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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

Quien hace pasar hambre a los niños

Lunes 23 de octubre de 2017

 

Fuente:  L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 43, viernes 27 de octubre de 2017

 

Doscientos mil niños rohingya y con ellos todos los que hoy en el mundo sufren el hambre son víctimas de la «idolatría del dinero, que hace “sacrificios humanos”» provocando la muerte de tantas personas. Y ninguno puede permanecer indiferente mirando «a los niños hambrientos que no tienen medicinas, que no tienen educación, que están abandonados». Desde ahí, la amonestación contra «el dios dinero» —que destruye también a las familias que caen en la codicia de los intereses personales— lanzada por el Papa Francisco en la misa celebrada el lunes, 23 de octubre por la mañana, en Santa Marta.

«Este pasaje del Evangelio —señaló inmediatamente el Pontífice, refiriéndose al pasaje de san Lucas (12, 13-21)— comienza con una herencia y termina a las puertas de otra herencia». Jesús «advierte claramente: “Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes”». Y después «cuenta esta parábola» de un «hombre rico que se encuentra frente a la abundancia de lo cultivado y no sabe qué hacer». Solo «le viene a la mente hacer dos movimientos: ensanchar y alargar». O sea, explicó el Papa, «ensanchar los almacenes y, en su fantasía, alargar la vida: “Así estaré tranquilo”, pero el cultivo no se toca, el dinero no se toca, todo debe estar custodiado, porque ese dinero es su dios».

Por lo tanto, «él ensancha para tener más espacio para su dios y alarga su vida para adorar a aquel dios, en su fantasía: es un esclavo de eso, ¿no? No conoce la saciedad». Por eso, continúa la parábola de Jesús, aquel hombre «va adelante, tomando más bienes, más bienes, más bienes hasta la nausea: no conoce la saciedad». Pero «¿cómo razona este hombre?». Nos lo dice Jesús en la parábola referida por san Lucas: «Él razonaba con él mismo: “Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea”». En pocas palabras, «vive la buena vida, todo en ti, con tu dios: come, bebe y entra en ese movimiento del consumismo exasperado, no se detiene, no conoce el límite».

Pero «es Dios quien pone el límite» afirmó el Pontífice. Continúa, de hecho, la parábola: «Pero Dios le dice: “necio —cuántas veces esta palabra, 'necio' viene en el Evangelio— esta misma noche te reclamarán el alma, las cosas que preparaste, ¿para quién serán?”». Aquella riqueza, prosiguió Francisco, terminará en la mano de los herederos de aquel hombre que se pongan a pelear por aquellos tesoros considerados como un dios.

He aquí que, señaló el Papa, «este pasaje del Evangelio comienza con un pleito por una herencia y termina con otro pleito, cuando vengan los nietos y todos: nosotros sabemos qué sucede». Pero «es Dios el que pone el límite a este apego al dinero». Que «el hombre se vuelve esclavo del dinero no es una fábula que Jesús inventa: esta es la realidad», también «de hoy».

Estoy de acuerdo, dijo Francisco, «tantos hombres que viven para adorar el dinero, para hacer del dinero su propio dios: tantas personas que viven solo para esto y la vida no tiene sentido». El pasaje del Evangelio se concluye con estas palabras: «Así es el que atesora riquezas para sí —dice el Señor— y no se enriquece en orden a Dios». En realidad no saben qué es enriquecerse en orden a Dios».

Al respecto el Papa quiso compartir una historia personal: «Recuerdo hace algunos años, en la otra diócesis, un caso que me impresionó mucho. Un gran empresario, muy rico, tenía un poco de esta actitud. Tenía cáncer. Él lo sabía. Le faltaban pocos días de vida. En aquella última semana de vida, se entusiasmó con una villa y compró una villa: pensaba solo en esto. Estaba cerrado en ese pensamiento. Esto me impresionó, cuando le vi. No pensaba en la próxima semana, que debería presentarse ante Dios». Y «también hoy» hay «mucha gente, muchos de los que tienen tantísimo»: pero «miremos solo a los niños hambrientos que no tienen medicinas, que no tienen educación, que están abandonados». Y «esta es una idolatría, pero es una idolatría que mata, hace “sacrificios humanos”, porque esta idolatría hace morir de hambre a tanta gente».

«Pensemos —insistió el Papa— solo en un caso: en doscientos mil niños rohingya en los campos de refugiados. Allí hay ochocientas mil personas, doscientos mil son niños. Apenas tienen para comer, malnutridos, sin medicinas. También hoy sucede esto, no es una cosa que el Señor dice de aquellos tiempos: no, ¡hoy!».

Por esta razón, insistió, «nuestra oración debe ser fuerte: Señor, por favor, toca el corazón de estas personas que adoran al dios, al dios dinero. Toca también mi corazón para que yo no caiga en eso, para que yo sepa ver. Y después otra consecuencia es la guerra, siempre, aquí la guerra de familia. Todos nosotros sabemos qué sucede cuando está en juego una herencia: las familias se dividen terminan en el odio la una con la otra». En conclusión, Francisco señaló cómo, en el pasaje evangélico, «el Señor subraya con suavidad al final: “Quien no se enriquece en orden a Dios”». Porque «aquel es el único camino: la riqueza, pero en Dios». Y «no es un desprecio por el dinero, no, es precisamente la codicia, como dice él: la codicia», es decir «vivir pegado al dios dinero». Por lo tanto, sugirió el Papa, «nuestra oración debe ser fuerte, hoy, en estos tiempos donde los medios nos hacen ver tantas cosas, tantas calamidades, tantas injusticias, pensemos solo en los niños: Señor, convierte el corazón de esta gente, que te conozcan y no adoren al dios dinero».

 



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