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PALABRAS DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LAS DELEGACIONES DE VERONA Y CATANZARO
POR EL REGALO DEL BELÉN Y DEL ÁRBOL DE NAVIDAD PARA LA PLAZA DE SAN PEDRO

Sala Clementina
Viernes
19 de diciembre de 2014

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Queridos hermanos y hermanas:

Me encuentro con vosotros el día que se inauguran el belén y el árbol de Navidad en la plaza de San Pedro, y doy las gracias a todos los que han contribuido, de diferentes modos, a su realización. Os saludo cordialmente a todos, comenzando por vuestros obispos, monseñor Giuseppe Zenti y monseñor Vincenzo Bertolone. Junto con ellos, saludo a las autoridades y los representantes de las instituciones que favorecieron generosamente esta iniciativa. Gracias por estos dos bellísimos regalos navideños, que admirarán numerosos peregrinos provenientes de todas las partes del mundo.

El belén, con las estatuas de terracota de tamaño natural, donado por la Fundación Arena de Verona, y el gran abeto, con los otros árboles destinados a diversos ambientes del Vaticano, ofrecido por la Administración provincial de Catanzaro, expresan las tradiciones y la espiritualidad de vuestras regiones. En efecto, los valores del cristianismo han fecundado la cultura, la literatura, la música y el arte de vuestra tierra; y aún hoy dichos valores constituyen un valioso patrimonio que hay que conservar y transmitir a las generaciones futuras.

El belén y el árbol de Navidad son signos navideños siempre sugestivos y queridos para nuestras familias cristianas: evocan el misterio de la Encarnación, al Hijo unigénito de Dios que se hizo hombre para salvarnos, y la luz que Jesús trajo al mundo con su nacimiento. Pero el belén y el árbol tocan el corazón de todos, incluso de quienes no creen, porque hablan de fraternidad, de intimidad y amistad, llamando a los hombres de nuestro tiempo a redescubrir la belleza de la sencillez, la comunión y la solidaridad. Son una invitación a la unidad, a la concordia y la paz; una invitación a dar cabida en nuestra vida personal y social a Dios, que no viene con arrogancia a imponer su fuerza, sino que nos ofrece su amor omnipotente a través de la frágil figura de un Niño. El belén y el árbol llevan, pues, un mensaje de luz, de esperanza y amor.

A vosotros aquí presentes, a vuestras familias y a todos los habitantes de vuestras regiones, Véneto y Calabria, os deseo que viváis con serenidad e intensidad la Natividad del Señor. Él, el Mesías, se hizo hombre y vino a nosotros para disipar las tinieblas del error y del pecado, trayendo a la humanidad su luz divina. Jesús mismo dirá de sí: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn8, 12). Sigámoslo a Él, luz verdadera, para no extraviarnos e irradiar, por nuestra parte, luz y calor en quienes atraviesan momentos de dificultad y oscuridad interior.

Queridos amigos, ¡gracias por vuestros regalos! Invoco sobre cada uno de vosotros la protección maternal de la Virgen santísima, y de corazón os bendigo. Por favor, no olvidéis rezar por mí. ¡Feliz Navidad!

 



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