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SANTA MISA PARA EL CUERPO DE LA GENDARMERÍA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Gruta de Lourdes, Jardines vaticanos
Domingo, 24 de septiembre de 2017

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En la primera Lectura, el profeta Isaías nos exhorta a buscar al Señor, a convertirnos: «Buscad al Señor mientras se deja encontrar, llamadle mientras está cercano. Deje el malo su camino, el hombre inocuo sus pensamientos» (55, 6-7). Es la conversión. Nos dice que el camino es aquel: buscar al Señor. Cambiar de vida, convertirse... Y esto es cierto. Pero Jesús cambia la lógica y va más allá, con una lógica que ninguno podía entender: es la lógica del amor de Dios. Es cierto, tú debes buscar al Señor y hacer de todo para encontrarlo; pero lo importante es que es Él el que te está buscando a ti. Él te está buscando. Más importante que buscar al Señor es darse cuenta de que Él me busca.

Este pasaje del Evangelio, esta parábola nos hace entender esto: Dios sale para encontrarnos. Durante cinco veces se habla en este pasaje de la salida: la salida de Dios, el jefe de casa, que va a buscar jornaleros para su viña. Y la jornada es la vida de una persona, y Dios sale por la mañana, a media mañana, a mediodía, por la tarde, hasta las cinco. No se cansa de salir. Nuestro Dios no se cansa de salir para buscarnos, para hacernos ver que nos ama. «Pero, Padre, yo soy un pecador...». Y cuántas veces nosotros estamos en la calle como aquellos [de la parábola], que están allí todo el día; y estar en la calle es estar en el mundo, estar en los pecados, estar... «¡Ven!» —«Pero es tarde...»— «¡Ven!». Para Dios nunca es tarde. Nunca, ¡nunca!. Esta es su lógica de la conversión. Él sale de Sí mismo para buscarnos y tanto salió de Sí mismo que mandó a su hijo para buscarnos. Nuestro Dios siempre tiene la mirada en nosotros. Pensemos en el padre del hijo pródigo: dice el Evangelio que lo vio llegar de lejos (cf Lc 15, 20). Pero, ¿por qué lo vio? Porque todos los días y tal vez varias veces al día subía a la terraza a mirar si iba el hijo, si el hijo volvía. Este es el corazón de nuestro Dios: nos espera siempre. Y cuando alguno dice: «He encontrado a Dios», se equivoca. Él, al final, te ha encontrado y te ha llevado consigo. Es Él quien da el primer paso. Él no se cansa de salir, salir... Él respeta la libertad de cada hombre pero está allí, esperando que nosotros le abramos un poquito la puerta. Y esto es lo grande del Señor: es humilde. Nuestro Dios es humilde. Se humilla esperándonos. Está siempre allí, esperando. Todos nosotros somos pecadores y todos necesitamos el encuentro con el Señor: un encuentro que nos dé fuerza para andar adelante, ser mejores, simplemente. Pero estemos atentos. Porque Él pasa, Él viene y sería triste que Él pasase y nosotros no nos diéramos cuenta de que Él está pasando. Y pidamos hoy la gracia: «Señor, que yo esté seguro de que Tú estás esperando. Sí, esperándome, con mis pecados, con mis defectos, con mis problemas». Todos tenemos, todos. Pero Él está ahí: está ahí, siempre. El peor de los pecados creo que es no entender que Él está siempre ahí esperándome, no tener confianza en este amor: la desconfianza en el amor de Dios.

Que el Señor, en esta jornada alegre para vosotros, os conceda esta gracia. También a mí, a todos. La gracia de estar seguros de que Él siempre está en la puerta, esperando que yo abra un poquito para entrar. Y no tengáis miedo: cuando el hijo pródigo encontró a su padre, el padre bajó de la terraza y fue al encuentro del hijo. Aquel anciano iba con prisa y dice el Evangelio que cuando el hijo comenzó a hablar: «Padre. He pecado...» no le dejó hablar; lo abrazó y lo besó (cf 15, 20-21). Esto es lo que nos espera si abrimos un poquito la puerta: el abrazo del Padre.

 



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