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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PRELADOS PARTICIPANTES EN UN SEMINARIO
ORGANIZADO POR LA CONGREGACIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS

Sala Clementina
Sábado 20 de septiembre de 2014

 

Queridos hermanos:

Os doy mi cordial bienvenida, junto a los responsables del dicasterio misionero, guiados por el cardenal Fernando Filoni, a quien agradezco sus palabras que introdujeron nuestro encuentro. Deseo que este seminario de actualización sea fructuoso para cada uno tanto espiritual como pastoralmente. Vosotros habéis respondido con fe y generosidad a la llamada del Señor, que os ha elegido para ser pastores de su rebaño. No os dejaistes asustar por las dificultades y los desafíos del mundo actual (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 52-75), que hacen hoy aún más ardua la misión de los obispos, pero habéis puesto vuestra confianza en el Señor, a imitación de los primeros discípulos y de san Pedro, quien exclamó: «¡Por tu palabra, echaré las redes!» (Lc 5, 5). También vosotros estáis llamados, con todos los pastores de la Iglesia, a poner en la base de vuestra misión la Palabra de Jesús, para dar esperanza al mundo.

Durante estas dos semanas habéis visto las diversas dimensiones de la vida y del ministerio episcopal, que responden a la misión fundamental de la Iglesia: anunciar el Evangelio. Como puse de relieve en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, se advierte hoy la imperiosa necesidad de una conversión misionera (cf. 19-49); una conversión que respecta a cada bautizado y a cada parroquia, pero que naturalmente los pastores están llamados a vivir y testimoniar en primer lugar, en cuanto guías de la Iglesia particular. Por lo tanto, os aliento a ordenar vuestra vida y vuestro ministerio episcopal hacia esta transformación misionera que interpela hoy al Pueblo de Dios.

En el centro de esta conversión misionera de la Iglesia está el servicio a la humanidad, a imitación de su Señor que lavó los pies a sus discípulos. La Iglesia, en cuanto comunidad evangelizadora, está llamada a crecer en la proximidad, a acortar las distancias, a abajarse hasta la humillación si es necesario y asumir la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el pueblo (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24). En esta perspectiva, el Concilio Vaticano II, al tratar de la obligación del obispo como guía de la familia de Dios, destaca que los obispos en el ejercicio de su ministerio de padres y pastores en medio de sus fieles deben comportarse como «quienes sirven», teniendo siempre ante los ojos el ejemplo del Buen Pastor, que vino no para ser servido, sino para servir y dar su vida por todos (cf. Exhort. ap. postsin. Pastores gregis, 16 de octubre de 2003, 42). Un ejemplo luminoso de este servicio pastoral son los santos mártires coreanos, Andrés Kim Taegŏn, sacerdote, Pablo Chŏng Hasang y compañeros, cuya memoria litúrgica celebramos precisamente hoy. Anclados en Cristo, Buen Pastor, no dudaron en dar la propia sangre por el Evangelio, del que eran fieles dispensadores y testigos heroicos.

La Iglesia tiene necesidad de pastores, es decir servidores, de obispos que saben ponerse de rodillas ante los demás para lavar sus pies. Pastores cercanos a la gente, padres y hermanos mansos, pacientes y misericordiosos; que aman la pobreza, ya como libertad para el Señor, ya como sencillez y austeridad de vida. Vosotros estáis llamados a vigilar incesantemente el rebaño encomendado a vosotros, para mantenerlo unido y fiel al Evangelio y a la Iglesia. Esforzaos por dar un auténtico impulso misionero a vuestras comunidades diocesanas, para que crezcan cada vez más con nuevos miembros, gracias a vuestro testimonio de vida y a vuestro ministerio episcopal realizado como servicio al Pueblo de Dios. Sed cercanos a vuestros sacerdotes, atended la vida religiosa, amad a los pobres.

Mientras me dirijo a vosotros, no puedo dejar de ir con mi pensamiento a los hermanos que, por distintas razones, no están aquí con nosotros. A todos envío un saludo fraterno y de bendición. Cómo quisiera, por ejemplo, que los obispos chinos recientemente ordenados en estos años estuvieran presentes en el encuentro de hoy. Sin embargo, en lo hondo del corazón, deseo que ese día no esté lejos. Quisiera asegurarles no sólo la mía y nuestra solidaridad, sino también la del episcopado mundial para que, en la fe común, sientan que, si a veces pueden tener la impresión de estar solos, más fuerte es la certeza de que sus sufrimientos traerán frutos —¡y gran fruto!— por el bien de sus fieles, de sus conciudadanos y de toda la Iglesia.

Queridos hermanos, estamos viviendo un tiempo de camino sinodal sobre la familia. Mientras confío también a vuestras oraciones la próxima asamblea del Sínodo, me gustaría destacar con vosotros que las familias están en la base de la obra evangelizadora, con su misión educativa y con la participación activa a la vida de las comunidades parroquiales. Os aliento a promover la pastoral familiar, a fin de que las familias, acompañadas y formadas, puedan dar siempre mejor su aportación a la vida de la Iglesia y de la sociedad. Que la Virgen María, Estrella de la Evangelización, os acompañe con su ternura maternal. Sobre todos vosotros y sobre vuestras diócesis, invoco la bendición del Señor.

 



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