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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DE LA CONGREGACIÓN
PARA LOS INSTITUTOS DE VIDA CONSAGRADA
Y LAS SOCIEDADES DE VIDA APOSTÓLICA

Sala Clementina
Jueves 27 de noviembre de 2014

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Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
queridos hermanos y hermanas:

Con alegría me reúno hoy con vosotros y con quienes prestáis vuestro servicio en el dicasterio para la vida consagrada. En especial doy la bienvenida a los cardenales y obispos que son miembros desde hace poco tiempo, y doy las gracias al cardenal prefecto por las palabras de saludo que me dirigió en nombre de todos. Agradezco al secretario y a los dos subsecretarios por este «logo» que vi ayer en L’Osservatore Romano pero que no entendía bien de qué se tratase; ahora he entendido.

Encuentro hermoso y significativo el título que habéis elegido para esta sesión: «Vino nuevo en odres nuevos». A la luz de esta palabra evangélica habéis reflexionado en el hoy de la vida consagrada en la Iglesia, a cincuenta años de la constitución Lumen gentium y del decreto Perfectae caritatis. Después del Concilio Vaticano II, el viento del Espíritu siguió soplando con fuerza, por una parte impulsando a los institutos a realizar la renovación espiritual, carismática e institucional que el Concilio mismo había pedido, por otra suscitando en el corazón de hombres y mujeres modalidades nuevas de respuesta a la invitación de Jesús a dejarlo todo para dedicar la propia vida a su seguimiento y al anuncio del Evangelio.

En la porción de la viña del Señor representada por quienes han elegido imitar a Cristo más de cerca mediante la profesión de los consejos evangélicos, maduró nueva uva y se extrajo nuevo vino. En estos días os habéis propuesto discernir la calidad y la maduración del «vino nuevo» que se produjo en la larga temporada de la renovación, y al mismo tiempo valorar si los odres que lo contienen, representados por las formas institucionales presentes hoy en la vida consagrada, son adecuadas para contener ese «vino nuevo» y favorecer su plena maduración. Como tuve ocasión de recordar en otros encuentros, no debemos tener miedo de abandonar los «odres viejos». Es decir, de renovar las costumbres y las estructuras que, en la vida de la Iglesia y, por lo tanto, también en la vida consagrada, reconocemos que ya no responden a lo que Dios nos pide hoy para extender su reino en el mundo: las estructuras que nos dan falsa protección y que condicionan el dinamismo de la caridad; las costumbres que nos alejan del rebaño al que somos enviados y nos impiden escuchar el grito de quienes esperan la Buena Noticia de Jesucristo.

Del mismo modo que no ocultáis los ámbitos de debilidad que es posible constatar hoy en la vida consagrada: por ejemplo, la resistencia de algunos sectores al cambio, la disminuida fuerza de atracción, el número no irrelevante de abandonos —¡y esto me preocupa! Dice algo acerca de la selección de los candidatos y la formación de los mismos; luego está el misterio de cada persona, pero estas dos cosas antes debemos evaluarlas bien—, la fragilidad de ciertos itinerarios formativos, el afán por las tareas institucionales y ministeriales en detrimento de la vida espiritual, la difícil integración de las diversidades culturales y generacionales, un problemático equilibrio en el ejercicio de la autoridad y en el uso de los bienes —¡me preocupa también la pobreza! Hago publicidad de mi familia, pero san Ignacio decía que la pobreza es la madre y también el muro de la vida consagrada. La pobreza es madre porque da vida, y muro porque protege de la mundanidad. Pensemos en estas debilidades. Vosotros queréis estar a la escucha de las señales del Espíritu que abre nuevos horizontes e impulsa por nuevos senderos, partiendo siempre desde la regla suprema del Evangelio e inspirados por la audacia creativa de vuestros fundadores y fundadoras.

En la ardua tarea que os reúne, con el fin de valorar el vino nuevo y probar la calidad de los odres que lo deben contener, os guían algunos criterios orientativos: la originalidad evangélica de las opciones, la fidelidad carismática, el primado del servicio, la atención a los más pequeños y frágiles, el respeto de la dignidad de cada persona.

Os aliento a seguir trabajando con generosidad y audacia en la viña del Señor, para favorecer el crecimiento y la maduración de racimos lozanos, de los cuales poder sacar el vino generoso que podrá fortalecer la vida de la Iglesia y alegrar el corazón de tantos hermanos y hermanas necesitados de vuestras atenciones amables y maternas. Incluso el remplazo de los odres viejos con los nuevos, como habéis indicado bien, no se da automáticamente, sino que exige compromiso y habilidad, para ofrecer el espacio idóneo y acogedor y hacer fructificar los nuevos dones con los que el Espíritu sigue embelleciendo a la Iglesia, su esposa. No os olvidéis de dar gracias al dueño de la viña que os ha llamado a esta apasionante misión. Impulsad hacia adelante el camino de renovación iniciado y en gran parte realizado en estos cincuenta años, analizando toda novedad a la luz de la Palabra de Dios y a la escucha de las necesidades de la Iglesia y del mundo contemporáneo, y utilizando todos los medios que la sabiduría de la Iglesia pone a disposición para avanzar en el camino de vuestra santidad personal y comunitaria. El más importante entre estos medios es la oración, también la oración gratuita, la oración de alabanza y de adoración. Nosotros, consagrados, somos consagrados para servir al Señor y servir a los demás con la Palabra del Señor, ¿no? Decid a los nuevos miembros, por favor, decidles que rezar no es perder tiempo, adorar a Dios no es perder tiempo, alabar a Dios no es perder tiempo. Si nosotros consagrados no nos detenemos cada día delante de Dios en la gratuidad de la oración, el vino será vinagre.

La plenaria de vuestra Congregación tiene lugar precisamente en vísperas del Año de la vida consagrada. Recemos juntos al Señor para que nos ayude en este Año a poner «vino nuevo en odres nuevos». Y en esto quiero agradecer especialmente a la Congregación, al prefecto, al secretario, por el esfuerzo realizado para la organización de este Año. Doy las gracias de verdad porque a la reunión venían con proyectos... y pensaba: no sé si lo lograrán... Y realmente, en la otra reunión, el proyecto tenía forma, tenía cuerpo. ¡Muchas gracias por el esfuerzo! Os agradezco el trabajo que estáis realizando en estos días, y el servicio que prestáis como miembros y colaboradores de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica. Que la Virgen María os acompañe y os alcance un nuevo ardor de resucitados y la santa audacia de buscar nuevos caminos. Que el Espíritu Santo os asista y os ilumine. Gracias.

 



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