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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE TOGO
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Lunes 11 de mayo de 2015

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Queridos hermanos obispos:

Os doy la bienvenida con ocasión de vuestra visita ad limina. Saludo a monseñor Benoît Alowonou, presidente de vuestra Conferencia, a quien agradezco las palabras que acaba de dirigirme en vuestro nombre. También saludo, a través de vosotros, a los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, a todos los fieles de vuestras diócesis, así como a todos los habitantes de Togo.

Expreso el deseo de que, con ocasión de este regreso a las fuentes espirituales ante las tumbas de los Apóstoles, encontréis todas las gracias necesarias para la realización de vuestro ministerio pastoral. Nuestro encuentro de hoy manifiesta mi cercanía y la preocupación que siento por vuestras diócesis, asegurándoos el apoyo fraterno de la Iglesia universal, en la unidad de la fe y en el amor. Pero este encuentro también muestra el interés que cada uno de vosotros tiene por las demás Iglesias particulares, naturalmente por las de vuestra Conferencia episcopal, que viven situaciones semejantes y afrontan desafíos comunes, pero también por las de todo el mundo y, en particular, por la Iglesia de Roma que preside en la comunión. Al respecto, os estoy agradecido porque rezáis por mí y por mi ministerio de Sucesor de Pedro.

Sé que vivís concretamente esta solicitud haciendo participar a vuestras diócesis en las reflexiones preparatorias del Sínodo de los obispos sobre la familia, que se reunirá el próximo mes de octubre en Roma. Es importante que se expresen y comprendan los aspectos positivos de la familia que se viven en África. En particular, la familia africana es acogedora con la vida, respeta y tiene en cuenta a las personas ancianas. Por lo tanto, esta herencia debe conservarse y servir de ejemplo y aliento a los demás. El sacramento del matrimonio es una realidad pastoral bien acogida en vuestro país, aunque todavía subsisten obstáculos de orden cultural y legal, impidiendo a algunas parejas realizar su deseo de fundar su propia vida conyugal en la fe en Cristo. Os animo a perseverar en vuestros esfuerzos por sostener a las familias en sus dificultades, sobre todo a través de la educación y las obras sociales, y a preparar a las parejas para los compromisos, exigentes pero magníficos, del matrimonio cristiano. Togo no está exento de ataques ideológicos y mediáticos, hoy difundidos por doquier, que proponen modelos de unión y familia incompatibles con la fe cristiana. Conozco la vigilancia que demostráis en este ámbito, así como los esfuerzos que realizáis, en particular en el campo de los medios de comunicación.

Pero una de las claves que deben permitir afrontar los desafíos que se presentan a vuestras comunidades y a vuestras sociedades es, ciertamente, la formación de la juventud. La «Iglesia-Familia de Dios» en Togo ha elegido estar junto a los niños y los jóvenes, que se benefician de una buena formación, humana y religiosa, a través de numerosos proyectos e iniciativas. No ignoro los considerables esfuerzos, tanto humanos como materiales, que esto comporta en todos los niveles. Doy cordialmente las gracias a todos los que trabajan en esta obra educativa, tan importante para el futuro —pienso, en particular, en los catequistas, cuyo compromiso es considerable—; que encuentren siempre en vosotros el aliento y los estímulos necesarios. Es fundamental que los jóvenes aprendan a vivir de modo coherente su fe, para poder testimoniarla con autenticidad y contribuir a una sociedad más justa y más solidaria.

