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CEREMONIA DE BEATIFICACIÓN DE MARÍA TERESA DE JESÚS SCRILLI

HOMILÍA DEL CARDENAL JOSÉ SARAIVA MARTINS

 Fiésole, Italia
Domingo 8 de octubre de 2006

 

Eminencias y excelencias reverendísimas;
estimada excelencia mons. Luciano Giovannetti,
obispo de esta venerada diócesis de Fiésole, que, con la beatificación de la madre Scrilli,
vive un momento importante de su antigua e ilustre historia;
distinguidas autoridades civiles y militares;
venerados hermanos en el sacerdocio;
religiosos y religiosas;
amadísimos hermanos y hermanas en el Señor: 

Hoy, en el sugestivo marco de este anfiteatro romano, celebramos la misa de beatificación de la madre María Teresa Scrilli. Por consiguiente, se reconoce oficialmente, por mandato del Santo Padre Benedicto XVI, la ejemplaridad de las virtudes heroicas de una mujer de esta tierra de Toscana, que en una época de grandes fermentos culturales supo dar un "sí" total al Señor. Fue Dios quien la atrajo al desierto y habló a su corazón, para convertirla en su esposa para siempre. Por tanto, la nueva beata, María Teresa Scrilli, fundadora del instituto de las Religiosas de Nuestra Señora del Carmen, vivió una experiencia de santidad.

Los textos litúrgicos que acabamos de escuchar, en la primera lectura, tomada del profeta Oseas, y en el pasaje del evangelio de san Mateo, subrayan esta relación esponsal entre Dios y su pueblo, entre Dios y la Iglesia, entre Dios y toda alma consagrada. En efecto, como escribió el siervo de Dios Juan Pablo II en la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, "más allá de las valoraciones superficiales de funcionalidad, la vida consagrada es importante precisamente por su sobreabundancia de gratuidad y de amor, tanto más en un mundo que corre el riesgo de verse asfixiado en la confusión de lo efímero. "Sin este signo concreto, la caridad que anima a la Iglesia correría el riesgo de enfriarse, la paradoja salvífica del Evangelio de perder en penetración, la sal de la fe de disolverse en un mundo de secularización" (Pablo VI, Evangelica testificatio, 3). La vida de la Iglesia y la sociedad misma tienen necesidad de personas capaces de entregarse totalmente a Dios y a los otros por amor de Dios. La Iglesia no puede renunciar absolutamente a la vida consagrada, porque expresa de manera elocuente su íntima esencia esponsal" (n. 105) y cristocéntrica, y por consiguiente también la íntima esencia de su santidad. Son precisamente estas las dos dimensiones que destacan más en la espiritualidad de la madre Scrilli.

1. La santidad de la nueva beata maduró en una espiritualidad esponsal. Precisamente el oráculo de Oseas, que acabamos de escuchar en la primera lectura, pone de relieve esta dimensión. En efecto, el profeta quiere subrayar, en la vida del creyente, la experiencia del redescubrimiento, de la recuperación de una dimensión más viva, más existencial, en la relación entre Dios e Israel, como relación de pertenencia recíproca. La imagen matrimonial subraya también el aspecto personal e interpersonal del diálogo entre Dios y su pueblo. El Señor renueva esta relación con su pueblo "para siempre".

En la base de esa relación está el tema de la alianza entre Dios y su pueblo, que se describe constantemente en toda la Biblia como un pacto de amor nupcial; no es la estipulación de un pacto jurídico, sino una "relación íntima" que se entabla entre Dios y su pueblo. Este tipo de relación no sólo afecta a la Iglesia, esposa de Cristo. Dios la ha entablado con cada uno de los creyentes, con cada uno de nosotros. Esta relación se caracteriza por tres dimensiones.

