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VÍA CRUCIS EN EL COLISEO

ORACIÓN DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Palatino
Viernes Santo, 30 de marzo de 2018

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Señor Jesús, nuestra mirada está dirigida a ti, llena de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza. Que ante tu amor supremo nos impregna la vergüenza para haberte dejado solo y sufrir por nuestros pecados:

la vergüenza por haber escapado ante la prueba incluso habiendo dicho miles de veces: «aunque todos te dejen, yo no te dejaré»;

la vergüenza de haber elegido a Barrabás y no a ti, el poder y no a ti, la apariencia y no a ti, el dios dinero y no a ti, la mundanidad y no la eternidad;

la vergüenza por haberte tentando con la boca y con el corazón, cada vez que nos hemos encontrado ante una prueba, diciéndote: «¡si tú eres el mesías, sálvate y nosotros creeremos!»;

la vergüenza porque muchas personas, e inclusos algunos ministros tuyos, se han dejado engañar por la ambición y de la vana gloria perdiendo su dignidad y su primer amor;

la vergüenza porque nuestras generaciones están dejando a los jóvenes un mundo fracturado por las divisiones y las guerras; un mundo devorado por el egoísmo donde los jóvenes, los pequeños, los enfermos, los ancianos son marginados;

la vergüenza de haber perdido la vergüenza;

Señor Jesús, ¡danos siempre la gracia de la santa vergüenza!

Nuestra mirada está llena también de un arrepentimiento que ante su silencio elocuente suplica tu misericordia:

el arrepentimiento que brota de la certeza de que solo tú puedes salvarnos del mal, solo tú puedes sanarnos de nuestra lepra de odio, de egoísmo, de soberbia, de codicia, de venganza, de avaricia, de idolatría, solo tú puedes abrazarnos y darnos de nuevo la dignidad filial y alegrarnos por nuestra vuelta a casa, a la vida;

el arrepentimiento que florece del sentir nuestra pequeñez, nuestro nada, nuestra vanidad y que se deja acariciar por tu invitación suave y poderosa a la conversión;

el arrepentimiento de David que del abismo de su miseria reencuentra en ti su única fuerza;

el arrepentimiento que nace de nuestra vergüenza, que nace de la certeza de que nuestro corazón permanecerá siempre inquieto hasta que no te encuentre a ti y en ti su única fuente de plenitud y de quietud;

el arrepentimiento de Pedro que encontrando tu mirada lloró amargamente por haberte negado delante de los hombres.

Señor Jesús, ¡danos siempre la gracia del santo arrepentimiento!

Delante de tu suprema majestad se enciende, en la tenebrosidad de nuestra desesperación, la chispa de la esperanza porque sabemos que tu única medida para amarnos es la de amarnos sin medida;

la esperanza porque tu mensaje continúa inspirando, todavía hoy, a muchas personas y pueblos a los que solo el bien puede derrotar el mal y la maldad, solo el perdón puede derrumbar el rencor y la venganza, solo el abrazo fraterno puede dispersar la hostilidad y el miedo al otro;

la esperanza porque tu sacrificio continúe, todavía hoy, emanando el perfume del amor divino que acaricia los corazones de tantos jóvenes que continúan consagrándote sus vidas convirtiéndose en ejemplos vivos de caridad y de gratuidad en este nuestro mundo devorado por la lógica del beneficio y de la fácil ganancia;

la esperanza porque tantos misioneros y misioneras continúan, todavía hoy, desafiando la adormecida conciencia de la humanidad arriesgando la vida para servirte en los pobres, en los descartados, en los inmigrantes, en los invisibles, en los explotados, en los hambrientos y en los presos;

la esperanza porque tu Iglesia, santa y hecha de pecadores, continúa, todavía hoy, no obstante todos los intentos de desacreditarla, siendo un luz que ilumina, alienta, levanta y testimonia tu amor ilimitado por la humanidad, un modelo de altruismo, un arca de salvación y una fuente de certeza y de verdad;

la esperanza porque de tu cruz, fruto de la avaricia y la cobardía de tantos doctores de la Ley e hipócritas, ha surgido la Resurrección transformando las tinieblas de la tumba en el brillo del alba del Domingo sin puesta de sol, enseñándonos que tu amor es nuestra esperanza.

¡Señor Jesús, danos siempre la gracia de la santa esperanza!

Ayúdanos, Hijo del hombre, a despojarnos de la arrogancia del ladrón puesto a tu izquierda y de los miopes y de los corruptos, que han visto en ti una oportunidad para explotar, un condenado para criticar, un derrotado del que burlarse, otra ocasión para cargar sobre otros, e incluso sobre Dios, las propias culpas.

Sin embargo te pido, Hijo de Dios, que nos identifiquemos con el ladrón bueno que te ha mirado con ojos llenos de vergüenza, de arrepentimiento y de esperanza; que, con los ojos de la fe, ha visto en tu aparente derrota la divina victoria y así se ha arrodillado delante de tu misericordia y con honestidad ha robado el paraíso! ¡Amén!



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