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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A SU SANTIDAD MOR IGNATIUS APHREM II,
PATRIARCA SIRO-ORTODOXO DE ANTIOQUÍA Y DE TODO ORIENTE

Viernes 19 de junio de 2015

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Santidad, Beatitud, queridos hermanos:

Es una gran alegría poder acogerlo aquí, cerca de la tumba de san Pedro, tan amado en Roma y en Antioquía. Doy la más cordial bienvenida a vuestra Santidad y a los distinguidos miembros de su delegación. Le agradezco sus palabras de amistad y cercanía espiritual, y extiendo mi saludo a los obispos, al clero y a todos los fieles de la Iglesia siro-ortodoxa. «A vosotros gracia y paz, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo» (Rm 1, 7).

La visita de vuestra Santidad fortalece los lazos de amistad y fraternidad que unen a nuestras Iglesias, la sede de Roma y la sede de Antioquía. San Ignacio, maestro de unidad entre los fieles en Cristo, en su carta a los magnesios, haciéndose eco de la oración pronunciada por Jesús en la última cena, exhorta a ser «una oración en común, una suplicación, una mente, una esperanza, un amor», a congregarse «como en un solo templo, Dios; como ante una altar, Jesucristo, que vino de un Padre y está con un Padre y ha partido a un Padre» (7, 1-2).

Cuando el patriarca Mor Ignatius Jacob III y el Papa Pablo VI se encontraron aquí, en Roma, en 1971, comenzaron conscientemente lo que podemos definir una «peregrinación santa» hacia la plena comunión entre nuestras Iglesias. Firmando la Declaración común sobre nuestra profesión conjunta de fe en el misterio de la Palabra encarnada, verdadero Dios y verdadero hombre, pusieron el fundamento dinámico necesario para el camino que juntos estamos recorriendo en obediencia a la oración del Señor por la unidad de los discípulos (cf. Jn 17, 21-23). A continuación, los encuentros entre el patriarca Mor Ignatius Zakka Iwas y san Juan Pablo II, primero en Roma y después en Damasco, marcaron nuevos pasos adelante, introduciendo elementos concretos de colaboración pastoral para el bien de los fieles.

¡Cuántas cosas han cambiado desde los primeros encuentros! Santidad: La suya es una Iglesia de mártires desde el inicio, y lo es aún hoy, en Oriente Medio, donde sigue padeciendo, junto con otras comunidades cristianas y otras minorías, los terribles sufrimientos provocados por la guerra, la violencia y las persecuciones. ¡Cuánto dolor! ¡Cuántas víctimas inocentes! Ante todo esto, parece que los poderosos de este mundo son incapaces de encontrar soluciones.

Santidad: Recemos juntos por las víctimas de esta violencia cruel y de todas las situaciones de guerra presentes en el mundo. Un recuerdo particular va al metropolita Mor Gregorios Ibrahim y al metropolita de la Iglesia greco-ortodoxa Pabul Yazigi, secuestrados juntos hace ya más de dos años. Recordemos también a algunos sacerdotes y a tantas personas, de diversos grupos, privadas de la libertad. Pidamos también al Señor la gracia de estar siempre dispuestos al perdón y ser agentes de reconciliación y paz. Esto es lo que anima el testimonio de los mártires. La sangre de los mártires es semilla de unidad de la Iglesia e instrumento de edificación del reino de Dios, que es reino de paz y justicia.

Santidad, Beatitud, queridos hermanos: En este momento de dura prueba y dolor, fortalezcamos aún más los lazos de amistad y fraternidad entre la Iglesia católica y la Iglesia siro-ortodoxa. Apresuremos nuestros pasos por el camino común, manteniendo la mirada fija en el día en que podremos celebrar nuestra pertenencia a la única Iglesia de Cristo en torno al mismo altar del sacrificio y de la alabanza. Intercambiémonos los tesoros de nuestras tradiciones como dones espirituales, porque lo que nos une es muy superior a lo que nos separa.

Hago mías las palabras de vuestra hermosa oración siríaca: «Señor, por intercesión de tu Madre y de todos los santos, santifícanos a nosotros y a nuestros queridos difuntos. Que la memoria de la Virgen María sea bendición para nosotros; que sus oraciones sean fortaleza para nuestras almas. Apóstoles, mártires, discípulos y santos, rogad por nosotros, para que el Señor nos conceda su misericordia». Amén.

 



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