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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS
PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS

Sala del Consistorio
Sábado 7 de diciembre de 2013

 

Señores cardenales,
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
hermanos y hermanas:

Es para mí una alegría encontrarme con el Consejo pontificio para los laicos reunidos en asamblea plenaria. Como amaba recordar el beato Juan Pablo II, con el Concilio «ha sonado la hora del laicado», y nos lo confirman cada vez más los abundantes frutos apostólicos. Agradezco al cardenal las palabras que me ha dirigido.

Entre las iniciativas recientes del dicasterio quisiera recordar el Congreso panafricano de septiembre de 2012, dedicado a la formación del laicado en África; así como el seminario de estudio sobre el tema «Dios confía el ser humano a la mujer», en el vigésimo quinto aniversario de la encíclica Mulieris dignitatem. Y sobre este punto debemos profundizar más. En la crisis cultural de nuestro tiempo, la mujer se encuentra en primera línea en la lucha por la salvaguardia del ser humano. Y, por último, doy las gracias con vosotros al Señor por la Jornada mundial de la juventud de Río de Janeiro: una verdadera fiesta de la fe. Ha sido una auténtica fiesta. Los cariocas estaban felices y nos hicieron felices a todos. El tema de la Jornada: «Id y haced discípulos a todos los pueblos», puso en evidencia la dimensión misionera de la vida cristiana, la exigencia de salir hacia quienes esperan el agua viva del Evangelio, hacia los más pobres y los excluidos. Hemos tocado con la mano cómo la misión brota de la alegría contagiosa del encuentro con el Señor, que se transforma en esperanza para todos.

Para esta plenaria habéis elegido un tema muy actual: «Anunciar a Cristo en la era digital». Se trata de un campo privilegiado para la acción de los jóvenes, para quienes la “red” es, por decirlo así, connatural. Internet es una realidad difundida, compleja y en continua evolución, y su desarrollo vuelve a proponer la cuestión siempre actual de la relación entre la fe y la cultura. Ya durante los primeros siglos de la era cristiana, la Iglesia quiso confrontarse con la extraordinaria herencia de la cultura griega. Ante filosofías de gran profundidad y un método educativo de valor excepcional, impregnado, sin embargo, de elementos paganos, los Padres no se cerraron a la confrontación, ni, por otra parte, cedieron a componendas con algunas ideas contrastantes con la fe. En cambio, supieron reconocer y asimilar los conceptos más elevados, transformándoles desde dentro a la luz de la Palabra de Dios. Actuaron lo que pide san Pablo: «Examinadlo todo, quedaos con lo bueno» (1 Ts 5, 21). Incluso entre las oportunidades y los peligros de la red, es necesario «examinar cada cosa», conscientes de que ciertamente encontraremos monedas falsas, ilusiones peligrosas y trampas que se han de evitar. Pero, guiados por el Espíritu Santo, descubriremos también ocasiones preciosas para conducir a los hombres al rostro luminoso del Señor.

Entre las posibilidades ofrecidas por la comunicación digital, la más importante se refiere al anuncio del Evangelio. Cierto, no es suficiente adquirir competencias tecnológicas, incluso importantes. Se trata, ante todo, de encontrar hombres y mujeres reales, a menudo heridos o extraviados, para ofrecerles auténticas razones de esperanza. El anuncio requiere relaciones humanas auténticas y directas para desembocar en un encuentro personal con el Señor. Por lo tanto, internet no es suficiente, la tecnología no es suficiente. Sin embargo, esto no quiere decir que la presencia de la Iglesia en la red sea inútil; al contrario, es indispensable estar presentes, siempre con estilo evangélico, en aquello que para muchos, especialmente los jóvenes, se ha convertido en una especie de ambiente de vida, para despertar las preguntas irreprimibles del corazón sobre el sentido de la existencia, e indicar el camino que conduce a Aquél que es la respuesta, la Misericordia divina hecha carne, el Señor Jesús.

Queridos amigos, la Iglesia está siempre en camino, en busca de nuevas sendas para el anuncio del Evangelio. La aportación y el testimonio de los fieles laicos cada día se constata más indispensable. Confío, por lo tanto, el Consejo pontificio para los laicos a la premurosa y maternal intercesión de la bienaventurada Virgen María, mientras os bendigo de todo corazón. Gracias.

 


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