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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA ASOCIACIÓN DE PADRES DE FAMILIA DE LAS ESCUELAS CATÓLICAS DE ITALIA (AGESC)

Sala Clementina
Sábado 5 de diciembre de 2015

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Queridos hermanos y hermanas:

Con gusto os doy la bienvenida a todos vosotros, representantes de las Asociaciones de padres de las escuelas católicas, con ocasión de los cuarenta años de vuestra fundación. Estáis aquí no sólo para confirmaros en vuestro camino de fe, sino también para expresar la verdad del compromiso que os caracteriza: el compromiso, libremente asumido, de ser educadores según el corazón de Dios y de la Iglesia.

Hace poco tuvo lugar un importante Congreso mundial organizado por la Congregación para la educación católica. En esa ocasión destaqué la importancia de promover una educación a la plenitud de la humanidad, porque hablar de educación católica equivale a hablar de lo humano, de humanismo. Exhorté a una educación inclusiva, una educación en la que haya lugar para todos y no seleccione de forma elitista a los destinatarios de su misión.

Es el mismo desafío que hoy se os presenta a vosotros. Vuestra Asociación está al servicio de la escuela y de la familia, dando su aportación en la delicada tarea de tender puentes entre escuela y territorio, entre escuela y familia, entre escuela e instituciones civiles. Volver a dejar espacio al pacto educativo, porque el pacto educativo se ha arruinado, porque el pacto educativo está roto, y debemos restaurarlo. Tender puentes: ¡no existe un desafío más noble! Construir unión d0nde avanza la división, generar armonía cuando parece tener éxito la lógica de la exclusión y de la marginación.

Como asociación eclesial, vosotros bebéis del corazón mismo de la Iglesia la abundancia de la misericordia, que hace de vuestro trabajo un servicio cotidiano a los demás. Como padres, sois depositarios del deber y del derecho primario e irrenunciable de educar a los hijos, ayudando en ese sentido de manera positiva y constante a la tarea de la escuela. Os corresponde a vosotros el derecho de requerir una educación conveniente para vuestros hijos, una educación integral y abierta a los más auténticos valores humanos y cristianos. Os corresponde a vosotros también hacer que la escuela esté a la altura de la misión educativa que se le ha confiado, en especial cuando la educación que propone se manifiesta como «católica». Pido al Señor que la escuela católica nunca dé por descontado el significado de este adjetivo. En efecto, ser educadores católicos hace la diferencia.

Y entonces debemos preguntarnos: ¿cuáles son los requisitos que hacen que una escuela pueda llamarse verdaderamente católica? Este puede ser un buen trabajo a realizar por vuestra asociación. Vosotros ciertamente lo habéis hecho y lo hacéis; pero los resultados nunca se alcanzan una vez para siempre. Por ejemplo: sabemos que la escuela católica debe transmitir una cultura integral, no ideológica. Pero, ¿qué significa esto concretamente? O también, ¿estamos convencidos de que la escuela católica está llamada a favorecer la armonía de la diversidad? ¿Cómo se puede hacer realidad esto en concreto? Se trata de un desafío para nada fácil. Gracias a Dios existen, en Italia y en el mundo, muchas experiencias positivas que se pueden conocer y compartir.

En el encuentro que tuvo con vosotros en junio de 1998, san Juan Pablo II recordó la importancia del «puente» que debe existir entre escuela y sociedad. Que nunca se os olvide la exigencia de construir una comunidad educativa en la que, juntamente con los docentes, los diversos agentes y los estudiantes, vosotros padres podáis ser protagonistas del proceso educativo.

No estáis fuera del mundo, sino vivos, como la levadura en la masa. La invitación que os dirijo es sencilla pero audaz: sabed marcar la diferencia con la calidad formativa. Sabed encontrar modos y caminos para no pasar desapercibidos tras los bastidores de la sociedad y de la cultura. No despertando clamores, no con proyectos adornados con retórica. Sabed distinguiros por vuestra constante atención a la persona, de modo especial a los últimos, a quien se ve descartado, rechazado, olvidado. Sabed haceros notar no por la «fachada», sino por una coherencia educativa radicada en la visión cristiana del hombre y de la sociedad.

En un momento en el que la crisis económica se hace sentir con todo su peso también en las escuelas concertadas, muchas de las cuales se ven obligadas a cerrar, la tentación de los «números» se hace presente con más insistencia, y con ella la del desaliento. Pero a pesar de todo os repito: la diferencia se hace con la calidad de vuestra presencia, y no con la cantidad de los recursos con los que se es capaz de trabajar en la realidad. La calidad de vuestra presencia, allí, para tender puentes. Y me gustó que usted [se dirige al presidente], al hablar de la escuela, haya hablado de los niños, de los padres y también de los abuelos. Porque los abuelos tienen su misión. No descartar a los abuelos que son la memoria viva del pueblo.

Nunca negociéis los valores humanos y cristianos de los que sois testigos en la familia, en la escuela, en la sociedad. Dad generosamente vuestra aportación para que la escuela católica nunca se convierta en un «parche», o en una alternativa insignificante entre las diversas instituciones formativas. Colaborad a fin de que la educación católica tenga el rostro de ese nuevo humanismo del que se habló en la Asamblea eclesial de Florencia. Comprometeos a fin de que las escuelas católicas estén verdaderamente abiertas a todos. Que el Señor, que en la Sagrada Familia de Nazaret creció en edad, sabiduría y gracia (cf. Lc 2, 52), acompañe vuestros pasos y bendiga vuestro compromiso de cada día.

Gracias por este encuentro, gracias por vuestro trabajo y por vuestro testimonio. Os aseguro mi recuerdo en la oración. Y vosotros, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.

 



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