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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN UNA CONFERENCIA INTERNACIONAL
ORGANIZADO POR EL CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA

Sala Regia
Sábado, 28 de abril de 2018

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Queridos amigos: buenos días.

Os doy a todos vosotros una cordial bienvenida. Doy las gracias al cardenal Ravasi por las palabras que me ha dirigido y por promover esta iniciativa que ofrece una serie de temas que van más allá de una reflexión teórica e indican un itinerario a seguir.

Cuando veo que los representantes de diferentes culturas, sociedades y religiones aúnan sus fuerzas, emprendiendo un camino común de reflexión y compromiso en favor de los que sufren, me alegro porque la persona humana es un punto de encuentro y un «lugar» de unidad. De hecho, frente al problema del sufrimiento humano, es necesario saber cómo crear sinergias entre personas e instituciones, también superando los prejuicios, para cultivar la atención y el esfuerzo de todos en favor de la persona enferma.

Agradezco a todos aquellos que, en este esfuerzo del Consejo Pontificio para la Cultura y las instituciones con él involucradas —la Fundación Vaticana de Ciencia y Fe-STOQ, la CURA Foundation y la Fundación Stem for Life— han ofrecido su contribución. De manera especial estoy agradecido con los diferentes dicasterios de la Santa Sede que han colaborado en este proyecto: la Secretaría de Estado —Sección de Relaciones con los Estados—, la Academia Pontificia para la Vida, la Academia Pontificia de las Ciencias y la Secretaría para la Comunicación.

El recorrido de esta Conferencia se sintetiza en cuatro verbos: prevenir, reparar, curar y preparar el futuro. Sobre estos me gustaría reflexionar brevemente.

Somos cada vez más conscientes del hecho de que muchos males podrían evitarse si se prestara más atención al estilo de vida que asumimos y a la cultura que promovemos. Prevenir significa tener una mirada previsora hacia el ser humano y el ambiente en que vive. Significa pensar en una cultura del equilibrio en la que todos los factores esenciales (educación, actividad física, dieta, protección del medio ambiente, observación de los «códigos de salud» derivados de prácticas religiosas, diagnósticos tempranos y específicos, entre otros) puedan ayudarnos a vivir mejor y con menos riesgos para la salud.

Esto es particularmente importante cuando pensamos en los niños y los jóvenes, que están cada vez más expuestos a los riesgos de enfermedades vinculadas con los cambios radicales de la civilización moderna. Es suficiente reflexionar sobre el impacto que el humo, el alcohol o las sustancias tóxicas halladas en el aire, el agua y el suelo tienen sobre la salud humana (cf. la Carta Encíclica Laudato si’, 20). Un alto porcentaje de tumores y otros problemas de salud en los adultos se pueden evitar a través de medidas preventivas tomadas durante la infancia. Esto, sin embargo, requiere una acción global y constante que no se puede delegar en instituciones sociales y gubernamentales, sino que  exige el compromiso de cada uno. Urge, por lo tanto, que se difunda una mayor sensibilidad en favor de una  cultura de la prevención como primer paso hacia la protección de la salud.

Debemos, además, destacar con mucha satisfacción el gran esfuerzo de la investigación científica destinada al descubrimiento y la difusión de nuevos tratamientos, especialmente cuando tocan el delicado problema de las enfermedades raras, autoinmunes, neurodegenerativas y muchas otras. En los últimos años, el progreso en la investigación celular y en el campo de la medicina regenerativa nos ha permitido alcanzar nuevas metas en las técnicas de reparación de los tejidos y en las terapias experimentales, abriendo un capítulo importante en el progreso científico y humano, incluido en vuestra conferencia con dos términos: reparar y curar. Cuanto mayor sea nuestro compromiso en favor de la investigación, más relevantes y efectivos serán estos dos aspectos, permitiéndonos responder de una manera más adecuada, incisiva e incluso más personalizada a las necesidades de las personas enfermas.

La ciencia es un medio poderoso para comprender mejor tanto la naturaleza que nos rodea como la salud humana. Nuestro conocimiento avanza y con él aumentan los medios y tecnologías más sofisticadas que permiten no solo mirar la estructura más recóndita de los organismos vivos, incluidos los seres humanos, sino también intervenir en ellos de una manera tan profunda y precisa que pueda permitir incluso la modificación de nuestro propio adn. En este contexto, es esencial que aumente nuestra conciencia de la responsabilidad ética hacia la humanidad y el ambiente en el que vivimos. Mientras la Iglesia elogia todos los esfuerzos de investigación y aplicación encaminados  a la atención de las personas que sufren, recuerda también  que uno de los principios básicos es que «no todo lo que es técnicamente posible o factible es por eso mismo éticamente aceptable» La ciencia, como cualquier otra actividad humana, sabe que tiene límites que se deben respetar por el bien de la humanidad, y necesita un sentido de responsabilidad ética. La verdadera medida del progreso, como recordaba el beato Pablo VI, es la que tiene por objeto el bien de todos los hombres y de todo el hombre (cf. Carta Encíclica Populorum progressio, 14).

Si queremos preparar el futuro asegurando  el bien de cada persona humana, tenemos que actuar con una sensibilidad más aguda cuánto más potentes sean los medios a nuestra disposición. Esta es nuestra responsabilidad con el otro y con todos los seres vivos. Efectivamente, hay necesidad de reflexionar sobre la salud humana en un contexto más amplio, teniendo en cuenta no sólo su relación con la investigación científica, sino también con nuestra capacidad de preservar y proteger el medio ambiente y con la necesidad de pensar en todos, especialmente en los que experimentan dificultades sociales y culturales que hacen precarios tanto el estado de salud como el acceso a los cuidados.

Pensar en el futuro significa, por lo tanto, emprender un itinerario marcado por un movimiento doble. El primero, anclado en una reflexión interdisciplinaria abierta que involucre a muchos expertos e instituciones y permita un intercambio mutuo de conocimientos; el segundo, que consiste en acciones concretas a favor de los que sufren. Ambos movimientos requieren la convergencia de esfuerzos e ideas capaces de involucrar a representantes de diversas comunidades: científicos y médicos, pacientes, familias, expertos de ética y cultura, líderes religiosos, filántropos, representantes de los gobiernos y del mundo empresarial. Estoy particularmente feliz porque este proceso ya está en marcha, y porque idealmente esta iniciativa una a muchos para el bien de todos.

Os animo, por lo tanto, a cultivar con audacia y determinación los ideales que os han reunido y que ya pertenecen a vuestro  itinerario académico y cultural.  Os acompaño y os bendigo; y os pido, por favor, que recéis también por mí. Gracias.

 



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