Index   Back Top Print

[ AR  - DE  - EN  - ES  - FR  - HR  - IT  - PT ]

PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo 8 de octubre de 2017

[Multimedia]


 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La liturgia de este domingo nos propone la parábola de los viñadores, a los que el jefe confía la viña que había plantado y después se va (cf Mt 21, 33-43). Así se pone a prueba la lealtad de estos viñadores: la viña está confiada a ellos, que deben custodiarla, hacerla fructificar y entregar al jefe lo que se recoja. Llegado el tiempo de la vendimia, el jefe manda a sus siervos a recoger los frutos. Pero los viñadores asumen una actitud posesiva: no se consideran simples gestores, sino propietarios y se niegan a entregar lo que han recogido. Maltratan a los siervos hasta matarlos.

El jefe se muestra paciente con ellos: manda a otros siervos, más numerosos que los primeros, pero el resultado es el mismo. Al final, con paciencia, decide mandar a su propio hijo; pero aquellos viñadores, prisioneros de su comportamiento posesivo, matan también al hijo pensando que así habrían tenido la herencia.

Esta historia ilustra de manera alegórica los reproches que los profetas habían hecho sobre la historia de Israel. Es una historia que nos pertenece: se habla de la alianza que Dios quiso establecer con la humanidad y a la que también nos llamó a participar. Pero esta historia de alianza, como cada historia de amor, conoce sus momentos positivos, pero está marcada también por traiciones y desprecios.

Para hacer entender cómo Dios Padre responde a los desprecios opuestos a su amor y a su propuesta de alianza, el pasaje evangélico pone en boca del jefe de la viña una pregunta: «Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» (v. 40). Esta pregunta subraya que la desilusión de Dios por el comportamiento perverso de los hombres no es la última palabra. Está aquí la gran novedad del cristianismo: un Dios que, incluso desilusionado por nuestros errores y nuestros pecados, no pierde su palabra, no se detiene y sobre todo ¡no se venga!

Hermanos y hermanas, ¡Dios no se venga! Dios ama, no se venga, nos espera para perdonarnos, para abrazarnos. A través de las «piedras de descarte» —y Cristo es la primera piedra que los constructores han descartado— a través de las situaciones de debilidad y de pecado, Dios continúa poniendo en circulación el «vino nuevo» de su viña, es decir, la misericordia: este es el vino nuevo de la viña del Señor: la misericordia. Hay solo un impedimento frente a la voluntad tenaz y tierna de Dios: nuestra arrogancia y nuestra presunción, ¡que se convierte en ocasiones en violencia! Frente a estas actitudes y donde no se producen frutos, la palabra de Dios conserva todo su poder de reproche y advertencia: «se os quitará el reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos» (v. 43).

La urgencia de responder con frutos de bien a la llamada del Señor, que nos llama a convertirnos en su viña, nos ayuda a entender qué hay de nuevo y de original en la fe cristiana. Esta no es tanto la suma de preceptos y de normas morales como, ante todo, una propuesta de amor que Dios, a través de Jesús hizo y continúa haciendo a la humanidad. Es una invitación a entrar en esta historia de amor, convirtiéndose en una viña vivaz y abierta, rica de frutos y de esperanza para todos. Una viña cerrada se puede convertir en salvaje y producir uva salvaje. Estamos llamados a salir de la viña para ponernos al servicio de los hermanos que no están con nosotros, para agitarnos y animarnos, para recordarnos que debemos ser la viña del Señor en cada ambiente, también en los más lejanos y desagradables.

Queridos hermanos y hermanas, invoquemos la intercesión de María Santísima, para que nos ayude a estar en todas partes, sobre todo en las periferias de la sociedad, la viña que el Señor ha plantado por el bien de todos y a llevar el vino nuevo de la misericordia del Señor.

 


 

Después del Ángelus:

Queridos hermanos y hermanas:

ayer en Milán fue proclamado Beato el padre Arsenio de Trigolo (en el siglo Giuseppe Migliavacca), sacerdote de los Frailes menores capuchinos y fundador de las Hermanas de María Santísima Consoladora. Alabemos al Señor por este humilde discípulo suyo, que también en la adversidad y en las pruebas —tuvo tantas— no perdió nunca la esperanza.

Saludo con afecto a todos vosotros peregrinos, sobre todo a las familias y a los grupos parroquiales, provinientes de Italia y de varias partes del mundo.

En particular: a los fieles de Australia, de Francia y de Eslovaquia, como también a aquellos de Polonia que se unen espiritualmente a los connacionales que hoy celebran la Jornada del Papa.

Os saludo con afecto a vosotros, el grupo del Santuario de Nuestra Señora de Fátima en Cuidad de la Pieve, acompañados por el cardenal Gualterio Bassetti: queridos hermanos y hermanas, os animo a proseguir con alegría vuestro camino de fe, bajo la mirada premurosa y tierna de nuestra madre celestial: Ella es nuestro refugio y nuestra esperanza. Seguid adelante.

Saludo a los fieles de Grumo Appula, a los scout de Gioiosa Ionica, al coro parroquial de Siror (Trento) y a los candidatos a la confirmación de San Teodoro (Cerdeña).

Os deseo a todos un buen domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta luego!

 



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana