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AUDIENCIA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LAS FAMILIAS DE LOS ADOLESCENTES Y DE LA JOVEN MADRE
FALLECIDOS EN LA DISCOTECA DE CORINALDO (ANCONA)

Sala del Consistorio
Sábado, 12 de septiembre de 2020

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Queridos hermanos y hermanas:

Gracias por haber venido a compartir también conmigo vuestro dolor y vuestra oración. Recuerdo que entonces, cuando ocurrió la tragedia, me sobrecogió. Pero con el paso del tiempo, y desafortunadamente con la sucesión de tantas, demasiadas tragedias humanas, se corre el riesgo de olvidar. Este encuentro me ayuda a mí y a la Iglesia a no olvidar, a guardar en sus corazones, y sobre todo a confiar a vuestros seres queridos al corazón de Dios Padre.

Cada muerte trágica trae consigo un gran dolor. Pero cuando se lleva a cinco adolescentes y a una joven madre, es inmenso, insoportable sin la ayuda de Dios aguantarlo. No voy a entrar en las causas de los accidentes en esa discoteca donde murieron vuestros familiares. Pero me uno con todo mi corazón a vuestro sufrimiento y a vuestro legítimo deseo de justicia.

Deseo también ofreceros una palabra de fe, de consuelo y de esperanza.

Corinaldo, el lugar de la tragedia, se encuentra en una zona sobre la cual vela Nuestra Señora de Loreto: su Santuario no está lejos. Y por eso quiero —queremos— pensar que ella, como Madre, nunca apartó de ellos su mirada, sobre todo en aquel momento de dramática confusión; que los acompañó con su ternura. ¡Cuántas veces la invocaron en el Ave María: “Ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”! Y aunque en esos momentos caóticos no pudieron hacerlo, Nuestra Señora no olvida, no olvida, nuestras súplicas: es Madre. Ciertamente los acompañó al abrazo misericordioso de su Hijo Jesús.

Esta tragedia tuvo lugar durante la noche, en la madrugada del 8 de diciembre de 2018, la fiesta de la Inmaculada Concepción. Ese mismo día, al final del rezo del Ángelus, recé con la gente por las jóvenes víctimas, por los heridos y por sus familias. Sé que muchos, empezando por vuestros obispos, aquí presentes, vuestros sacerdotes y vuestras comunidades, os han apoyado con la oración y el afecto. También continúa mi oración por vosotros, y la acompaño con mi bendición.

Cuando perdemos al padre o a la madre, somos huérfanos: existe un adjetivo. Huérfano, huérfana. Cuando en el matrimonio se pierde al cónyuge, el que se queda es viudo o viuda: existe también un adjetivo para ello. Pero cuando se pierde un hijo, no existe un adjetivo. La pérdida de un hijo es imposible de “adjetivar”. He perdido a un hijo: pero ¿qué soy? No, no soy ni huérfano, ni viudo. He perdido a un hijo. Sin adjetivo. No existe. Y este es también vuestro gran dolor.

Ahora me gustaría rezar junto con vosotros el Ave María por Asia, Benedetta, Daniele, Emma, Mattia y Eleonora.

(Ave María)

(Bendición)

 


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 12 de septiembre de 2020.

 



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