Los religiosos y religiosas tienen un papel insustituible en el anuncio y la transmisión de la fe en Togo. Son «una ayuda necesaria y preciosa para la actividad pastoral, pero también una manifestación de la naturaleza íntima de la vocación cristiana» (Africae munus, 118). Los institutos, tanto autóctonos como misioneros, son numerosos; su apostolado de cercanía a las poblaciones es apreciado por todos y se ejerce mediante un buen entendimiento con vosotros. En este Año de la vida consagrada, tengo que agradecerles su compromiso desinteresado y generoso al servicio de Cristo y de la Iglesia, así como de toda la población que se beneficia de su entrega. Expreso el deseo de que las personas consagradas aprovechen este Año de regreso a las fuentes y de reflexión para unirse cada vez más a Cristo resucitado y servirlo con perseverancia y valentía. Os invito a manifestar siempre vuestra solicitud paterna a los diversos institutos. El número de sus miembros está creciendo rápidamente, y es oportuno que su desarrollo esté bien acompañado y se cuide la formación de los más jóvenes, en particular para evitar amalgamas a nivel de la fe y la inculturación.

También tengo que expresar mi gratitud y mi aliento más afectuoso a todos vuestros sacerdotes diocesanos. Su tarea es inmensa, y responden con un compromiso entusiástico y generoso. Os invito a estar siempre cerca de ellos, a suscitar en el presbyterium un verdadero espíritu de familia que favorezca la solidaridad y la fraternidad sacerdotales, al servicio de una misión común. Las vocaciones son numerosas en Togo, y los seminaristas reciben una buena formación en vuestros seminarios. Es necesario que los futuros sacerdotes se arraiguen «en los valores evangélicos para reforzar su compromiso, en fidelidad y lealtad a Cristo» (Africae munus, 121). Esto debe ayudarlos, a continuación, a luchar contra la ambición, el arribismo, los celos, la mundanidad, la seducción del dinero y de los bienes de este mundo, en un celibato sincero y vivido gozosamente. Os recomiendo estar particularmente atentos al acompañamiento espiritual y pastoral de los jóvenes sacerdotes, y estar disponibles a la escucha de lo que viven.

Queridos hermanos: La sociedad togolesa ha hecho durante estos últimos años notables progresos en el campo político y social. La Iglesia católica ha contribuido ampliamente a ellos, no sólo con sus obras de evangelización y promoción humana, sino también con su compromiso por la justicia y la reconciliación. Os agradezco muy cordialmente los esfuerzos que habéis hecho en este campo, en particular los trabajos de la «Comisión nacional verdad, justicia y reconciliación». Os aliento a seguir esforzándoos para que la Iglesia ocupe el lugar que le corresponde en el proceso de reformas institucionales en curso. En efecto, «la Iglesia en África debe ayudar a construir la sociedad en colaboración con las autoridades gubernamentales e instituciones públicas y privadas que participan en la construcción del bien común» (Africae munus, 81). Pero es necesario vigilar para no entrar directamente en el debate y tampoco en las disputas políticas, preocupándose por formar, alentar y acompañar a los laicos —que tienen precisamente esta función—, capaces de comprometerse en el nivel más alto al servicio de la nación y asumir responsabilidades.

Me alegro de que este servicio prestado a la sociedad togolesa también sea la ocasión de acciones comunes con las demás comunidades cristianas, como testimonian algunos llamamientos que habéis hecho conjuntamente a la nación. Del mismo modo, en materia de diálogo interreligioso conviene favorecer siempre, e incluso desarrollar más, la cultura del diálogo y del encuentro, mientras vivís en una cohabitación pacífica, sobre todo con el islam, cohabitación que es oportuno preservar, teniendo en cuenta el contexto actual en África occidental. El «diálogo interreligioso es una condición necesaria para la paz en el mundo, y por lo tanto es un deber para los cristianos, así como para otras comunidades religiosas» (Evangelii gaudium, 250). En este sentido, es particularmente necesario que los jóvenes sacerdotes reciban una sólida formación.

Queridos hermanos: Los esfuerzos de evangelización que realizáis en vuestro ministerio pastoral dan numerosos frutos. Os invito a dar gracias por esto, y a renovar la entrega de vosotros mismos a Cristo y al pueblo que se os ha confiado. Os encomiendo a todos vosotros, así como a vuestras diócesis, a la intercesión de los santos patronos de la Iglesia en Togo, Juan Pablo II y Juan XXIII, y a la protección materna de la Virgen María. Os imparto a todos, de corazón, la bendición apostólica.

 



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