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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CAMERÚN
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Sala Clementina
Sábado 6 de septiembre de 2014

 

Queridos hermanos en el episcopado:

Os doy la bienvenida. Estoy muy contento de recibirlos con ocasión de vuestra visita ad limina. Doy las gracias a monseñor Samuel Kleda, presidente de vuestra Conferencia episcopal, por las palabras que me acaba de dirigir en vuestro nombre. Os pido que transmitáis mis cordiales saludos a todos vuestros diocesanos, en especial a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, a los laicos comprometidos en el servicio pastoral, así como a todos los habitantes de Camerún. Dirijo también un saludo fraterno al cardenal Christian Tumi. Que vuestra oración ante la tumba de los Apóstoles Pedro y Pablo os confirme en la fe y en la perseverancia para el ejercicio de vuestra misión pastoral, al servicio del pueblo que se os ha confiado. Son para nosotros los modelos que debemos seguir en la entrega total que han hecho de sí mismos —hasta derramar la propia sangre— a Cristo y a su Evangelio.

Vuestra visita me ofrece la ocasión de renovaros mi aliento y mi confianza y de poner de relieve el espíritu de comunión que consideráis importante mantener con la Sede apostólica. A fin de que el Evangelio toque y convierta los corazones en lo profundo, debemos recordar que solamente estando unidos en el amor es como podemos dar testimonio de modo auténtico y eficaz. Unidad y diversidad son para vosotros realidades que deben ir firmemente unidas para hacer justicia a la riqueza humana y espiritual de vuestras diócesis, que se expresa en múltiples formas. Además, deseo que la buena colaboración entre la Iglesia, el Estado y la sociedad camerunesa en su conjunto, manifestada recientemente por la firma de un Acuerdo marco entre la Santa Sede y la República de Camerún, dé frutos abundantes. Os invito a poner concretamente en práctica este Acuerdo, ya que el reconocimiento jurídico de muchas instituciones eclesiales les dará un mayor alcance, a beneficio no sólo de la Iglesia, sino también de toda la sociedad camerunesa.

Al respecto, acojo con agrado el considerable compromiso de vuestras Iglesias locales en numerosas obras sociales. Este compromiso en los ámbitos educativo, sanitario y caritativo es reconocido y apreciado por las autoridades civiles; este debe ser el ámbito de una fecunda colaboración entre Estado e Iglesia, en el respeto de la plena libertad de esta última. El compromiso en las obras sociales es parte integrante de la evangelización, ya que existe un nexo íntimo entre evangelización y promoción humana. Esta última se debe expresar y desarrollar en toda la acción evangelizadora (cf. Evangelii gaudium, n. 178). Os aliento, por lo tanto, a perseverar en la atención que tenéis hacia los más débiles, sosteniendo, material y espiritualmente, a todos los que se dedican a ellos, en especial a los miembros de los institutos religiosos y a los laicos asociados; les agradezco de todo corazón por su entrega y por el testimonio auténtico que dan del amor de Cristo por todos los hombres.

Vuestra acción evangelizadora será mucho más eficaz si el Evangelio es realmente vivido por quienes lo han recibido y lo profesan. Es este el modo para atraer hacia Cristo a quienes aún no lo conocen, mostrándoles el poder de su amor capaz de transformar e iluminar la vida de los hombres. Sólo así podemos hacer frente, vigilando pero con serenidad, al desarrollo de múltiples propuestas nuevas que seducen las mentes sin renovar profundamente los corazones. Por lo demás, la presencia importante de musulmanes en algunas de vuestras diócesis es una invitación urgente a testimoniar valiente y gozosamente la fe en Cristo Resucitado. Desarrollar el diálogo de la vida con los musulmanes, con un espíritu de confianza recíproca, es hoy indispensable para mantener un clima de convivencia pacífica y frenar el desarrollo de la violencia de la cual los cristianos son víctimas en ciertas regiones del continente.

Me parece esencial, por lo tanto, como prioridad, continuar vuestra acción orientada a sembrar y reforzar la fe en el corazón de los fieles. La formación es un elemento esencial en el desarrollo del pueblo de Dios, especialmente en estos tiempos en los que el relativismo y la secularización están comenzando a entrar en auge en África. Muchos laicos están implicados en sus parroquias y en los movimientos, y son, con certeza, fundamentales para la transmisión de la fe. Su formación debe ser sólida y permanente. Os pido que transmitáis a estos fieles laicos y a todas las personas implicadas en el trabajo de formación mi aprecio y mi más caluroso aliento.

También las familias deben seguir estando en el centro de vuestra particular atención, especialmente hoy mientras experimentan graves dificultades —tanto la pobreza, el desplazamiento de pueblos, la falta de seguridad, la tentación de volver a prácticas ancestrales incompatibles con la fe cristiana o incluso los nuevos estilos de vida propuestos por un mundo secularizado. Os invito a sacar todo el provecho de la décima Asamblea plenaria de la Asociación de las Conferencias episcopales de África central celebrada en el Congo, en cuyos trabajos habéis participado y que —no tengo ninguna duda— dará frutos abundantes.

Es fundamental, además, que el clero dé testimonio de una vida en la que esté presente el Señor, coherente con las exigencias y los principios del Evangelio. Quiero expresar a todos los sacerdotes mi agradecimiento por el celo apostólico que demuestran, a menudo en condiciones difíciles y precarias, y les aseguro mi cercanía y mi oración. Sin embargo, es conveniente permanecer vigilantes en el discernimiento y en el acompañamiento de las vocaciones sacerdotales —gracias a Dios numerosas en Camerún— y sostener también la formación permanente y la vida espiritual de los sacerdotes para los cuales vosotros sois padres atentos, ya que las tentaciones del mundo son muchas, en especial las del poder, los honores y el dinero. Sobre este último punto, en particular, el antitestimonio que se podría dar por una mala gestión de los bienes, por el enriquecimiento personal y el derroche sería especialmente escandaloso en una región donde a muchas personas les falta lo necesario para vivir.

Por otro lado, la unidad del clero es un elemento indispensable del testimonio que se da de Cristo resucitado: «para que todos sean uno [...] para que el mundo crea» (Jn 17, 21); sea ello la unidad de los obispos, quienes a menudo deben afrontar los mismos desafíos y están llamados a dar soluciones comunes y acordadas, o de la unidad del presbyterium que el Señor invita a construir cada día superando los prejuicios, en especial los étnicos.

Por último, también la vida consagrada tiene que ser acompañada, a fin de que, arraigada en Cristo al servicio del Reino, sea siempre un testimonio profético y un modelo en materia de reconciliación, de justicia y de paz (cf. Evangelii gaudium, n. 117). Os invito a ofrecer vuestro apoyo a los institutos religiosos en sus esfuerzos de formación humana y espiritual, y a acoger y acompañar, con prudente discernimiento, las nuevas iniciativas.

Queridos hermanos, los valientes esfuerzos de evangelización que realizáis en vuestro ministerio pastoral dan numerosos frutos de conversión. Os invito a dar incesantemente gracias por ellos y a renovar el don de vosotros mismos a Cristo y al pueblo que se os ha confiado. Sin temer a las dificultades, iréis valientemente adelante, con un espíritu misionero renovado, con el fin de llevar la Buena Noticia a todos aquellos que aún la esperan o que tienen más necesidad de ella. Os encomiendo a todos vosotros, así como a vuestras diócesis, a la intercesión de san Juan Pablo IIque visitó vuestro país en dos ocasiones, y a la protección maternal de la Virgen María. Que Dios os bendiga.

 


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