que solicitan asilo; pienso en los engorros ocasionados por las medidas para contrarrestar los atentados terroristas. Además, también en las comunidades de los aeropuertos se refleja la crisis de fe que afecta a muchos; los contenidos de la doctrina cristiana y los valores que ésta enseña, ya no son considerados como puntos de referencia, incluso en los países que tienen una larga tradición de vida eclesial. Éste es el contexto humano y espiritual en el que estáis llamados a anunciar con renovado vigor la Buena Nueva, con la palabra, con vuestra presencia, con vuestro ejemplo y vuestro testimonio, bien conscientes de que, aun en los encuentros casuales, la gente sabe reconocer un hombre de Dios y que, con frecuencia, hasta una pequeña semilla en una tierra bien dispuesta puede germinar y producir frutos abundantes.

Además, en los aeródromos tenéis la posibilidad de entrar en contacto cada día con muchas personas, hombres y mujeres, que trabajan en un ambiente en el que tanto la continua movilidad como la tecnología constantemente en progreso, amenazan con oscurecer la centralidad que debe tener el ser humano; a menudo se da mayor atención a la eficiencia y a la productividad en detrimento del amor al prójimo y de la solidaridad, que, sin embargo, han de caracterizar siempre las relaciones humanas. También en esto es importante y preciosa vuestra presencia: es un testimonio vivo de un Dios cercano al hombre; y es una llamada a no quedarse nunca indiferentes ante quien se encuentra, sino a tratarlo con disponibilidad y con amor. Os animo a ser un signo luminoso de esta caridad de Cristo, que da serenidad y paz.

Queridos amigos, preocuparos de que cada persona, cualquiera que sea su nacionalidad o condición social, encuentre en vosotros un corazón acogedor, capaz de escuchar y comprender. Que todos puedan experimentar mediante vuestra vida cristiana y sacerdotal el amor que proviene de Dios, para que cada uno sea impulsado a una relación renovada y profunda con Cristo, que nunca deja de hablar a cuantos se abren a él con confianza, especialmente en la oración. De aquí la importancia de las capillas en los aeropuertos, como lugares de silencio y sosiego espiritual.

En vuestro servicio pastoral, tenéis como modelo y protectora a la Santísima Virgen, que veneráis con el título de Nuestra Señora de Loreto, patrona de todos los que viajan en avión, haciendo referencia a la tradición que atribuye a los ángeles el traslado de la casa de María de Nazaret a Loreto. Pero hay otro «vuelo» del que la casa de María es testigo, y mucho más significativo para toda la humanidad: el del arcángel Gabriel, que llevó a María el gozoso anuncio de que sería la Madre del Hijo del Altísimo (cf. Lc 1,26-32). Así, el Eterno ha entrado en el tiempo, Dios se ha hecho hombre y ha venido a habitar entre nosotros (cf. Jn 1,14). Es la manifestación del amor infinito de Dios por su criatura. Dios ha enviado a su Hijo, Jesucristo, cuando éramos aún pecadores, para redimirnos con su muerte y resurrección. No se ha quedado en «lo alto del cielo», sino que se ha sumido en las alegrías y las penas de los hombres de su tiempo y de todos los tiempos, compartiendo su suerte y devolviéndoles la esperanza.

Esta es la misión de la Iglesia: anunciar a Jesucristo, único salvador del mundo, «misión – como decía el Siervo de Dios, el Papa Pablo VI – que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgente» (Exhort. ap., Evangelii nuntiandi, 14). En efecto, también en nuestros días «notamos la urgencia de promover, con nueva fuerza y modalidades renovadas, la obra de evangelización en un mundo en el que la desaparición de las fronteras y los nuevos procesos de globalización acercan aún más las personas y los pueblos, tanto por el desarrollo de los medios de comunicación como por la frecuencia y la facilidad con que se llevan a cabo los desplazamientos de individuos y de grupo» (Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2012).

Queridos hermanos, que el encuentro cotidiano con el Señor Jesús en la celebración eucarística y en la oración personal os dé el entusiasmo y la fuerza de anunciar la novedad evangélica, que transforma los corazones y hace nuevas todas las cosas. Os aseguro mi recuerdo en la oración, para que seáis instrumento eficaz en la ayuda a las personas confiadas a vuestros cuidados pastorales a cruzar la «porta fidei», acompañándolas en el encuentro con Cristo vivo y operante entre nosotros. Con estos deseos, os imparto complacido la Bendición Apostólica, que hago extensiva a los que comparten vuestro ministerio, y a quienes forman parte del vasto mundo de la aviación civil.



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