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SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO

PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Viernes, 29 de junio de 2018

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy la Iglesia, peregrina en Roma y en el mundo entero, va a las raíces de su fe y celebra los apóstoles Pedro y Pablo. Sus restos mortales, custodiados en las dos Basílicas dedicadas a ellos, son muy queridos por los romanos y los numerosos peregrinos que desde todas partes vienen a venerarlos.

Quisiera detenerme en el Evangelio (cf. Mateo 16, 13-19) que la liturgia nos propone en esta fiesta. En él se cuenta un episodio que es fundamental para nuestro camino de fe. Se trata del diálogo en el que Jesús plantea a sus discípulos la pregunta sobre la identidad. Él primero pregunta: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» (v. 13). Y después les interpela directamente a ellos: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (v. 15). Con estas dos preguntas, Jesús parece decir que una cosa es seguir la opinión corriente, y otra es encontrarle a Él y abrirse a su misterio: allí se descubre la verdad. La opinión común contiene una respuesta verdadera pero parcial; Pedro, y con él la Iglesia de ayer, de hoy y de siempre, responde, por gracia de Dios, la verdad: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (v. 16).

A lo largo de los siglos, el mundo ha definido a Jesús de distintas maneras: un gran profeta de la justicia y del amor; un sabio maestro de vida; un revolucionario; un soñador de los sueños de Dios... etc. Muchas cosas bonitas. En la Babel de estas y otras hipótesis destaca todavía hoy, sencilla y neta, la confesión de Simón llamado Pedro, hombre humilde y lleno de fe: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (v. 16). Jesús es el Hijo de Dios: por eso está perennemente vivo Él como está eternamente vivo su Padre. Esta es la novedad que la gracia enciende en el corazón de quien se abre al misterio de Jesús: la certeza no matemática, pero todavía más fuerte, interior, de haber encontrado la Fuente de Vida, la Vida misma hecha carne, visible y tangible en medio de nosotros. Esta es la experiencia del cristiano, y no es mérito suyo, de nosotros cristianos, y no es mérito nuestro, sino que viene de Dios, es una gracia de Dios, Padre e Hijo y Espíritu Santo. Todo esto está contenido en esencial en la respuesta de Pedro: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».

Y después, la respuesta de Jesús está llena de luz «Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella» (v. 18). Es la primera vez que Jesús pronuncia la palabra «Iglesia»: y lo hace expresando todo el amor hacia ella, que define «mi Iglesia».

Y la nueva comunidad de la Alianza, ya no basada en la descendencia y la Ley, sino en la fe en Él, Jesús, Rostro de Dios.

Una fe que el beato Pablo VI, cuando todavía era arzobispo de Milán, expresaba con esta maravillosa oración:

«Oh Cristo, nuestro único mediador, Tú nos eres necesario: para vivir en Comunión con Dios Padre; para convertirnos contigo, que eres Hijo único y Señor nuestro, sus hijos adoptivos; para ser regenerados en el Espíritu Santo» (Carta pastoral, 1955).

Que por intercesión de la Virgen María, Reina de los Apóstoles, el Señor conceda a la Iglesia, a Roma y en el mundo entero, ser siempre fiel al Evangelio, a cuyo servicio los santos Pedro y Pablo han consagrado su vida.


 

Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Esta mañana, aquí en la plaza San Pedro, he celebrado la eucaristía con los nuevos cardenales creados en el consistorio de ayer; y he bendecido los palios de los arzobispos metropolitanos nombrados en este último año, procedentes de varios países. Les renuevo mi saludo y mi felicitación y a cuantos les han acompañado en esta circunstancia festiva.

Que puedan vivir siempre con entusiasmo y generosidad su servicio al Evangelio y a la Iglesia.

En la misma celebración he acogido con afecto a la Delegación venida a Roma en nombre del patriarca ecuménico, el querido hermano Bartolomé. Esta presencia es un signo ulterior del camino de comunión y de fraternidad que gracias a Dios caracteriza a nuestras Iglesias.

Dirijo un cordial saludo a todos vosotros, familias, grupos parroquiales, asociaciones y fieles procedentes de Italia y de tantas partes del mundo, especialmente de la República Checa, de Pakistán, China y Estados Unidos. Y veo las banderas españolas: también de España... Y de tantos otros países.

Mi saludo hoy es sobre todo para vosotros, fieles de Roma, ¡en la fiesta de los santos patronos de la ciudad!

Para esta ocasión la «Pro Loco» romana ha promovido la tradicional Infiorata, que veo desde aquí, realizada por diferentes artistas y de tantas realidades asociativas y de voluntariado.

¡Gracias por esta bonita iniciativa y por las bonitas decoraciones florales!

Os deseo a todos buena fiesta. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

¡Buen almuerzo y hasta pronto!

 



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