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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA UNITALSI EN EL 110 ANIVERSARIO DE SU FUNDACIÓN


Sábado 9 de noviembre de 2013

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Queridos hermanos y hermanas: ¡buenos días!

Os saludo a todos con afecto, especialmente a las personas enfermas y discapacitadas acompañadas por los voluntarios, a los consiliarios eclesiásticos, a los responsables de sección y al presidente nacional, a quien agradezco sus palabras. La presencia del cardenal De Giorgi, de los obispos y las personalidades institucionales es signo del aprecio que la Iglesia y la sociedad civil sienten por la UNITALSI.

Desde hace ciento diez años vuestra asociación se dedica a las personas enfermas o en condiciones de fragilidad, con un estilo típicamente evangélico. En efecto, vuestra obra no es asistencialismo o filantropía, sino anuncio auténtico del Evangelio de la caridad, es ministerio de consolación. Y esto es importante: vuestra obra es propiamente evangélica, es ministerio de consolación. Pienso en los numerosos socios de la UNITALSI esparcidos por toda Italia: sois hombres y mujeres, mamás y papás, numerosos jóvenes que, movidos por el amor a Cristo y siguiendo el ejemplo del buen samaritano, no volvéis la cara ante el sufrimiento. Y no volver la cara es una virtud: ¡Id adelante con esta virtud! Al contrario, tratad siempre de ser mirada que acoge, mano que alivia y acompaña, palabra de consuelo, abrazo de ternura. No os desaniméis frente a las dificultades y el cansancio, sino más bien seguid dando tiempo, sonrisa y amor a los hermanos y hermanas que lo necesitan. Que cada persona enferma y frágil pueda ver en vuestro rostro el rostro de Jesús, y que también vosotros podáis reconocer en la persona que sufre la carne de Cristo.

Los pobres, también los pobres de salud son una riqueza para la Iglesia, y vosotros de la UNITALSI, junto con muchas otras realidades eclesiales, habéis recibido el don y el compromiso de recoger esta riqueza para ayudar a valorarla, no sólo para la Iglesia misma sino también para toda la sociedad.

El contexto cultural y social de hoy se inclina más bien a esconder la fragilidad física, a considerarla solamente como un problema que requiere resignación y pietismo o, a veces, descarte de las personas. La UNITALSI está llamada a ser signo profético e ir contra esta lógica mundana, la lógica del descarte, ayudando a los que sufren a ser protagonistas en la sociedad, en la Iglesia y también en la asociación misma. Para favorecer la inserción real de los enfermos en la comunidad cristiana y suscitar en ellos un fuerte sentido de pertenencia, es necesaria una pastoral inclusiva en las parroquias y en las asociaciones. Se trata de valorar realmente la presencia y el testimonio de las personas que son frágiles y sufren, no sólo como destinatarios de la obra evangelizadora sino también como sujetos activos de esta misma acción apostólica.

Queridos hermanos y hermanas enfermos, no os consideréis sólo objeto de solidaridad y caridad, sino más bien sentíos incluidos plenamente en la vida y en la misión de la Iglesia. Tenéis vuestro lugar, un papel específico en la parroquia y en todos los ámbitos eclesiales. Vuestra presencia silenciosa, pero más elocuente que muchas palabras, vuestra oración, la ofrenda diaria de vuestros sufrimientos en unión con los de Cristo crucificado por la salvación del mundo, la aceptación paciente e incluso gozosa de vuestra condición, son un recurso espiritual, un patrimonio para cada comunidad cristiana. Nos os avergoncéis de ser un tesoro precioso de la Iglesia.

La experiencia más fuerte que la UNITALSI vive durante el año es la de la peregrinación a los lugares marianos, especialmente a Lourdes. También vuestro estilo apostólico y vuestra espiritualidad hacen referencia a la Virgen Santa. Redescubrid en ellos las razones más profundas. En particular, imitad la maternidad de María, el cuidado materno que ella tiene por cada uno de nosotros. En el milagro de las bodas de Caná, la Virgen se dirige a los sirvientes y les dice: «haced lo que Él os diga», y Jesús ordena a los sirvientes que llenen las tinajas de agua, y el agua se convierte en vino, mejor que el que habían servido hasta entonces (cf. Jn 2, 5-10). Esta intervención de María ante su Hijo muestra la solicitud de la Madre por los hombres. Es una solicitud atenta a nuestras necesidades más auténticas. María sabe qué necesitamos. Nos cuida intercediendo ante Jesús y pidiendo para cada uno el don del «vino nuevo», es decir, el amor, la gracia que nos salva. Intercede siempre y ruega por nosotros, especialmente en la hora de la dificultad y debilidad, en la hora del desaliento y desorientación, y sobre todo en la hora del pecado. Por eso, en la oración del Avemaría, le pedimos: «ruega por nosotros, pecadores».

Queridos hermanos y hermanas, encomendémonos siempre a la protección de nuestra Madre celestial, que nos consuela e intercede por nosotros ante su Hijo. Que nos ayude a ser para cuantos encontramos en nuestro camino un reflejo de Aquel que es «Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo» (2 Co 1, 3). Gracias.

 



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