Ante todo es un amor gratuito. Recuerda la iniciativa gratuita de Dios, que va en busca de su esposa. Luego es amor fiel:  Oseas presenta a Dios en busca de su esposa, que se había perdido tras otros amores, para hacer que vuelva a la fidelidad. Es, además, un amor tierno e íntimo:  "Yo te desposaré conmigo en amor y en compasión" (Os 2, 21). Para expresar este amor tierno e íntimo, Dios asume todas las categorías del amor humano, no sólo el esponsal, sino también el fraterno y el de la amistad. Pero son categorías insuficientes, en sentido etimológico:  nadie puede describir hasta el fondo la altura, la longitud, la anchura y la profundidad de este amor divino (cf. Ef 3, 18) que se identifica con Dios mismo, porque "Dios es amor" (1 Jn 4, 8). El pasaje litúrgico de Oseas termina así:  "Te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás al Señor" (Os 2, 22). En la densidad del lenguaje bíblico, la palabra "conocer" tiene un contenido muy diverso del de nuestro lenguaje común, pues implica "intimidad", comunión profunda y total entre dos personas.

Esta dimensión esponsal nos remite al centro del mensaje cristiano:  el Señor nos ama con un amor eterno y ha establecido con nosotros una alianza nupcial. Con la Encarnación, vino a la tierra para elegirse su "amada"; pero esperamos su vuelta, cuando vendrá para introducir a la Iglesia-humanidad, su esposa, en el reino de los cielos.

Para comprender mejor la dimensión bíblica de la espiritualidad y de la santidad cristiana que vivió la nueva beata, bastará volver a escuchar algunas frases de su Autobiografía:  "Ya no me consideraba dueña de mí, sino sólo guiada por aquel impulso que sentía en mi corazón, procedente de mi dulcísimo Amor, que todo lo poseía. ¡Oh Esposo mío!, decía yo, nadie me impedirá complacerte, nada me lo impedirá. Tú eres mucho más fuerte:  dígnate indicarme el camino" (Autobiografía, 45).

2. Otra importante dimensión de la santidad cristiana es la dimensión cristocéntrica, que consiste fundamentalmente en la identificación con Cristo, en la configuración con él y, por tanto, en la conformidad con su voluntad. La nueva beata comprendió y vivió a fondo también esta dimensión de la santidad. En efecto, la configuración con el Señor y su total conformidad con su voluntad constituye uno de los pilares de su intensa espiritualidad.

En las primeras Reglas y Constituciones de su instituto recordaba a sus compañeras:  "No estamos en esta tierra más que para cumplir la voluntad de Dios y llevar almas a él" (Reglas y Constituciones 1845-1855, n. 7). En varias partes de su Autobiografía, en las que nos revela los caminos misteriosos por donde la llevaba el Espíritu, los espacios de inmensidad que engendraron celos y alegrías, sufrimientos y abrazos amorosos, se aprecia más claramente este deseo:  "Me comparaba a mí misma, entregada a Dios, con el oro en manos de un orfebre y con la cera en manos de quien la modela, dispuesta a tomar cualquier forma que le agradara a él" (Autobiografía, 45).

Además de estas frases, que se refieren a su juventud, antes de entrar en el convento de carmelitas de Santa María Magdalena de Pazzi de Florencia, se pueden citar otras afirmaciones hechas en un período de tribulación, después de la fundación del Instituto, en las que decía:  "Señor, por mí misma no puedo nada; y, aunque pudiera, no quisiera nada, porque mi único deseo es que se haga tu voluntad en mí, sobre mí, en torno a mí. Fiat voluntas tua. Si el Instituto debe proseguir con mi contribución, ayúdame y fiat; si debo abandonarlo e ir a ti, con el miedo de que deje de existir al morir yo, fiat; si quieres que siga viviendo y que, atribulada e impotente, vea que se deshace lo que he construido y obtenido, fiat. Sí, Dios mío, siempre repetiré:  hágase tu voluntad. Fiat" (Autobiografía, 90).

3. Uno de los ejes de la espiritualidad de la beata madre Scrilli es la adhesión a Dios en el camino de la cruz. Todos sus escritos expresan de un modo sencillo, pero muy eficaz, esta convicción. Dice:  "sufrir por amor". Y también:  "En la oración, considerando las grandes ofensas que se hacían a Dios, fue tanto mi dolor, que le pedí con gran insistencia que me concediera sufrir, pues quería convertirme en víctima para repararle a él" (Autobiografía, 61).

Este amor al sufrimiento y el deseo de reparar las ofensas que se hacían al Señor estaban sostenidos por una continua meditación en la pasión de Cristo; en algunos apuntes personales tomados durante una tanda de ejercicios espirituales anotó entre sus propósitos:  "1. Considerarse en la tierra como peregrinos; 2. No basta, hace falta estar crucificados; 3. Tampoco  basta  esto, es necesario estar muertos; 4. Resulta necesario además estar sepultados" (Apuntes personales, p. 173).

Estas afirmaciones ponen de manifiesto que la madre Scrilli comprendía plenamente el misterio de muerte y resurrección con el que el bautismo marca a todo creyente, pero debe convertirse en programa de vida, itinerario de santidad, camino de transformación interior, especialmente para quien quiere tender a la perfección.

4. En la economía divina, la fuerza revitalizadora del carisma de todo fundador o fundadora está unida, de algún modo, a la vida propia del Instituto conservada y desarrollada con su auténtica originalidad en su carisma específico. Para responder a los anhelos de su tiempo, la madre Scrilli quiso dar a las jóvenes, en especial a las más indigentes, una preparación humana completa desde el punto de vista cultural, escolar y religioso, que respondiera a las necesidades de su vida específica de mujeres, preparándolas para un trabajo digno.

Desde esta perspectiva, se puede comprender el carisma contemplativo-educativo que la madre Scrilli vivió y transmitió a sus hijas. Les pidió que, además de los tres votos acostumbrados -castidad, obediencia y pobreza-, hicieran un cuarto voto:  el de "ofrecerse para bien del prójimo por medio de la instrucción moral cristiana y civil de las mujeres" (Reglas y Constituciones, 1854-1855, n. 1).

Además, la madre Scrilli, testimoniando "heroicamente" la esperanza cristiana y la capacidad de superar el dolor, invita a considerar "la educación como servicio", como "una relación personalizada" y como un "saberse poner en relación" con los demás y con Dios.

El Santo Padre Benedicto XVI en su primera encíclica, Deus caritas est, escribe:  "La vida de los santos no comprende sólo su biografía terrena, sino también su vida y actuación en Dios después de la muerte. En los santos es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos" (n. 42).

La beata María Teresa Scrilli, virgen prudente, en vigilancia y espera, perseveró hasta la muerte en la fidelidad a su Señor. A nosotros, a menudo peregrinos extraviados en esta tierra, ante las situaciones de nuestro tiempo, su experiencia nos puede servir de estímulo para perseverar en la fidelidad al proyecto de Dios para nuestra vida, a estar atentos y solícitos a nuestros hermanos y hermanas, compañeros de viaje de la misma experiencia eclesial, repitiendo con ella:  "Te amo, Dios mío, en tus dones. Te amo en mi nada, porque también en mi nada comprendo tu sabiduría infinita. Te amo en las múltiples vicisitudes, tan variadas y extraordinarias, con que has acompañado mi vida. Te amo en todo, tanto en la tribulación como en la paz, porque no busco ni he buscado nunca tus consolaciones, sino que te busco a ti, Dios de las consolaciones" (Autobiografía, 62).

Estas palabras contienen un auténtico programa de espiritualidad cristiana y, al mismo tiempo, nos indican el único camino que lleva a la santidad, a la que todos, en cuanto bautizados, estamos llamados. Así nos acompaña la rica herencia, el valioso mensaje, perennemente actual, de la nueva beata, María Teresa Scrilli, a cuya intercesión encomendamos en particular a todas las hermanas carmelitas del instituto Nuestra Señora del Carmen y a toda la diócesis de Fiésole, en la cual la beata encontró sus raíces terrenas en Montevarchi, pero en la que también recibió una educación y una formación construida en el ámbito de esta Iglesia local, que como savia vital la han llevado a la meta actual de la beatificación, en la que nos alegra contemplarla mientras comparte la gloria de los ángeles y de los santos.

 

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